Jesús Barreto A. 10 de septiembre de 2019
@ElPitazoTV
Ser médico en Venezuela y hacer un postgrado en España
son las dos próximas escalas en la ruta que, como emigrante, ha emprendido
Ricardo Castro. El doctor, de 26 años de edad, egresado de la Universidad
Central de Venezuela en 2017, obtuvo la segunda mejor calificación en el Examen
Nacional de Medicina (Enam), requisito obligatorio para ejercer la profesión en
el sistema de salud pública de Perú, cuyos resultados fueron publicados el
pasado 26 de agosto
“No
sé cómo te graduaste de médico si ni siquiera sabes barrer”; la frase resume
uno de los obstáculos por los que Ricardo Castro, médico venezolano de 26 años
de edad, tuvo que pasar para lograr su meta en Perú. Castro, egresado de la
Escuela de Medicina Dr. Luis Razetti de la Universidad Central de Venezuela
(UCV) en 2017, obtuvo la segunda mejor puntuación en el Examen Nacional de
Medicina (Enam) de la Asociación Peruana de Facultades de Medicina,
requerimiento legal obligatorio para ejercer la profesión en el sistema de
salud público del país andino.
Como
migrante, Castro debió enfrentarse a problemas que son comunes para la mayoría
de los más de 4 millones de venezolanos que, de acuerdo con proyecciones
recientes de la Oficina del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los
Refugiados, han abandonado el país en los últimos años como consecuencia de la
crisis económica, política y social.
Antes
de alcanzar el logro, que le aseguró avanzar en su formación profesional, el
médico caraqueño fue niñero, pasillero, vendió pulseras en la calle y fue
ayudante en una pastelería. Fue allí donde, por no tener mayor experiencia en
labores de aseo, la dueña del local de nacionalidad peruana cuestionó su
capacidad.
Desde
entonces, el reto dejó de ser individual. Como constató el pasado 25 de agosto,
cuando aplicó para el Enam. En el salón donde presentó la prueba habían 25
aspirantes, de los cuales 24 eran venezolanos. Aunque Castro afirma que gran
parte de los peruanos han sido hospitalarios y receptivos, desde que decidió
emigrar supo que la nacionalidad sería un factor a vencer. El aprendizaje a
casi año y medio de su partida cambió su vida.
“La
gran lección de todo este tiempo ha sido aprender a ser optimista. Antes de
saber el resultado de la prueba era más pesimista. Me había esforzado, en los
meses previos solo vivía para trabajar y estudiar, pero nunca esperé quedar en
tan buena posición. Ahora sé que la perseverancia tiene su recompensa y como
venezolano estoy convencido de que no hay límites. No dejemos que nada nos
defina. Demostremos quiénes somos más allá de la nacionalidad”, reflexiona
mientras trata de repasar cronológicamente cada episodio vivido hasta llegar al
pasado 26 de agosto, fecha en la que vio su nombre en el segundo lugar de un
listado de casi 800 aspirantes a ocupar un cargo en la red hospitalaria
peruana.
La
razón de perseverar
El
éxito instantáneo ha sido esquivo en la trayectoria de Castro. En el recuento
de su vida mantiene presente que siempre quiso ser médico. “Nunca vi otra
opción, ni me imaginé siendo otra cosa”, recalca, antes de añadir que dos de
sus tías más cercanas son médicos. Pero su ingreso a la UCV no fue sencillo.
Graduado de bachiller en julio de 2010, quedó en la posición 207 en la lista de
potenciales inscritos, cuando los cupos ofertados por la casa de estudio en esa
oportunidad era de 200 vacantes.
Al
año siguiente fue doblemente seleccionado. Optó por el sistema de admisión
mediante prueba interna y por el Consejo Nacional de Universidades (CNU), en
los resultados publicados con unas semanas de diferencia se ubicó de segundo
entre los cerca de 5.000 bachilleres que esperaban ingresar.
Pasó
dos de los seis años que estuvo como estudiante entre gases lacrimógenos y
ráfagas de perdigones arrojados durante las protestas antigubernamentales de
2014 y 2017. En varias ocasiones le tocó atender a heridos por la cruenta
represión perpetrada por funcionarios de organismos de seguridad del Estado.
Casi todos los pacientes eran estudiantes como él.
La
experiencia fue otro hito en su vida y quizás la principal motivación que lo
llevó a planificar, con un año de antelación, su salida del país. No ejerció ni
un mes de su carrera como egresado; en cambio, a los días de concluir su acto
de grado se subió a un autobús con rumbo a Perú. El trayecto de más de cuatro
días por la cordillera andina sirvió para ayudarlo a ratificar su decisión. El
miedo que lo impulsó a abandonar a sus padres, hermanas y amigos se disipó a
medida que cruzaba cada frontera. Sin embargo, una frustración se le quedó en
el camino: nunca pudo ser médico en su tierra.
