viernes, 15 de noviembre de 2019

Breve reflexión sobre Venezuela y Chile, por Sergio Arancibia




Sergio Arancibia 14 de noviembre de 2019

Venezuela salió de la dictadura de Pérez Jiménez - a fines de la década del 50 del siglo pasado – e instauró una democracia que en 1989 demostró que no satisfacía los intereses y las aspiraciones de importantes sectores de la población. En otras palabras, habían sectores que sentían que la modernización del país no los alcanzaba y que quedaban fuera de los bienes y servicios, y del modo de vida, que la democracia prometía.

Al mismo tiempo esos sectores observaban con creciente malestar los altos grados de corrupción y de enriquecimiento rápido que exhibían las cúpulas políticas, los sectores que administraban el aparato del estado y los sectores económicos estrechamente ligados al poder.

En materia de salud, de educación, de previsión social, de calidad de vida, de superación de la pobreza, de acceso a la recreación, etc., el país había presentado, en el período democrático, avances sustantivos, pero esos avances no generan automáticamente una adhesión al sistema donde todo ello tiene lugar. Hay dos circunstancias, al menos que explican esta situación.

Por un lado, la inequidad o la desigualdad, que permite que unos sectores crezcan y tengan acceso rápido e ilimitado a los beneficios de la modernización, mientras otros acceden a esos mismos bienes y servicios en forma mucho más lenta y moderada, o incluso no tiene acceso alguno a los mismos.

Por otro lado, los sectores pobres que acceden a la educación y que logran llegar al status de clase media, tiene pánico de volver a la condición de pobres, y tienen, por lo tanto, un alto grado de rechazo a un sistema donde reina la inestabilidad o la inseguridad, y donde los vaivenes de la política económica, o del reparto de la renta petrolera - o situaciones familiares como una enfermedad o una cesantía prolongada - pueden llevarlos nuevamente al barrio y la pobreza.

El caracazo no fue, por lo tanto, ni remotamente, un grito desesperado por volver a la dictadura, sino una rebeldía ante una modernización y una democracia que no repartía sus frutos en forma equitativa.

En el Chile de octubre y noviembre del presente año, las cosas tienen alguna coincidencia con la situación venezolana descrita en las líneas anteriores. La democratización del país - después de 17 años de dictadura - la modernización, la reducción de la pobreza, la nueva inserción internacional, el acceso a bienes y servicios del primer mundo, todo aquello y muchas otras cosas altamente publicitadas por tirios y troyanos, iban generando, al mismo tiempo, el malestar de un amplio sector de la población que no gozaba de acceso a educación ni a salud de buena calidad, que trabajaba duramente durante sus años laborales para pasar a sobrevivir en su vejez con una pensión miserable, que vivían y viven endeudados para poder complementar sus modestos ingresos mensuales, y que veían, al mismo tiempo, que un sector de la población - empresarios, políticos y algunos sectores profesionales - vivían en un mundo de alto consumo y de buen vivir.

Las revueltas de octubre y de noviembre no han sido ni remotamente para buscar una vuelta a la dictadura, sino para generar un sistema económico y político que reparta en forma más equitativa los frutos de la democracia y de la modernización.

Hasta allí los atisbos de coincidencia entre las situaciones vividas por Chile y por Venezuela, hasta donde alcanzamos a percibirlas.

Pero la historia no es lineal, ni repetible, y está llena de las más increíbles paradojas. En Venezuela la clase política no tuvo una buena lectura de lo sucedido en el caracazo, y los problemas se mantuvieron y/o se agravaron, hasta que hicieron eclosión en 1988 con la irrupción de un Chávez, que no generó ni mayor goce de los bienes y servicios de la democracia ni de la modernización, sino que hizo retroceder a Venezuela en materia económica y política.

En Chile, aun cuando los acontecimientos están en pleno desarrollo, es dable esperar que la clase política esté leyendo en forma más acertada las aspiraciones y frustraciones de la ciudadanía, y buscando, aun cuando sin una brújula clara, generar respuestas a la nueva situación planteada. Ojalá lo hagan antes de que sea demasiado tarde.

Sergio Arancibia

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