BYUNG-CHUL HAN 23 de marzo de 2020
@PhilosopherHan
El coronavirus está poniendo a prueba nuestro sistema.
Al parecer Asia tiene mejor controlada la pandemia que Europa. En Hong Kong,
Taiwán y Singapur hay muy pocos infectados. En Taiwán se registran 108 casos y
en Hong Kong 193. En Alemania, por el contrario, tras un período de tiempo
mucho más breve hay ya 15.320 casos confirmados, y en España 19.980 (datos del
20 de marzo). También Corea del Sur ha superado ya la peor fase, lo mismo que
Japón. Incluso China, el país de origen de la pandemia, la tiene ya
bastante controlada. Pero ni en Taiwán ni en Corea se ha decretado la
prohibición de salir de casa ni se han cerrado las tiendas y los restaurantes.
Entre tanto ha comenzado un éxodo de asiáticos que salen de Europa. Chinos y
coreanos quieren regresar a sus países, porque ahí se sienten más seguros. Los
precios de los vuelos se han multiplicado. Ya apenas se pueden conseguir
billetes de vuelo para China o Corea.
Europa está fracasando. Las cifras de infectados
aumentan exponencialmente. Parece que Europa no puede controlar la pandemia. En
Italia mueren a diario cientos de personas. Quitan los respiradores a los pacientes ancianos para ayudar a
los jóvenes. Pero también cabe observar sobreactuaciones inútiles. Los
cierres de fronteras son evidentemente una expresión desesperada de soberanía.
Nos sentimos de vuelta en la época de la soberanía. El soberano es quien decide
sobre el estado de excepción. Es soberano quien cierra fronteras. Pero eso es
una huera exhibición de soberanía que no sirve de nada. Serviría de mucha más
ayuda cooperar intensamente dentro de la Eurozona que cerrar fronteras a lo
loco. Entre tanto también Europa ha decretado la prohibición de entrada a
extranjeros: un acto totalmente absurdo en vista del hecho de que Europa es
precisamente adonde nadie quiere venir. Como mucho, sería más sensato decretar
la prohibición de salidas de europeos, para proteger al mundo de Europa.
Después de todo, Europa es en estos momentos el epicentro de la pandemia.
Las ventajas de Asia
En comparación con Europa, ¿qué ventajas ofrece el
sistema de Asia que resulten eficientes para combatir la pandemia? Estados
asiáticos como Japón, Corea, China, Hong Kong, Taiwán o Singapur tienen una
mentalidad autoritaria, que les viene de su tradición cultural (confucianismo).
Las personas son menos renuentes y más obedientes que en Europa. También
confían más en el Estado. Y no solo en China, sino también en Corea o en Japón
la vida cotidiana está organizada mucho más estrictamente que en Europa. Sobre
todo, para enfrentarse al virus los asiáticos apuestan fuertemente por la
vigilancia digital. Sospechan que en el big data podría encerrarse un potencial
enorme para defenderse de la pandemia. Se podría decir que en Asia las
epidemias no las combaten solo los virólogos y epidemiólogos, sino sobre todo
también los informáticos y los especialistas en macrodatos. Un cambio de
paradigma del que Europa todavía no se ha enterado. Los apologetas de la
vigilancia digital proclamarían que el big data salva vidas humanas.
La conciencia crítica ante la vigilancia digital es en
Asia prácticamente inexistente. Apenas se habla ya de protección de datos,
incluso en Estados liberales como Japón y Corea. Nadie se enoja por el frenesí
de las autoridades para recopilar datos. Entre tanto China ha introducido un
sistema de crédito social inimaginable para los europeos, que permite una
valoración o una evaluación exhaustiva de los ciudadanos. Cada ciudadano debe ser evaluado consecuentemente en su
conducta social. En China no hay ningún momento de la vida cotidiana que no
esté sometido a observación. Se controla cada clic, cada compra, cada contacto,
cada actividad en las redes sociales. A quien cruza con el semáforo en rojo, a
quien tiene trato con críticos del régimen o a quien pone comentarios críticos
en las redes sociales le quitan puntos. Entonces la vida puede llegar a ser muy
peligrosa. Por el contrario, a quien compra por Internet alimentos sanos o lee
periódicos afines al régimen le dan puntos. Quien tiene suficientes puntos
obtiene un visado de viaje o créditos baratos. Por el contrario, quien cae por
debajo de un determinado número de puntos podría perder su trabajo. En China es
posible esta vigilancia social porque se produce un irrestricto intercambio de
datos entre los proveedores de Internet y de telefonía móvil y las autoridades.
