sábado, 13 de junio de 2020

Nacionalizar la lucha democrática, por @benalarcon




Benigno Alarcón Deza 11 de junio de 2020
@benalarcon

La oposición está obligada a nacionalizar la lucha por la democracia, lo que no implica subestimar la importancia del apoyo internacional, que resulta esencial, pero sí asumir la necesidad de empoderar y movilizar a la sociedad venezolana

¿Vamos hacia la normalización del Estado de Alerta decretado por el COVID-19?

Si el COVID-19 se comporta en Venezuela de la misma forma como lo ha hecho en otros países, y no hay ninguna razón que nos haga pensar que no será así, el actual intento por flexibilizar la cuarentena y normalizar progresivamente las condiciones de vida de una población que ya agotó sus reservas para mantenerse confinada, implicará un crecimiento importante en la tasa de contagios que irá de la mano con una mayor movilización de la población, y que se potenciará mucho más gracias al abastecimiento de gasolina que se inició hace una semana, después de tres meses de su desaparición. La normalización traerá como consecuencia que las personas y el COVID-19 se encuentren en la calle, con la consecuente normalización de la curva de contagio, para pasar de una etapa de crecimiento lineal, gracias a la desmovilización y el relativo aislamiento desde antes de la aparición de la pandemia, a una que podría ser de crecimiento exponencial, en la que el país no cuenta con la infraestructura ni los recursos humanos ni materiales para hacerle frente. La alta probabilidad de ocurrencia de este escenario se ha convertido en el centro de atención del gobierno, la oposición, y de una parte importante de la comunidad internacional, aunque no en la principal preocupación de la población mayoritariamente enfocada, y sin tiempo para nada distinto, en los problemas de su subsistencia diaria.

Dada la inminencia de la amenaza sanitaria que se cierne sobre Venezuela, preocupan las respuestas erráticas del régimen, posiblemente como consecuencia de su propia desinformación derivada del escaso número de pruebas PCR que se procesan diariamente, así como de la data que se oculta entre sus propios despachos. Ello ha generado decisiones contradictorias, órdenes y contraordenes, como ha sido, por ejemplo, la directiva de Maduro de endurecer la cuarentena el pasado 23 de mayo, por un aumento importante en el número de contagios debido a que el confinamiento se estaba “cumpliendo en sólo un 60%”, para iniciar esta semana, justo cuando llega la gasolina iraní, un esquema de flexibilización de la cuarentena que ha implicado la salida simultanea de millones de personas a la calle.

Este esquema de flexibilización, al que se le ha denominado “5×10” (5 días de flexibilización y 10 de cuarentena), independientemente de su idoneidad y cumplimiento, hace evidente la preocupación del gobierno por las tensiones que se están generando entre las necesidades de sobrevivencia en medio de la parálisis nacional y las consecuencias de entrar en una fase de contagio exponencial. El aumento del precio de la gasolina a niveles internacionales y la posible extensión de un proceso de racionalización del consumo, si el precio no fuese suficiente para ello una vez alcanzado un punto de equilibrio en el abastecimiento, podrían convertirse en mecanismos para limitar el ritmo de la normalización, dependiendo de cómo evolucione la etapa de contagio a la que podríamos estar entrando en la medida que las personas comiencen a movilizarse, y con ellas el virus. La incoherencia entre decisiones evidentemente contradictorias podría ser la expresión de esta especie de tune in, en el que el régimen debe moverse cuidadosamente entre los dos extremos representados por la cuarentena y la normalización, de manera tal de encontrar un equilibrio que le permita mantenerse en pie entre las presiones sociales por el gigantesco deterioro de las condiciones de vida, que podría acarrear una situación de ingobernabilidad y las que pueden derivarse de una pérdida de control en la expansión de la pandemia.

Todo parece indicar que tanto el gobierno como la oposición saben que la amenaza de contagio exponencial es real, así como sus limitaciones para lidiar con tal situación, por lo cual el gobierno de Maduro termina aceptando de manera pragmática la firma de un acuerdo preliminar entre la Asamblea Nacional, el Ejecutivo y la Organización Panamericana de la Salud (OPS), en el que el ministro de Salud, Carlos Alvarado y el Dr. Julio Castro, nombrado por Juan Guaidó como asesor en temas de salud, se comprometen a crear los mecanismos para que la Organización Panamericana de la Salud (OPS) pueda ejecutar recursos gestionados tanto por el Parlamento como por Miraflores para atender el COVID-19.

