Bernardo Guinand Ayala 07 de noviembre de 2018
Llegar
a cualquier país de Hispanoamérica es disfrutar el acento tan particular que
cada región le pone a un mismo idioma. Es increíble como una misma lengua puede
tener tantos matices, velocidades, acentuaciones. Somos tan parecidos y a la
vez tan diversos. Una maravilla sin duda, para una lengua tan viva y bella como
el castellano. Y dentro de esa gran gama de entonaciones, la argentina tiene un
estilo en exceso característico.
Llegar
a Buenos Aires es constatar que el “vos” aún existe y no es solo historia
antigua que aprendimos en clases de pronombres durante la primaria. Llegar a
Buenos Aires es destacar la “doble ele” con ese tono tan descriptivo, hasta en
los altavoces del Subte [Metro] cuando dicen: “Estación… Callao”. Llegar a Buenos
Aires es usar palabras agudas, en donde nosotros solemos usar graves o llanas:
Comé, bebé, cantá, vení….
Pero
en este último viaje, algo diferente sucedió. En cada restaurant, hotel,
esquina, barra, tienda, empezaron a aparecer el “tú o Ud.” en vez del “vos”; la
“doble ele” se atenuó y la acentuación grave volvió a jugar su rol eliminando
tildes en cada vocal al final de las palabras. Buenos Aires se llenó de
venezolanos y eso no puede sino generar una profunda mezcla de sentimientos que
van desde la angustia y la tristeza, hasta el orgullo y la alegría.
Luis,
el clásico venezolano sabrosón, nos atendió en un restaurant donde nos comentó
que el 80% de los mesoneros son de Venezuela. Nos dio un trato cálido y
servicial, en un local que estaba a reventar. Otra noche, mientras pedía una
cerveza en una barra por Corrientes, al escuchar la voz de la cajera, entre los
murmullos de los cientos de personas que atestaban el lugar, le pregunté: “¿De
dónde eres?”, a lo que inmediatamente recibí como respuesta: “Pues del mismo
país que tú”.
También
tuve el honor de participar en un programa de radio llamado Somos Ciudadanos
Radio, muy parecido en contenido y misión al Radar en Positivo que conduzco
cada jueves en Radio Caracas Radio RCR. Pues uno de los conductores del
programa es un gocho de San Cristóbal que terminó siendo hasta primo mío. Ahora
tengo ese nexo con Gustavo, a quien vine a conocer en Buenos Aires.
No
puedo dejar de mencionar a mi tocayo, el hijo de Elvira, la guajira que trabaja
ayudándonos con los quehaceres de la casa y la oficina. Pues con Bernardo me
cité en mi hotel, muy cerquita del cementerio de Recoleta donde reposa Evita,
así como para que el halo populista lo tengamos siempre presente. Yo llegaba
con un regalo de su mamá. El me contó sus peripecias desde que salió de Caracas
en autobús cruzando país por país. Me habló de las vicisitudes de cada país, de
los meses trabajando duro en Perú para reunir una platica para seguir hacia el
sur, del autobús accidentado bajo una nevada que les cayó cruzando los Andes
una noche de luna llena que terminó en una emotiva reunión de latinoamericanos
bebiendo pisco chileno. Y así hasta estabilizarse en Buenos Aires trabajando de
lunes a sábado, con una bicicleta como medio de transporte.
Daniel,
el chamo - o el pibe - de la recepción del hotel, se despidió de nosotros con
abrazo. “Manda saludos por allá” nos dijo, entendiendo que ese saludo es un
querer sentirse parte. Estas líneas quizás sean mi mejor esfuerzo para que su
mensaje llegue.
Tantos
años escuchando la historia de inmigrantes españoles, italianos y portugueses,
entre muchos otros, que llegaron a Venezuela a trabajar para labrarse una nueva
vida y ahora nos toca a la inversa, siendo probablemente la diáspora más
consistente de los últimos años en el mundo. Sin guerra ni catástrofes
naturales, sino una hecatombe llamada socialismo del siglo XXI.
Se
siente mucha nostalgia y ganas de regresar por parte de un buen grupo. Pero en
definitiva, no sé si los venezolanos esparcidos por el mundo volverán o no.
¿Cuántos habrán tendido carpa definitiva al momento que lleguen vientos de
cambio por aquí? Supongo que algunos regresarán y muchos otros seguirán su
destino, tal como españoles, italianos y portugueses. La vida sigue corriendo y
las familias echando raíces en el mundo entero.
Lo
que es claro es que Venezuela dejó de ser ese espacio limítrofe que nos
enseñaron en geografía, con el Mar Caribe al norte, rodeado por Colombia,
Brasil y Guyana. Venezuela ahora no es un territorio sino una identidad. No es
un lugar en el planeta, sino una esencia, una idiosincrasia, un gentilicio
esparcido por todo el planeta. Llegarán tiempos para hacer el balance de lo que
esto representa, por lo pronto soy un impaciente protagonista relatando una
época que, sin duda, será historia en las páginas de nuestro país.
Bernardo
Guinand Ayala
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