Sergio Arancibia 14 de noviembre de 2019
Venezuela
salió de la dictadura de Pérez Jiménez - a fines de la década del 50 del siglo
pasado – e instauró una democracia que en 1989 demostró que no satisfacía los
intereses y las aspiraciones de importantes sectores de la población. En otras
palabras, habían sectores que sentían que la modernización del país no los
alcanzaba y que quedaban fuera de los bienes y servicios, y del modo de vida,
que la democracia prometía.
Al
mismo tiempo esos sectores observaban con creciente malestar los altos grados
de corrupción y de enriquecimiento rápido que exhibían las cúpulas políticas,
los sectores que administraban el aparato del estado y los sectores económicos
estrechamente ligados al poder.
En
materia de salud, de educación, de previsión social, de calidad de vida, de
superación de la pobreza, de acceso a la recreación, etc., el país había
presentado, en el período democrático, avances sustantivos, pero esos avances
no generan automáticamente una adhesión al sistema donde todo ello tiene lugar.
Hay dos circunstancias, al menos que explican esta situación.
Por
un lado, la inequidad o la desigualdad, que permite que unos sectores crezcan y
tengan acceso rápido e ilimitado a los beneficios de la modernización, mientras
otros acceden a esos mismos bienes y servicios en forma mucho más lenta y
moderada, o incluso no tiene acceso alguno a los mismos.
Por
otro lado, los sectores pobres que acceden a la educación y que logran llegar
al status de clase media, tiene pánico de volver a la condición de pobres, y
tienen, por lo tanto, un alto grado de rechazo a un sistema donde reina la
inestabilidad o la inseguridad, y donde los vaivenes de la política económica,
o del reparto de la renta petrolera - o situaciones familiares como una
enfermedad o una cesantía prolongada - pueden llevarlos nuevamente al barrio y
la pobreza.
El
caracazo no fue, por lo tanto, ni remotamente, un grito desesperado por volver
a la dictadura, sino una rebeldía ante una modernización y una democracia que
no repartía sus frutos en forma equitativa.
En
el Chile de octubre y noviembre del presente año, las cosas tienen alguna
coincidencia con la situación venezolana descrita en las líneas anteriores. La
democratización del país - después de 17 años de dictadura - la modernización,
la reducción de la pobreza, la nueva inserción internacional, el acceso a
bienes y servicios del primer mundo, todo aquello y muchas otras cosas
altamente publicitadas por tirios y troyanos, iban generando, al mismo tiempo,
el malestar de un amplio sector de la población que no gozaba de acceso a
educación ni a salud de buena calidad, que trabajaba duramente durante sus años
laborales para pasar a sobrevivir en su vejez con una pensión miserable, que
vivían y viven endeudados para poder complementar sus modestos ingresos
mensuales, y que veían, al mismo tiempo, que un sector de la población -
empresarios, políticos y algunos sectores profesionales - vivían en un mundo de
alto consumo y de buen vivir.
Las
revueltas de octubre y de noviembre no han sido ni remotamente para buscar una
vuelta a la dictadura, sino para generar un sistema económico y político que
reparta en forma más equitativa los frutos de la democracia y de la
modernización.
Hasta
allí los atisbos de coincidencia entre las situaciones vividas por Chile y por
Venezuela, hasta donde alcanzamos a percibirlas.
Pero
la historia no es lineal, ni repetible, y está llena de las más increíbles
paradojas. En Venezuela la clase política no tuvo una buena lectura de lo
sucedido en el caracazo, y los problemas se mantuvieron y/o se agravaron, hasta
que hicieron eclosión en 1988 con la irrupción de un Chávez, que no generó ni
mayor goce de los bienes y servicios de la democracia ni de la modernización,
sino que hizo retroceder a Venezuela en materia económica y política.
En
Chile, aun cuando los acontecimientos están en pleno desarrollo, es dable
esperar que la clase política esté leyendo en forma más acertada las
aspiraciones y frustraciones de la ciudadanía, y buscando, aun cuando sin una
brújula clara, generar respuestas a la nueva situación planteada. Ojalá lo
hagan antes de que sea demasiado tarde.
Sergio
Arancibia
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