El acuerdo, de una página, contiene los lineamientos básicos y generales de un plan marco, cuyos detalles deben ser desarrollados por ambas partes, en coordinación con la Organización Panamericana de la Salud (OPS),  con el propósito de “salvar vidas, proteger al personal de salud y reducir la transmisión” del coronavirus.

Este acuerdo inédito, que implica el reconocimiento tácito entre ambas partes y constituye un acto de responsabilidad que no debe ser materia de cuestionamientos entre personas sensatas, y que ambas partes habían acordado dejar fuera de la diatriba política, fue filtrado a los medios de comunicación independientes a las pocas horas por el mismo gobierno, tal como ha sucedido en otras oportunidades como las negociaciones celebradas en República Dominicana, Noruega y Barbados, para ser usado como arma política contra Guaidó e intentar hacerlo aparecer como colaboracionista, débil y poco transparente ante su propia audiencia, golpeando nuevamente la credibilidad del liderazgo democrático.

La expectativa de que este acuerdo pudiese ser una ventana de oportunidad para iniciar negociaciones en lo político luce, lamentablemente, poco probable, no sólo por el hecho de la filtración de la información y la campaña que de manera inmediata se monta contra Guaidó por la firma de este acuerdo, sino por los eventos posteriores que confirman la continuación de la dinámica de persecución contra la oposición, entre los que destaca la demanda expresada por el canciller, Jorge Arreaza, para que las Embajadas de España y Francia entreguen a Leopoldo López y Juan Guaidó a las autoridades venezolanas.

¿Qué tan inciendiaria podría ser la gasolina iraní en el medio de la actual crisis política?

El lunes de la semana pasada comenzó el proceso de abastecimiento de combustible, en el que si bien han abundado problemas logísticos de todo tipo (desconexión de puntos de pago, cambios en el denominado “Pico y Placa” y el de que cada quien abastezca cuando quiera, la eliminación del sistema subsidiado para pasar a uno no subsididado en varias estaciones de gasolina, interrupciones en el flujo de gandolas, entre otros) resulta aún prematuro sacar conclusiones sobre el éxito o el fracaso de la estrategia implementada por el gobierno venezolano con la ayuda del de Irán.

Después de casi tres meses sin abastecimiento de combustible y un mercado negro muy restringido que la proveía a precios muy por encima del promedio internacional, era de esperarse que el reinicio del abastecimiento se tradujera en largas colas en las que la mayoría de los  propietarios de unos dos millones de vehículos a nivel nacional hayan estado dispuestos a esperar por horas, y en ocasiones hasta a pernoctar, para hacerse con algo de gasolina por el temor de que lo descargado por cinco buques iraníes no durará para siempre.

La realidad es que la apertura del esquema de abastecimiento de combustible pareciera indicar que el gobierno cuenta con más reservas de gasolina de lo que los justificados temores parecieran indicar, y la apuesta oficial es que el abastecimiento logrado, con la ayuda de Irán, no es una ruleta que se juega a una sola vuelta, sino que, como el mismo gobierno de Irán ha manifestado, hay disposición a continuar cooperando. De ser así, y no haber mayores interrupciones, el balance entre abastecimiento y consumo podría normalizarse entre mediados y finales del presente mes, considerando el hecho de que el aumento de precios, sumado a una movilización limitada por la cuarentena, implicarán una reducción significativa del consumo.

Mientras algunos analistas apuestan a que la conflictividad podría llegar de la mano con la muy costosa gasolina iraní, el comportamiento de la gente durante esta primera semana pareciera indicar que ello es poco probable. En este sentido encontramos que mientras Guaidó llamó a protestar contra los nuevos precios del combustible, las únicas protestas que se registraron no fueron por el precio sino para que se les vendiera el combustible. Resulta poco probable que haya más que unos pocos eventos aislados en los que la gente se arriesgue a escalar protestas violentas en estaciones de servicio custodiadas militarmente, poniendo sus propios vehículos en riesgo de terminar con daños muy costosos.

La pérdida de la iniciativa política interna, por múltiples razones como la caída de las expectativas y las limitaciones impuestas por el Estado de Alarma declarado por el COVID-19, cuando se trataba de iniciar un nuevo ciclo de protestas aprovechando el éxito de la gira internacional de Guaidó, ha colocado a la alternativa democrática en una posición de extrema vulnerabilidad y dependencia de las alianzas externas, así como ante el riesgo de ser desplazada por otros grupos y liderazgos, cuya vocación democrática está menos clara, sobre todo si el régimen avanza en la elección parlamentaria de este año, como todo parece indicar.