Prácticamente no existe la protección de datos. En el vocabulario de los chinos
no aparece el término “esfera privada”.
En China hay 200 millones de cámaras de vigilancia,
muchas de ellas provistas de una técnica muy eficiente de reconocimiento
facial. Captan incluso los lunares en el rostro. No es posible escapar de la
cámara de vigilancia. Estas cámaras dotadas de inteligencia artificial pueden
observar y evaluar a todo ciudadano en los espacios públicos, en las tiendas,
en las calles, en las estaciones y en los aeropuertos.
Toda la infraestructura para la vigilancia digital ha
resultado ser ahora sumamente eficaz para contener la epidemia. Cuando alguien
sale de la estación de Pekín es captado automáticamente por una cámara que mide
su temperatura corporal. Si la temperatura es preocupante todas las personas
que iban sentadas en el mismo vagón reciben una notificación en sus teléfonos
móviles. No en vano el sistema sabe quién iba sentado dónde en el tren. Las
redes sociales cuentan que incluso se están usando drones para controlar las
cuarentenas. Si uno rompe clandestinamente la cuarentena un dron se dirige
volando a él y le ordena regresar a su vivienda. Quizá incluso le imprima una
multa y se la deje caer volando, quién sabe. Una situación que para los
europeos sería distópica, pero a la que, por lo visto, no se ofrece resistencia
en China.
Ni en China ni en otros Estados asiáticos como Corea
del Sur, Hong Kong, Singapur, Taiwán o Japón existe una conciencia crítica ante
la vigilancia digital o el big data. La digitalización directamente
los embriaga. Eso obedece también a un motivo cultural. En Asia impera el
colectivismo. No hay un individualismo acentuado. No es lo mismo el
individualismo que el egoísmo, que por supuesto también está muy propagado en
Asia.
Al parecer el big data resulta más
eficaz para combatir el virus que los absurdos cierres de fronteras que en estos momentos se
están efectuando en Europa. Sin embargo, a causa de la protección de
datos no es posible en Europa un combate digital del virus comparable al
asiático. Los proveedores chinos de telefonía móvil y de Internet comparten los
datos sensibles de sus clientes con los servicios de seguridad y con los
ministerios de salud. El Estado sabe por tanto dónde estoy, con quién me
encuentro, qué hago, qué busco, en qué pienso, qué como, qué compro, adónde me
dirijo. Es posible que en el futuro el Estado controle también la temperatura
corporal, el peso, el nivel de azúcar en la sangre, etc. Una biopolítica
digital que acompaña a la psicopolítica digital que controla activamente a las
personas.
En Wuhan se han formado miles de equipos de
investigación digitales que buscan posibles infectados basándose solo en datos
técnicos. Basándose únicamente en análisis de macrodatos averiguan quiénes son
potenciales infectados, quiénes tienen que seguir siendo observados y
eventualmente ser aislados en cuarentena. También por cuanto respecta a la
pandemia el futuro está en la digitalización. A la vista de la epidemia quizá
deberíamos redefinir incluso la soberanía. Es soberano quien dispone de datos.
Cuando Europa proclama el estado de alarma o cierra fronteras sigue aferrada a
viejos modelos de soberanía.
