Diego LEGRAND 29 de septiembre de 2019
@DiegolegrandAFP
Los
músicos y coralistas venezolanos y colombianos ultiman detalles. Algunos tocan
de día en el transporte público o en las calles de Bogotá; otros son
repartidores, vendedores de comida o estudiantes. En horas todos serán
artistas.
El
centenar de concertistas afina con esmero los instrumentos: oboes, violines y
percusiones, cuyos sonidos de a poco calientan la fría sala de ensayo en el
noroeste de la capital colombiana.
Para
los migrantes venezolanos, el primer concierto de la recién fundada Orquesta
Sinfónica de la Juventud es una oportunidad de reconectarse con la melodía que
dejaron al escapar de un país en crisis. Para los colombianos, una ocasión para
aprender de músicos fogueados.
"Hemos
decidido hacer esta fundación por la fomentación musical de todos los jóvenes
migrantes de Venezuela y por todos los estudiantes colombianos que están acá,
que de una manera u otra no contaban con un espacio para hacer una práctica
musical", explica a la AFP Eduardo Ortiz, presidente de la Fundación para
la Integración Musical de Colombia.
Sordo
de nacimiento y destacado violinista, este venezolano de 29 años es la cabeza
visible del incipiente proyecto que busca brindar una nueva vida musical a los
inmigrantes e integrarlos con sus pares colombianos.
"Las
calles de Bogotá estaban completamente desbordadas de músicos profesionales que
vienen de Venezuela. En cualquier lugar los encontraban porque ese era su
trabajo, tocar en la calle. Esa es una parte de la vulnerabilidad que queremos
atacar, 'limpiar' todas las calles de Bogotá y ofrecerles un espacio digno para
hacer música", agrega.
La
iniciativa surgió el 17 de septiembre y ya cuenta con donaciones de empresas
colombianas. En solamente diez días logró fijar su primer concierto en un
auditorio del centro de Bogotá y espera seguir creciendo con aportes de
particulares y de gobierno.
-Llanto
musical-
Jair
Acosta, de 33 años, es uno de los percusionistas. Hace cuatro años administra
un restaurante de comida venezolana en Bogotá, pero durante tres lustros viajó
por el mundo con la Orquesta Sinfónica Simón Bolívar B, dirigida por su
compatriota Gustavo Dudamel.
Cuando
empezó a sentir los primeros coletazos de la profunda crisis económica en
Venezuela tuvo que abandonar la agrupación y salir hacia Colombia, como otros
1,4 millones de venezolanos que llegaron a la nación vecina en los últimos
años, según autoridades migratorias.
Aún
tiene vivo el recuerdo de su última presentación. Fue en 2015 en Nueva York
donde tocaron la Sinfonía Turangalila del compositor francés Olivier Messiaen.
"Lloré casi todo el concierto porque sabía que era el último que iba a
tener con mi orquesta", recuerda.
Ahora
toma aire y se prepara para volver. "Va a ser muy emotivo...Si todos
estamos como se mostró en el ensayo, muy conectados (...) se va a ver reflejado
en el concierto".
En
la práctica algunos hacen videollamadas para que sus familiares en Venezuela
escuchen la música. El celular lo sitúan, cuidadosamente, en la mitad de sus
partituras. Otros arriman contra la pared la mochila naranja fosforescente de
la empresa Rappi, con la que se ganan la vida haciendo repartos por la ciudad.
-Integración-
La
mayoría de los colombianos son aprendices de músicos. Trece profesores
venezolanos les comparten de forma gratuita su conocimiento y experiencia.
Sara
Catarine carga con 30 años de carrera como soprano. Cruzó la frontera hace casi
tres años porque el dinero no le alcanzaba para alimentar a su hijo, enfermo de
leucemia. Obtuvo un puesto como tutora de canto lírico en la Universidad
Central de Bogotá y ahora acompaña a los 34 coralistas del show.
"Ver
que una persona solo pueda hacer una comida al día por tocar en la calle o
cantar es algo inadmisible", reclama esta mujer de 55 años.
Finalmente,
al término del emotivo concierto del viernes, en el auditorio de la Universidad
Jorge Tadeo Lozano de la capital, un grupo de asistentes ondeó una bandera de
Venezuela en el escenario en el que se exhibieron los jóvenes talentos ante
unas 200 personas.
El
director Ortiz asegura que no solamente busca impulsar un proyecto musical sino
que quiere que su fundación trascienda y sea ejemplo de la integración de
diferentes nacionalidades en tiempos de brotes de xenofobia.
"Al
comienzo fue un poco difícil, (fue) como encontrarse con una pared", dice
la fagostista colombiana Paula Gil, de 20 años, sobre los primeros trabajos con
los músicos venezolanos. "Pero ahora me gusta el ambiente que
producen...ellos tienen más disciplina y más nivel".
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