¿Hacia dónde se mueve el actual escenario?

Lamentablemente, como decíamos en el evento Perspectivas 2020 del pasado mes de noviembre, las tendencias ya presentes para entonces apuntaban a la conformación de un escenario que se ha movido durante el primer semestre hacia una mayor autocratización del régimen. El Estado de Alerta, originada por el COVID-19, ha exacerbado las tendencias que apuntaban hacia este escenario facilitando al control que el régimen mantiene sobre las instituciones del Estado y sobre una red para-estatal clientelar que complementa el control social, territorial y sobre la información, y que han venido copando todos los espacios durante los últimos tres meses.

Sin embargo, el régimen se mueve en medio de una situación que no está libre de riesgos para ellos, al verse obligados a navegar entre las tensiones sociales derivadas de la emergencia y el deterioro progresivo de las condiciones sociales y económicas, que hacen cada vez más difícil la subsistencia. Estas tensiones podrían traducirse en un crecimiento de la conflictividad social que, bien por el deterioro de las redes clientelares locales que ejercen la represión preventiva y temprana afectadas también por la situación-país, o por la masificación de la protesta que, de sobrepasar a los cuerpos policiales y grupos para-militares, podrían colocar al sector militar ante un dilema entre mantener al gobierno por la fuerza y asumir la necesidad de un cambio político.

¿Qué puede hacer el liderazgo democrático?

Mientras un importante número de actores, tanto domésticos como internacionales, exigen al gobierno y a la oposición cooperar para atender las urgencias en materia humanitaria, y ahora sanitaria, es importante comprender que la no politización de estos esfuerzos pareciera ser una utopía, como lo demuestra la filtración del acuerdo para trabajar de manera conjunta con la Organización Panamericana de la Salud (OPS). Pero el hecho de que la despolitización no sea posible, no debe ser excusa para no hacer lo que se debe hacer, aunque ello debe asumirse desde una posición política más realista que obliga a aceptar que ninguna información aprovechable políticamente tendrá el privilegio de la confidencialidad y que por lo tanto la oposición debe sincerarse y negarse a tales compromisos para tomar la iniciativa en la vocería y explicar cualquier actuación antes de que sea utilizada en su contra.

La oposición está en la urgente necesidad de replantear su narrativa y vincular los temas sociales con lo político. No es suficiente plantear la lucha por la democracia como la lucha por un principio abstracto. Es necesario construir una narrativa que tienda un puente entre la situación social, la vida diaria de la gente y la democracia. 

Asimismo, la oposición está obligada a hacerse menos dependiente de factores externos, que siempre tendrán limitaciones en lo que pueden hacer por ayudar a otros fuera de sus propios territorios, y nacionalizar la lucha por la democracia, lo que no implica subestimar la importancia del apoyo internacional, que resulta esencial, pero asumiendo la necesidad de empoderar y movilizar a nuestra propia sociedad. Para ello es necesario que la oposición centre más recursos y esfuerzos en la construcción de un movimiento democrático mientras reduce, o al menos modera, aquellos destinados a una estructura de gobierno que, como ya sabemos, tiene hoy una utilidad muy limitada. La alternativa democrática no será gobierno por insistir en llamarse a si misma gobierno o por ser reconocida por los aliados internacionales como tal, sino por desarrollar las capacidades y una estrategia realista y coherente para canalizar la voluntad de la gran mayoria y hacer posible una transición que nos permita constituir un gobierno legítimo que tenga el control sobre las instituciones del Estado.

La elección parlamentaria que, según la Constitución vigente, debería celebrarse este año, y a la cual el régimen no parece haber renunciado pese a las dificultades, es una de las mayores amenazas que enfrentan los demócratas en el futuro inmediato y se constituye en una de las fuerzas que operará en los escenarios por venir y en el sistema para hacer que la realidad venezolana cambie, para bien o para mal. El debate no debería ser,  otra vez, si participamos o no. El verdadero debate debería girar en torno a cómo usamos nuestras fortalezas y capacidades de la mejor forma posible para que, aún en las condiciones menos favorables, nuestra lucha pueda ganar legitimidad y espacios en el escenario político nacional e internacional, que es la única forma de poder seguir avanzando hacia una Venezuela libre y democrática.


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