“En
realidad fueron muchas cosas las que influyeron para que tomara la decisión de
emigrar, pero principalmente estaba el miedo. Miedo a que me pasara algo. El
último año de carrera lo culminé en medio de las protestas del año 2017, entre
abril y julio; ver cómo mataban a tantos venezolanos a diario solo por exigir
derechos, además de la inseguridad, me impulsaron a salir del país”, argumenta
como quien trata de convencerse de que tomó la decisión correcta.
Si el cielo te manda limas…
La grave crisis hospitalaria y sanitaria devenida en
emergencia humanitaria compleja, que afecta al sector salud en Venezuela desde
mediados de 2016, fue otra pared contra la que se estrelló. Del golpe le quedó
otro estímulo para aumentar la creciente cifra de médicos recién graduados que
salen de las aulas rumbo a la frontera sur, como los más de 300 médicos que
laboran actualmente en Argentina y los más de 3.000 que han optado por un cargo
en Chile, de acuerdo con el registro de los gobiernos de ambas naciones.
“No tenía muchos alicientes en cuanto a mi desarrollo
como profesional si me quedaba en Venezuela. Sentía que no había muchas
oportunidades después de graduado. Me gustaría algún día ejercer en Venezuela,
pero me fijé una meta y creo que si me quedaba allá no iba a progresar, con lo
que viví en mi formación me fue suficiente. La falta de insumos, de recursos de
todo tipo no me aseguraba el nivel de educación al que aspiro”, rememora.
A la capital peruana arribó en abril de 2018. Recibido
por una amiga, a la que no veía desde hacía 15 años y quien le dio hospedaje,
empezó de inmediato los trámites para conseguir la reválida de su título, aún
sin estrenar formalmente. El proceso consistió en realizar una prueba que pasó
sin problemas en julio de ese mismo año. En los cuatro meses sin ejercer como
médico, fue un emigrante venezolano de tiempo completo, con todo lo que eso
significa en algunos países. Un postgrado en humanidad que no estaba en sus
planes.
“Logré colegiarme a los cuatro meses de mi llegada y
en paralelo regularicé mi condición migratoria. Empecé a ejercer mi profesión
en una clínica de Lima en agosto de 2018, y a partir de ahí me han surgido
muchas ofertas de trabajo. Pero esos meses, antes de obtener el permiso, fueron
duros. Trabajé como ayudante en una pastelería, pero solo duré un mes, me
botaron. Un día la dueña me veía limpiar desde lejos; al rato se paró frente a
mí, me quitó el cepillo y me dijo ‘no sé cómo te graduaste de médico si ni
siquiera sabes barrer’. También trabajé en un supermercado, arreglando los
productos en la estantería, cuidé a un niño de una pareja de venezolanos y
hasta vendí pulseras en la calle”, enumera como quien recita las materias que
integran el pensum de una especialización.
La mejor formación del mundo
Castro atribuye la tenacidad demostrada en los últimos
16 meses, además de las lecciones recibidas en el Colegio Bolívar y Garibaldi
de La Urbina, donde hizo su bachillerato y en la UCV, a los principios y la
crianza con la que fue forjado en su hogar. Sus padres y dos hermanas aún están
en Venezuela. Una se acaba de graduar de psicóloga en la Universidad
Metropolitana y la menor se convirtió el pasado mes de julio en bachiller. En
su recuerdo, la gratitud y la nostalgia se mezclan, cuando revela que lo más
duro que ha vivido no ha sido la xenofobia o la cantidad de horas de
preparación en exámenes para demostrar que, efectivamente, sí está facultado
para ser médico, sino la soledad.
“Lo
más duro es estar solo, aunque aquí en Perú la mayoría de las personas me ha
tratado muy bien, extraño a mis padres, mis familiares y amigos, sin los que
irónicamente no estuviese aquí. Sin ellos no hubiese podido salir. Mi mamá,
Karen Lara; mi papá, José Ramón Guiñán; mis hermanas Valeria y Gabriela; mis
tías Aida y Hecna y mi amigo Juan José de la Rosa y su mamá, Ana María”,
expresa casi en forma de dictado.
En
una mención aparte se refiere a sus estudios en la UCV que, destaca, es “la
mejor del mundo”. La afirmación la sostiene desde la distancia y con la seguridad
que le da el desempeño profesional en dos naciones distintas.
“La
formación de médicos en Venezuela es la mejor del mundo, y esto lo digo sin
ánimos de sonar soberbio o que me tilden de nacionalista. Durante toda mi
carrera, pese a todas las carencias, paros y problemas que enfrentábamos todos
los días, recibí la capacitación de la que aún hoy me enorgullezco”, añade en
tono altivo y de satisfacción.
Con
toda la nostalgia a sus espaldas, regresar no está en sus planes inmediatos.
Actualmente está centrado en comenzar el curso rural pautado para mediados de
octubre en Arequipa, región peruana, para luego volver a emigrar, está vez a
España, donde sueña con realizar una especialización en cirugía plástica o
otorrinolaringología. Sabe que el camino del migrante no es fácil, pero hace
rato que le perdió el miedo a barrer.
No hay comentarios:
Publicar un comentario