No
solo en China, sino también en otros países asiáticos la vigilancia digital se
emplea a fondo para contener la epidemia. En Taiwán el Estado envía
simultáneamente a todos los ciudadanos un SMS para localizar a las personas que
han tenido contacto con infectados o para informar acerca de los lugares y
edificios donde ha habido personas contagiadas. Ya en una fase muy temprana,
Taiwán empleó una conexión de diversos datos para localizar a posibles
infectados en función de los viajes que hubieran hecho. Quien se aproxima en
Corea a un edificio en el que ha estado un infectado recibe a través de
la “Corona-app” una señal de alarma. Todos los lugares
donde ha habido infectados están registrados en la aplicación. No se tiene muy
en cuenta la protección de datos ni la esfera privada. En todos los edificios
de Corea hay instaladas cámaras de vigilancia en cada piso, en cada oficina o
en cada tienda. Es prácticamente imposible moverse en espacios públicos sin ser
filmado por una cámara de vídeo. Con los datos del teléfono móvil y del
material filmado por vídeo se puede crear el perfil de movimiento completo de
un infectado. Se publican los movimientos de todos los infectados. Puede
suceder que se destapen amoríos secretos. En las oficinas del ministerio de
salud coreano hay unas personas llamadas “tracker” que día y noche no hacen
otra cosa que mirar el material filmado por vídeo para completar el perfil del
movimiento de los infectados y localizar a las personas que han tenido contacto
con ellos.
Una diferencia llamativa entre Asia y Europa son sobre
todo las mascarillas protectoras. En Corea no hay prácticamente nadie que vaya
por ahí sin mascarillas respiratorias especiales capaces de filtrar el aire de
virus. No son las habituales mascarillas quirúrgicas, sino unas mascarillas
protectoras especiales con filtros, que también llevan los médicos que tratan a
los infectados. Durante las últimas semanas, el tema prioritario en Corea era
el suministro de mascarillas para la población. Delante de las farmacias se
formaban colas enormes. Los políticos eran valorados en función de la rapidez
con la que las suministraban a toda la población. Se construyeron a toda prisa
nuevas máquinas para su fabricación. De momento parece que el suministro
funciona bien. Hay incluso una aplicación que informa de en qué farmacia
cercana se pueden conseguir aún mascarillas. Creo que las mascarillas
protectoras, de las que se ha suministrado en Asia a toda la población, han
contribuido de forma decisiva a contener la epidemia.
Los coreanos llevan mascarillas protectoras antivirus incluso
en los puestos de trabajo. Hasta los políticos hacen sus apariciones
públicas solo con mascarillas protectoras. También el presidente coreano la
lleva para dar ejemplo, incluso en las conferencias de prensa. En Corea lo
ponen verde a uno si no lleva mascarilla. Por el contrario, en Europa se dice a
menudo que no sirven de mucho, lo cual es un disparate. ¿Por qué llevan
entonces los médicos las mascarillas protectoras? Pero hay que cambiarse de
mascarilla con suficiente frecuencia, porque cuando se humedecen pierden su
función filtrante. No obstante, los coreanos ya han desarrollado una
“mascarilla para el coronavirus” hecha de nano-filtros que incluso se puede
lavar. Se dice que puede proteger a las personas del virus durante un mes. En
realidad es muy buena solución mientras no haya vacunas ni medicamentos. En
Europa, por el contrario, incluso los médicos tienen que viajar a Rusia para
conseguirlas. Macron ha mandado confiscar mascarillas para distribuirlas entre
el personal sanitario. Pero lo que recibieron luego fueron mascarillas normales
sin filtro con la indicación de que bastarían para proteger del coronavirus, lo
cual es una mentira. Europa está fracasando. ¿De qué sirve cerrar tiendas y
restaurantes si las personas se siguen aglomerando en el metro o en el autobús
durante las horas punta? ¿Cómo guardar ahí la distancia necesaria? Hasta en los
supermercados resulta casi imposible. En una situación así, las mascarillas
protectoras salvarían realmente vidas humanas. Está surgiendo una sociedad de
dos clases. Quien tiene coche propio se expone a menos riesgo. Incluso las
mascarillas normales servirían de mucho si las llevaran los infectados, porque
entonces no lanzarían los virus afuera.
