MAOLIS CASTRO 31 de julio de 2019
@Maoliscastro
La multitud de extranjeros que migró por la bonanza
económica también se va en busca de oportunidades
La grave crisis económica lleva años desplazando a
millones de personas fuera de Venezuela. Sus migrantes huyen hoy en todas las
direcciones. Se invirtió la tendencia de un país que a finales del siglo XX
recibió a una multitud de extranjeros. Jorge Cortés, un colombiano de 76 años,
se resistió a abandonar Caracas con la convicción de que sería testigo de un
renacer, pero los pésimos indicadores económicos y el creciente autoritarismo
del Gobierno de Nicolás Maduro disolvieron cualquier esperanza hace unos meses.
“Mi familia se desintegró porque viajaron al exterior, yo quería quedarme para
ver la recuperación que nunca llegó. Cuando regresé a Colombia me sorprendí
porque además de comer tres veces al día, respiré amor de mi familia y
progreso”, dice.
El Estado no suelta datos migratorios, pero la Oficina
de Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR) calcula que la diáspora creció a
cuatro millones de personas desde el comienzo del desplome del país. Claudia
Vargas, profesora de la Universidad Simón Bolívar, sigue el pulso del éxodo.
“Alguna vez fuimos el principal receptor de ciudadanos colombianos, pero ahora
somos la migración más grande de la historia de Colombia”, resume.
Los venezolanos en Colombia ascienden a 1,3 millones,
en Perú unos 800.000 y una cifra inferior en Ecuador, Chile, España y Estados
Unidos. Aunque ahora se vacía, Venezuela fue cobijo de miles de extranjeros. En
2000, solo unos 4.500 venezolanos estaban dispersos por el mundo, la mayoría
eran profesionales altamente calificados, según Vargas. El éxodo sentó raíces
en el gobierno de Hugo Chávez y se desbordó con su sucesor. La violencia, la
quiebra de la economía, las persecuciones políticas y otros conflictos
provocaron continúas oleadas migratorias. “Tras cada elección, muchos
venezolanos decidían irse. Por ejemplo, eso pasó después de la reelección de
Chávez. Pero también ocurrió que muchos jóvenes miembros del opositor
Movimiento Estudiantil, en 2007, pidieron asilo en el exterior”, agrega.
Naciones Unidas, ahora, se prepara para afrontar la
crisis migratoria como si asistiera a un país en guerra. Nelson Pérez, un
ingeniero chileno de 70 años, se siente un foráneo en su propia nación. En
2015, tras cuatro décadas en Venezuela, regresó a Santiago de Chile para
asentarse con su familia y su mascota, dejando atrás un negocio, dos terrenos y
decenas de amigos. “¿Cómo hace uno para adaptarse? No es la misma ciudad que
dejé, yo me siento más venezolano”, explica.
Nelson envía una simbólica remesa a algunos
compatriotas en Caracas para su subsistencia. Sin embargo, él también espera
que el Gobierno de Maduro pague su pensión de vejez por ser jubilado de varias
empresas estatales. El hombre conforma un grupo de personas que entraron al
país petrolero durante su mayor bonanza en los años setenta, pero que no
escaparon de los estragos de la debacle. Chile repatria a decenas de sus
ciudadanos desde noviembre, pero también endurece los controles migratorios de
los venezolanos. Su medida reciente fue exigir una visa consular. El presidente
peruano, Martín Vizcarra, también anunció una visa de residencia para las
personas procedentes del país petrolero, aunque antes era suficiente ingresar
con una cédula de identidad.
No hay remedio a la vista. Juan Guaidó, presidente de
la Asamblea Nacional aceptado como mandatario interino de Venezuela por medio
centenar de países, pide ser flexibles con la diáspora. Su mayor adversario, Maduro,
niega la complejidad. “¡Dejen de lavar pocetas [inodoros] afuera y vengan a
vivir la patria!”, zanjó, ya en 2018. Su acción es consolidar un programa que
consiste en repatriar a los que se han ido. De momento, solo 14.701 personas
aceptaron regresar a su patria asistidos por este plan.
Para Hans Schäfer, hijo de inmigrantes europeos, se
trata de sobrevivir. Hace casi dos años vive en España, antes estudió gerencia
en Estados Unidos y fue profesor de buceo en Venezuela. “Muchas veces me tocó
limpiar, hago de todo. Estoy en una empresa y, aunque se me cataloga como
especialista porque aprendí a manejar maquinaria, estoy solo a un paso arriba
del obrero. Pero me siento tranquilo y contento de disfrutar de cosas que no
podía en Caracas, como ir al mercado y pasear libremente”, responde. Su madre,
Ángela Gloria, extremeña y su padre, Johann, un alemán, abandonaron Europa por
los devastadores efectos de la Segunda Guerra Mundial y la Guerra Civil
española. “Salvando las distancias, estoy haciendo lo mismo que mis padres.
Parecerá una tontería, pero me cansé de tomar café amargo porque no había
azúcar o de emocionarme por conseguir pollo, de vivir en tanta precariedad”,
concluye.
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