Tomás Páez 19 de diciembre de 2020
@tomaspaez
La Real Academia define la xenofobia como rechazo al
extranjero, discriminación por razones de carácter ideológico, actitudes y
conductas excluyentes de desprecio al otro, expresa prejuicios muy arraigados,
incluye la incitación pública a la violencia contra determinado grupo de
personas: “freír la cabeza de adecos y copeyanos”, “prohibir el retorno de los
compatriotas”; violación del derecho humano a la movilidad al considerar al
“retornado como arma bioterrorista”, estigmatización de los ciudadanos al
llamarlos lavaretretes o imbéciles, burlarse de manera sádica de los ahogados
en las costas de Güiria y considerar a los venezolanos como extranjeros y
enemigos indeseables por no compartir la “ideología del socialismo del siglo
XXI”.
No se puede atribuir a la casualidad que la Corte Penal
Internacional haya determinado que la dictadura de Maduro comete crímenes de
lesa humanidad. El régimen ostenta un extenso prontuario xenófobo y cínico,
cuyo signo más evidente es ignorar la formidable dimensión de la diáspora
venezolana, contando para ello con el mutismo cómplice del Instituto Nacional
de Estadísticas. Desconoce y se desentiende de más de 20% de la población,
mientras los países receptores cobijan a más de 6 millones de venezolanos,
contundente evidencia de la xenofobia que el régimen ejerce con sistemática
desmesura.
Quienes desempeñan funciones de gobierno forman parte de
esa camada de mentirosos patológicos a quienes importan poco las evidencias y
la realidad del desplazamiento humano que ha sido documentado, fotografiado,
filmado, investigado y el cual preocupa y del cual se ocupa el mundo decente.
Viene a mi memoria una anécdota del primer encuentro de Winston Churchill con
Stalin. El primero preguntó por el destino de los “Kulak”, propietarios de
pymes del campo a quienes el régimen socialista estigmatizó, por su osadía de
enfrentarse a la estatización que promovía el régimen socialista, en la cual no
solo perdieron sus propiedades, sino también sus vidas. Stalin respondió, con
absoluto desdén: “Ah, se han marchado”.
Ante el desconocimiento y negación de la diáspora por
parte del régimen, palidecen las declaraciones xenófobas de las diputadas de
Panamá y Perú, las de la alcaldesa de Bogotá y hasta las inhumanas
declaraciones de los voceros del gobierno de Trinidad y Tobago intentando
justificar las violaciones de los acuerdos y convenciones internacionales. El
silencio del régimen solo destila un odio contumaz.
Las manifestaciones y expresiones de algunos voceros en
el mundo, absolutamente reprochables, se fundan en mitos, falacias y
nacionalismos estériles, desconocedores de los derechos del individuo,
verdaderos obstáculos a la integración y la cooperación. Aunque aparentemente
opuesta, la “estrategia de vulnerabilización” de la diáspora se sitúa en
idéntica dirección. Tales falacias sirven de sustento a políticas que avivan la
migración irregular, aumentando los costos de la legalidad.
Las declaraciones de estos voceros y las imágenes
contentivas de actos xenófobos reciben una atención especial en los medios y se
viralizan con rapidez. Desafortunadamente, no reciben el mismo trato las
acciones generosas e integradoras de personas, organizaciones y gobiernos que
acogen a los migrantes con independencia de su condición. En estos casos, la
“viralidad” escasea y las redes enmudecen.
Tras las noticias y la información es posible identificar
las falacias, inmutables y maleables a un mismo tiempo, argumentos manidos
aplicados a distintas nacionalidades a lo largo de la historia: carecen de
fecha de caducidad. Sobre ellos se fundan políticas migratorias restrictivas y
actos xenófobos. Estos mitos y falacias fueron abordados en el reciente
encuentro, promovido por la Florida Global University, dedicado al análisis de
la relación “Medios, diáspora y xenofobia”, a partir de las investigaciones
pioneras de las Universidades de la Sabana (Colombia) y Austral (Argentina) y
el respaldo de la Secretaría de Promoción de la Democracia de la OEA.
Estas creencias sin fundamento conspiran contra el diseño
y ejecución de una estrategia de gobernanza de la diáspora, ya que omiten y
desconocen la relación existente entre migración y desarrollo. Esta supresión
impide comprender el papel desempeñado por la diáspora en áreas como el
comercio internacional, las inversiones, la demanda agregada y la transferencia
de tecnología, entre otros.