En
los países europeos casi nadie lleva mascarilla. Hay algunos que las llevan,
pero son asiáticos. Mis paisanos residentes en Europa se quejan de que los
miran con extrañeza cuando las llevan. Tras esto hay una diferencia cultural.
En Europa impera un individualismo que trae aparejada la costumbre de llevar la
cara descubierta. Los únicos que van enmascarados son los criminales. Pero
ahora, viendo imágenes de Corea, me he acostumbrado tanto a ver personas
enmascaradas que la faz descubierta de mis conciudadanos europeos me resulta
casi obscena. También a mí me gustaría llevar mascarilla protectora, pero aquí
ya no se encuentran.
En
el pasado, la fabricación de mascarillas, igual que la de tantos otros
productos, se externalizó a China. Por eso ahora en Europa no se consiguen
mascarillas. Los Estados asiáticos están tratando de proveer a toda la
población de mascarillas protectoras. En China, cuando también ahí empezaron a
ser escasas, incluso reequiparon fábricas para producir mascarillas. En Europa
ni siquiera el personal sanitario las consigue. Mientras las personas se sigan
aglomerando en los autobuses o en los metros para ir al trabajo sin mascarillas
protectoras, la prohibición de salir de casa lógicamente no servirá de mucho.
¿Cómo se puede guardar la distancia necesaria en los autobuses o en el metro en
las horas punta? Y una enseñanza que deberíamos sacar de la pandemia debería
ser la conveniencia de volver a traer a Europa la producción de determinados
productos, como mascarillas protectoras o productos medicinales y
farmacéuticos.
A pesar de todo el riesgo, que no se debe minimizar,
el pánico que ha desatado la pandemia de coronavirus es desproporcionado. Ni
siquiera la “gripe española”, que fue mucho más letal, tuvo efectos tan
devastadores sobre la economía. ¿A qué se debe en realidad esto? ¿Por qué el
mundo reacciona con un pánico tan desmesurado a un virus? Emmanuel Macron habla
incluso de guerra y del enemigo invisible que tenemos que derrotar. ¿Nos
hallamos ante un regreso del enemigo? La “gripe española” se desencadenó en
plena Primera Guerra Mundial. En aquel momento todo el mundo estaba rodeado de
enemigos. Nadie habría asociado la epidemia con una guerra o con un enemigo.
Pero hoy vivimos en una sociedad totalmente distinta.
En realidad hemos estado viviendo durante mucho tiempo
sin enemigos. La guerra fría terminó hace mucho. Últimamente incluso el
terrorismo islámico parecía haberse desplazado a zonas lejanas. Hace
exactamente diez años sostuve en mi ensayo La sociedad del cansancio la
tesis de que vivimos en una época en la que ha perdido su vigencia el paradigma
inmunológico, que se basa en la negatividad del enemigo. Como en los tiempos de
la guerra fría, la sociedad organizada inmunológicamente se caracteriza por
vivir rodeada de fronteras y de vallas, que impiden la circulación acelerada de
mercancías y de capital. La globalización suprime todos estos umbrales
inmunitarios para dar vía libre al capital. Incluso la promiscuidad y la
permisividad generalizadas, que hoy se propagan por todos los ámbitos vitales,
eliminan la negatividad del desconocido o del enemigo. Los peligros no acechan
hoy desde la negatividad del enemigo, sino desde el exceso de positividad, que
se expresa como exceso de rendimiento, exceso de producción y exceso de
comunicación. La negatividad del enemigo no tiene cabida en nuestra sociedad
ilimitadamente permisiva. La represión a cargo de otros deja paso a la
depresión, la explotación por otros deja paso a la autoexplotación voluntaria y
a la autooptimización. En la sociedad del rendimiento uno guerrea sobre todo
contra sí mismo.
Umbrales inmunológicos y cierre de fronteras.
Pues bien, en medio de esta sociedad tan debilitada
inmunológicamente a causa del capitalismo global irrumpe de pronto el virus.
