Laureano Pérez Izquierdo 10 de agosto de 2019
El
dictador venezolano está cercado. El escaso margen de maniobra y la decisión de
sus socios estratégicos
Nicolás Maduro agota
el ámbito de lo posible. Como Sísifo, una y otra vez carga la misma
roca con la esperanza de que algo varíe en su ya marcado porvenir. Sin embargo,
la pesada piedra vuelve a precipitarse una y otra vez. Y las artes que le
proporcionaron bocanadas de oxígeno extra hasta hoy llegan
indefectiblemente a su final.
El dictador venezolano decidió tomar un camino que
parece no contar con una salida. Está solo, acorralado y cada vez
más aislado. Los únicos que le susurran a su oído lo que debe hacer -los
jerarcas cubanos- le insisten en que mantenga la guardia alta, que no se
deje intimidar y que continúe con su énfasis de permanecer en el poder más allá
de todo. Que gane tiempo, le suplican. Tiempo que La Habana también
haría propio.
Pero aquellos que estaban convencidos -de buena fe o
por conveniencia- en que los diálogos con la oposición en Oslo y Barbados podrían redundar en
un amanecer democrático para Venezuela experimentan
hoy diferentes emociones ante el abrupto desenlace. Algunos se sienten estafados. Otros
ridículos. Algunos avergonzados. Los menos, defraudados. ¿Resultaron a fin
de cuentas útiles a los planes del Palacio de Miraflores para
lograr perdurar en el poder? Pecados, quizás, involuntarios… o
inconfesables los llevaron a apoyar aquella enclenque mesa.
Lo cierto es que Maduro, ofendido porque
la mayoría de los países lo considera un paria, decidió golpear la negociación en la minúscula isla
caribeña y abandonar la posibilidad de construir una ruta hacia elecciones
libres. Prescindiendo de su candidatura, desde luego.
El patrón de Caracas ensayó indignación.
Se retiró de las conversaciones, según palabras propias de su gobierno, "en
razón de la grave y brutal agresión perpetrada de manera continuada y artera
por parte de la administración (Donald) Trump contra Venezuela, que incluye el
bloqueo ilegal de nuestras actividades económicas, comerciales y financieras".
Hacía referencia al embargo que la Casa Blanca decidió trabar contra los
oscuros negociados que la dictadura mantiene con sus socios. Fue un golpe devastador e inesperado. No sólo para la
sede gubernamental, sino además para sus principales camaradas –Rusia, China- quienes
están más inquietos por las posibles implicancias que dicha medida podría tener
para sus operaciones en todo el mundo.
Cualquier empresa -estatal o privada- que rubrique
contratos con el régimen podría ser sujeto de sanciones por parte de
la Secretaría del Tesoro de los Estados Unidos. El
efecto dominó que podría desencadenarse sería interminable: alcanzaría incluso
a compañías que ni siquiera piensan en pisar tierra venezolana pero que sí
mantienen lazos con las firmas amonestadas por su amistad con Maduro y
su círculo. Nadie quiere figurar en una lista negra norteamericana. En este
caso: los amigos de tus amigos son mis enemigos.
El pasado jueves, el dictador insufló con
palabras cargadas de belicosidad su discurso: "¿Quieren batalla? ¡Vamos
a la batalla! Estamos listos. La furia bolivariana está lista para la batalla",
gritó. No es más que otro alarido de endurecimiento de las prácticas que
ya puso de manifiesto el "informe Bachelet" y que ruborizó a sus más
cercanos defensores del continente.
El Tribunal Supremo bolivariano hizo
lo propio y cumplió con su esperado papel, de obediencia a la centralidad.
Encabezado por el particular Maikel Moreno -ex espía y guardaespaldas–
también alertó a la oposición. "La Justicia venezolana estará
atenta a castigar con severidad cualquier intento de apoyar a sectores que
tengan como propósito limitar las necesidades básicas de nuestro pueblo",
señaló por medio de un comunicado el jurista de lealtad en evaluación.
Incluso se nombró a un "cazador de
traidores": Diosdado Cabello, quien comanda la
máquina represiva y los resortes de la inteligencia, será el encargado de
perseguir a aquellos que su paladar le indique que son "traidores a la
patria". Vulnerará cualquier derecho. Como hasta ahora.
En tanto, sobre la limítrofe Táchira, Venezuela despliega
soldados. Lo hace, de acuerdo a su plan público, para combatir el "delito
transfronterizo". Los crímenes y el tráfico existen. Pero no son
nuevos. El Ejército de Liberación Nacional (ELN)
trabaja desde hace tiempo con los colectivos parapoliciales. Los
instruyen en armamento y en narcotráfico. Siempre fue con la bendición y el
aliento de la cúpula venezolana y a espaldas de Bogotá.
El de Maduro es un proyecto muy
riesgoso. A pocos metros del Puente Internacional de Tienditas –famoso por el bloqueo del régimen a la ayuda humanitaria del
pasado 24 de febrero– está la colombiana Cúcuta. Allí
sobreviven miles de venezolanos que escapan del hambre y la represión. ¿Qué
tipo de provocación estimula el usurpador caraqueño? ¿Hasta dónde empujará su
incursión militar? El presidente Iván Duque está atento.
Quien permanece vigilado en un rincón es el
generalísimo y ministro del Poder Popular para la Defensa, Vladimir
Padrino López. Muchos veían en él la posibilidad de un escape de la
autocracia. Lo siguen haciendo y confían en que sus subordinados lo seguirían
en una misión contra Miraflores aunque su margen de acción
está cada vez más acotado.
Pero el mandatario quizás deba evaluar sus
pasiones. Su esposa Cilia Flores -histórica
dirigente de intachable pedigrí chavista- le recomienda lo contrario a los
susurradores castristas. Le ruega que acepte la vía de una salida
negociada y unas largas vacaciones all inclusive en República
Dominicana. En la isla tiene dónde residir. El pack turístico
incluiría no ser molestado por la justicia. Ni el matrimonio ni su
descendencia. El dictador cavila sobre el asunto cuando no concilia el
descanso.
Sus aliados, en tanto, se mantienen firmes junto a los
negocios. Buscan asegurarse que ningún cambio de gobierno pueda impactar sobre
sus operaciones. Rusia ya conversa con la oposición de forma
fluida. China, de igual manera. Ambas potencias imaginan un
escenario sin Maduro, pero con ellos hurgando en las entrañas
del suelo venezolano aún en una arena democrática. Resultan
flexibles dependiendo de los intereses en juego.
Prefieren, desde luego, alguien con quien hablar el
mismo idioma. Sin intérpretes. El ideal sería un miembro pleno de la
oligarquía chavista: Héctor Rodríguez, gobernador del estado
de Miranda y de pureza indiscutible. Los socios creen que el
joven dirigente sería alguien comprensible con sus pedidos. Accesible a
sus necesidades y a quien no habría que enumerarle detalles del
funcionamiento de la sociedad.
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