Los temas migratorios, como los ambientales, son por
definición transnacionales y les resulta excesivamente limitante la idea de los
“nacionalismos metodológicos” o la “identidad nacional”. Se trata de fenómenos
que no conocen de fronteras y, pese a ello, han servido como criterios para
restringir el desplazamiento humano. El “nacionalismo”, terreno fértil para el
totalitarismo, es capaz de transformar personas sensibles y preocupadas por el
bienestar de su vecino en aguerridos enemigos de la inmigración. Me ha tocado
vivirlo muy de cerca con amigos muy queridos.
Es usual que nos pregunten por obstáculos impuestos en
otros países al ingreso de nuestros compatriotas, que indaguen por los
maltratos recibidos en algunos países. En los últimos días la atención se ha centrado
en el gobierno de Trinidad, de los pocos que reconoce al Sr. Maduro,
responsable de separar familias y dejar a la deriva, en pequeñas embarcaciones,
a varias decenas de venezolanos. Nuestra historia como país de inmigrantes nos
otorga la autoridad para reprochar los malos tratos y vejaciones sufridas por
nuestros compatriotas en otros países, pero en ese reclamo el primer lugar lo
ocupa el régimen venezolano: destructor, promotor de diáspora y xenófobo
La xenofobia es una política que corroboran los más
conspicuos voceros del régimen, lo que permite generalizarlo a todos sus
representantes, nacional e internacionalmente. En cambio, nuestros reproches en
el plano internacional no pueden generalizarse, exceptuando posiblemente casos
específicos como el de Trinidad y Tobago. Políticos y partidos en el mundo han
fundamentado su carrera estimulando el miedo al otro, al migrante, a quien
identifica como un enemigo peligroso. Lo hace basado en hipótesis
comprobadamente falsas. Las declaraciones de algunos no comprometen a la
mayoría de los gobiernos de la región, cuyas demostraciones y disposición a
integrar y aprovechar el inmenso capital humano y el bono demográfico que
ofrece la diáspora está fuera de toda duda.
Un fenómeno tan diverso, plural y complejo como el de la
diáspora venezolana, hemos insistido, no admite generalizaciones rápidas o
categorías simplificadoras. En ella también hacen vida las megabandas
transnacionales de la droga, el tráfico de niños y jóvenes y los “PRANES” de la
política. Los desmanes cometidos, asesinatos, robos, etc., nutren la
información en los medios en los países receptores.
Por fortuna, la mayor parte de los países de la región
resguardan con celo la libertad de expresión y permiten el debate de enfoques e
ideas y la crítica a la forma de gerenciar la información. Este tesoro, la
libertad de expresión, nos advierte de las falacias que envuelven la forma y
contenido de ciertas informaciones, sin asidero alguno en la realidad y
favorecedoras de comportamientos violentos, perjudiciales a la convivencia y la
integración. Es inadecuado y contrario a la libertad de expresión limitarla o
coartarla, de hecho hay miles de sitios web dedicados a proclamar el rechazo al
otro. Lo procedente es desmontar los contenidos y combatirlos en el plano de
las ideas, en el de las evidencias y en el de los datos y demostrar el sesgo en
la gestión de la información.
Los medios son portentos aliados capaces de evidenciar el
escaso sustento de creencias arraigadas y generadoras de xenofobia. Poseen la virtud
y la capacidad de ofrecer información mejor sustentada y menos sesgada, lo cual
facilita y reduce los costos de la integración, hecho que favorece la
cooperación, la reciprocidad y la participación de los migrantes. Como afirma
Hume, todos estaríamos mejor si es posible y se instala la cooperación y ésta
se basa en el reconocimiento del valor mutuo de los participantes. Es abundante
la tela de la cual cortar: la migración favorece el desarrollo, reduce la
pobreza y propicia el crecimiento global; colocar barreras, muros y vallas a
los migrantes tiene efectos negativos y genera el empobrecimiento de todos.
Colocar el foco en los derechos del individuo y en los
derechos humanos es una enorme contribución a la superación de las falacias, lo
cual contribuye a mejorar la calidad de la información que ofrecen los medios.
Aquí también conviene evitar las generalizaciones apresuradas y establecer con
datos a los responsables de propiciar conductas xenófobas.
Estaríamos haciendo una extraordinaria contribución al
diseño y ejecución de una estrategia de gobernanza de la diáspora para
aprovechar las inmensas oportunidades que ofrecen los desplazamientos humanos.
Quienes dirigen los medios y las élites intelectuales, sociales, políticas y
económicas, de Latinoamérica y Venezuela tienen ante sí un importante desafío:
construir una estrategia para la nueva geografía que la diáspora está fraguando
y cuyos aportes al desarrollo admiten poca discusión.
Tomado de: https://www.elnacional.com/opinion/la-xenofobia-la-necesidad-de-superar-mitos-y-falacias/
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