Llenos de pánico, volvemos a erigir umbrales inmunológicos y a cerrar
fronteras. El enemigo ha vuelto. Ya no guerreamos contra nosotros mismos, sino
contra el enemigo invisible que viene de fuera. El pánico desmedido en vista
del virus es una reacción inmunitaria social, e incluso global, al nuevo
enemigo. La reacción inmunitaria es tan violenta porque hemos vivido durante
mucho tiempo en una sociedad sin enemigos, en una sociedad de la positividad, y
ahora el virus se percibe como un terror permanente.
Pero hay otro motivo para el tremendo pánico. De nuevo
tiene que ver con la digitalización. La digitalización elimina la realidad. La
realidad se experimenta gracias a la resistencia que ofrece, y que también
puede resultar dolorosa. La digitalización, toda la cultura del “me gusta”,
suprime la negatividad de la resistencia. Y en la época posfáctica de las fake
news y los deepfakes surge una apatía hacia la
realidad. Así pues, aquí es un virus real, y no un virus de ordenador, el que
causa una conmoción. La realidad, la resistencia, vuelve a hacerse notar en
forma de un virus enemigo. La violenta y exagerada reacción de pánico al virus
se explica en función de esta conmoción por la realidad.
La reacción pánica de los mercados financieros a la
epidemia es además la expresión de aquel pánico que ya es inherente a
ellos. Las convulsiones extremas en la economía mundial hacen que esta sea muy
vulnerable. A pesar de la curva constantemente creciente del índice bursátil,
la arriesgada política monetaria de los bancos emisores ha generado en los
últimos años un pánico reprimido que estaba aguardando al estallido.
Probablemente el virus no sea más que la pequeña gota que ha colmado el vaso.
Lo que se refleja en el pánico del mercado financiero no es tanto el miedo al
virus cuanto el miedo a sí mismo. El crash se podría haber
producido también sin el virus. Quizá el virus solo sea el preludio de un crash mucho
mayor.
Žižek afirma que el virus ha asestado al capitalismo
un golpe mortal, y evoca un oscuro comunismo. Cree incluso que el virus podría
hacer caer el régimen chino. Žižek se equivoca. Nada de eso sucederá. China
podrá vender ahora su Estado policial digital como un modelo de éxito contra la
pandemia. China exhibirá la superioridad de su sistema aún con más orgullo. Y
tras la pandemia, el capitalismo continuará aún con más pujanza. Y los turistas
seguirán pisoteando el planeta. El virus no puede reemplazar a la razón. Es
posible que incluso nos llegue además a Occidente el Estado policial digital al
estilo chino. Como ya ha dicho Naomi Klein, la conmoción es un momento propicio
que permite establecer un nuevo sistema de gobierno. También la instauración
del neoliberalismo vino precedida a menudo de crisis que causaron conmociones.
Es lo que sucedió en Corea o en Grecia. Ojalá que tras la conmoción que ha
causado este virus no llegue a Europa un régimen policial digital como el
chino. Si llegara a suceder eso, como teme Giorgio Agamben, el estado de
excepción pasaría a ser la situación normal. Entonces el virus habría logrado
lo que ni siquiera el terrorismo islámico consiguió del todo.
El virus no vencerá al capitalismo. La revolución
viral no llegará a producirse. Ningún virus es capaz de hacer la revolución. El
virus nos aísla e individualiza. No genera ningún sentimiento colectivo fuerte.
De algún modo, cada uno se preocupa solo de su propia supervivencia. La
solidaridad consistente en guardar distancias mutuas no es una solidaridad que
permita soñar con una sociedad distinta, más pacífica, más justa. No podemos
dejar la revolución en manos del virus. Confiemos en que tras el virus venga
una revolución humana. Somos NOSOTROS, PERSONAS dotadas de RAZÓN, quienes
tenemos que repensar y restringir radicalmente el capitalismo destructivo, y
también nuestra ilimitada y destructiva movilidad, para salvarnos a nosotros,
para salvar el clima y nuestro bello planeta.
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