Frank Calviño 23 de marzo de 2019
El
turpial es un pájaro chiquito y su corazón, como sucede con los animales
pequeños, late a mil por hora. Así late el corazón de aquellos venezolanos que
vivieron la Venezuela republicana y que ahora, madres y padres y algunos
abuelos, se han visto a recoger maletas y largarse de su hogar, en la etapa
final de su vida. Hombres y mujeres que construyeron país y que ahora han
tenido que cambiar jubilación por exilio.
En
México hay un turpial: la profesora María Luisa Araujo. Su familia es una de
las tantas familias fragmentadas fruto del desastre comunista. Ella misma
asegura que su familia se “desmembró” una palabra dura, que es el lamento de
una madre arrancada de lo que más puede amar una madre en el mundo: sus hijos.
“Tengo
un hijo en España, todos tenemos nacionalidad española… el menor sigue atrapado
en Venezuela en la espera del pasaporte, el mayor me sacó del país hace dos
años y el segundo llegó hace dos meses a México. ¿Crees que perdonaré a esta
gente algún día el haber separado a mi familia ? JAMÁS. Nadie puede perdonar lo
que le han hecho a las familias venezolanas, ni ahora ni después. Vivir en otro
país es vivir todos los días el desarraigo, vivir de los recuerdos, las
añoranzas, yo formé 36 generaciones de jóvenes que muchos hoy día están en la
política” afirma con un dolor que traspasa el computador por el que hablamos y
le llega a uno al alma.
“Yo
sentí que huí, que me botaron de mi casa, que me quitaron todo lo que tenía
pero no lo material, eso ni me importa, me quitaron mi libertad y el derecho de
escoger dónde y cómo quiero vivir. No te imaginas la tristeza del 26 de junio
del 2017 cuando me despedí de mis alumnos de la Universidad Monte Ávila,
lloramos juntos y prometimos seguir en contacto, cosa que hemos hecho e incluso
nos hemos visto algunos aquí en México y unimos nuestras lágrimas al evocar
clases de historia de Venezuela que les quedaron grabadas. Por uno de ellos te
contacte, Tuni fue quien me entusiasmó a escribirte. Cuando íbamos a las
marchas juntos les decía: la clase de hoy la damos en la calle y así juntos, de
la mano, bandera en alto caminábamos… y vi morir algunos. Recordaré las
travesuras de Miguel Castillo y otros más que pasaron por mi vida y hoy yacen
bajo la grama del cementerio del Este. Le doy gracias a Dios a mi hijo mayor y
a este país que me acogió, pero mi retina está lejos, muy lejos… a más de
5.000km entre los cielos más azules que jamás he visto”
Su
relato es el de muchas madres, que no conciben vivir fragmentadas con el
corazón por pedacitos, regado por medio mundo. De más está decir que a la profe
María Luisa no es necesario preguntarle “¿Volverías?” Es evidente que su
corazón nunca ha dejado a Venezuela.
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