Sergio Arancibia 07 de agosto de 2019
Marian
E. es una joven profesional venezolana. Abogada. Su marido es ingeniero de
sistemas. En el año 2016 tomaron de conjunto la decisión de emigrar. Eligieron
Chile como país de destino, sin tener allí mayores contactos. Su marido partió
adelante, para abrir camino y probar suerte en ese mercado y en ese país. Ella
se quedó un año adicional en Caracas, junto con su hijo de 5 años, hasta que su
esposo estuviese en condiciones de enviarles los pasajes y recibirla en un
departamento. Una separación de ese tipo siempre es dura, pero era parte de un
proyecto o de un sueño compartido, en el cual cada uno tenía que aportar alguna
cuota de sacrificio.
A
ambos les ha ido bien en Chile, y no solo en lo estrictamente económico. Él
encontró trabajo en su profesión, donde ha estado casi dos años, y ahora se
cambió porque encontró un trabajo mejor, donde tiene más posibilidades de
crecer profesionalmente. Ella encontró trabajo al mes de estar en Santiago, y
también se cambió hace pocos meses atrás a un trabajo mejor. No trabaja como
abogada, pero si en un trabajo que le gusta y que es bien remunerado. Juntos
han logrado ya comprar un carro y vivir en un departamento cómodo, aun cuando
todavía alquilado. Nunca se han sentido discriminados o pasados a llevar en
Chile, aun cuando han tenido que pasar las vicisitudes que padecen cualquier
pareja chilena de profesionales jóvenes.
Sienten
la legitima satisfacción de estar construyendo un futuro mejor para ellos y
para su hijo, y tienen la certeza de que han avanzado en esa tarea. No se han
quedado estancados en una situación primera, sino que siguen avanzando
En
Caracas Marian tenía que vivir encerrada. No podía pasear con tranquilidad por
un parque con su hijo, pues las condiciones de seguridad no lo permitían. No
podía tampoco comprarle un juguete cuando se le ocurriera, sino cuando el
estricto presupuesto familiar lo permitiera. Ahora puede darse esas pequeñas
grandes satisfacciones que no tienen precio en la vida de cualquier padre.
Tuvieron
algunos problemas con la escolaridad del niño, pues en Venezuela la educación
comienza más tempranamente en la vida de los infantes, y en Chile el sistema lo
empujaba a un nivel escolar menor al que correspondía con su aprendizaje
anterior. El problema existió, pero con tesón y con buenas razones, y golpeando
las puertas que institucionalmente correspondían, finalmente el niño quedó en
el curso correspondiente a su nivel de conocimiento y de habilidad.
Ella,
su marido y el niño entraron como turistas y luego, con cartas de trabajo,
pudieron optar a visas de residencia. Él tiene ya visa de residencia definitiva
y ella está en esos trámites, pero todo indica que – fuera de tiempo y tramites
– esos `problemas se solucionarán. No es ese un problema que les quite el
sueño. Pero para bien o para mal, ese es un camino institucional que ya no
pueden transitar en la misma forma las nuevas promociones de emigrantes
venezolanos
Ella,
en su trabajo, tiene que tratar habitualmente con público chileno. Ello exige
un esfuerzo adicional de trato, de amabilidad, de protocolos de cortesía e
incluso de vocabulario, pero esas son cuestiones en la que los venezolanos y
las venezolanas salen adelante sin mucho esfuerzo, porque está en su ADN
nacional.
No
se plantean volver actualmente a Venezuela, sino para visitar a los familiares
que quedaron por allá. Chile les ha dado un presente de tranquilidad y de
comodidad y les ha dado un espacio donde pueden soñar y trabajar por un futuro
mejor, que es lo que desea cualquier pareja joven en cualquier parte del mundo
Sergio
Arancibia
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