Benigno Alarcón Deza 13 de marzo de 2022
@benalarcon
“Si
Usted quiere algo distinto, si no está conforme con el régimen bajo el que vive
en Venezuela, tiene que irse a otro país”, y “si no quiere o no puede por
alguna razón, entonces lo mejor que puede hacer es mimetizarse, adaptarse para
sobrevivir, ocupándose de su propia vida, de su trabajo, de su familia, de las
cosas en las que sí pude incidir directamente, y no ponerse a intentar cambiar
cosas que Usted no puede cambiar”. Porque “Usted, o mejor dicho nosotros, no
podemos cambiar el país ni el gobierno”. “Lo único que puede hacer es adaptarse
para sobrevivir.”
“Si a su abuelo o a su padre no le alcanza el pago de la jubilación o no lo atienden en un hospital, resuelva como pueda, pero no se ponga a protestar porque Usted y su padre, o su abuelo, terminarán presos”, aunque lo único que hayan hecho sea colgar una pancarta. Y ni hablar de protestar. “Las protestas no sirven para nada.”
Si
Usted depende en alguna medida de la “generosidad” del Estado porque este es su
empleador o su benefactor de alguna manera, y es tiempo de elecciones,
“recuerde que los ojos del Estado, o sea los ojos del Comandante Eterno, lo vigilan
y lo ven todo”. “Ellos saben por quién vota”, y Usted no puede cambiar nada
votando porque “el Consejo Nacional Electoral oficialista es quien cuenta los
votos”.
“En
estos tiempo es mejor no meterse en política, esconderse, encerrarnos en
nuestras vidas, ocuparnos de nuestras familias, ignorar lo que pasa afuera, e
incluso no ver las noticias para conservar la salud mental”. En otras palabras,
mimetizarse, como hacen los animales, para no ser devorados por un Estado todo
poderoso.
Esta
narrativa, que se impone por el miedo, además goza también de incentivos
positivos, porque hoy adaptarse para sobrevivir es mucho más fácil que ayer.
Hoy, “ya no hay hiperinflación”, “los anaqueles están llenos”, hay dólares por
todas partes”. En otras palabras, “Venezuela se arregló”. “Y si estos avances
han sido posibles en medio de las sanciones, gracias a un gobierno fuerte,
imagínense el país que tendríamos si nos quitan las sanciones”. Entonces más
bien deberíamos unirnos y protestar, pero no en contra del gobierno de Maduro,
sino contra Guaidó, los gringos y sus sanciones.
Hace
unos diez años, en una visita que hacíamos el Instituto Kellog en la
Universidad de Notre Dame, gracias a la amable invitación del profesor Michael
Coppedge, un muy respetado investigador dedicado al estudio de la democracia y
buen conocedor de la política venezolana, quien organizó para nosotros una
vista de estudio y discusión sobre el caso Venezuela con un muy prestigioso
equipo académico de ese instituto, fuimos advertidos, por primera vez, sobre la
importancia de LA NARRATIVA en el caso venezolano.
El
llamado de atención venía del profesor Samuel Valenzuela, quien daba al término
una importancia que para nosotros había pasado hasta entonces inadvertida.
Creíamos comprender el peso de la comunicación como nuevo campo de batalla para
el régimen, pero la narrativa había pasado por debajo de nuestro radar de
prioridades. Hoy, cuando se impone una nueva narrativa que nos habla de la
inutilidad de luchar y de la necesidad de “acomodarnos”, de “adaptarnos para
sobrevivir”, de “convivir” con el gobierno y tratar de jugar
‘inteligentemente”, o de aprovechar el momento porque “Venezuela se arregló“,
resulta innegable su importancia estratégica en esta especie de guerra híbrida
entre autoritarismo y democracia, sobre todo en un momento en el que los que
los regímenes iliberales se vuelven más sofisticados y comienzan a ganar
espacios en todo el mundo.
Los
efectos de la narrativa oficialista, introducida a nuestro sistema social y
político por diferentes medios, están a la vista. En nuestros últimos estudios,
tanto cualitativos (grupos focales) como cuantitativos (encuesta nacional),
algo más de la mitad de la población se confesaba incapaz para cambiar la
realidad del país, reconocía su impotencia para lograr un cambio, después
de haberlo intentado todo, y la necesidad de conformarse con intentar cambiar
su realidad personal, para lo cual tiene dos alternativas, irse o adaptarse
para sobrevivir, y si bien hay casi una mitad que se niega a aceptar esta
situación, la casi totalidad de este grupo tampoco siente que tenga el poder o
los recursos para cambiar la realidad y coloca la responsabilidad del cambio
sobre los hombros de terceros (la comunidad internacional, los militares,
grupos armados, etc.).
Estas
narrativas van moldeando un escenario desalentador y paralizante para quienes
aspiran a un cambio político pero no saben qué hacer, no solo por lo que la
gente cree que haya de cierto en estas narrativas, sino por la necesidad que
tienen hombres y mujeres que viven en sociedad de adaptarse al comportamiento
del rebaño. Independientemente de que Usted crea o no que el gobierno es
invencible, usted no actuará si cree que su entorno no piensa como Usted,
porque ello aumentará sus dudas y actuar fuera del rebaño implicaría mayores
riesgos y sería un sacrificio inútil. Es así como en nuestros estudios
cualitativos es común que la gente culpe a otros de no haber logrado un cambio
porque los otros tienen miedo, porque no salen a la calle, porque no votan, o
porque se conforman con las dádivas que les da el gobierno. Pero pocos asumen
la responsabilidad de su propia contribución al mimetizarse entre el
comportamiento del colectivo. Y es que el problema no tiene que ver solamente
con que sepamos lo que hay que hacer sino cómo coordinar la acción colectiva.
Para
ejemplificar este dilema supongamos que un delincuente armado con revolver de
cinco tiros es rodeado por 200 personas después de cometer un delito. El
delincuente sabe que está en desventaja y su desventaja aumenta cada vez que
dispare contra alguno de sus captores. Sus captores saben que el delincuente no
puede ganar un enfrentamiento contra 200 personas, pero la ventaja que puede
suponer el ser mayoría desaparece si nadie está dispuesto a correr el riesgo de
atrapar al delincuente porque todos están convencidos de que para atraparlo es
necesario inmolarse, y quien lo haga perderá la vida.
La
realidad es que para atrapar al delincuente no es necesario que todos, o sea
los 200, decidan hacerlo, ni tan siquiera se necesitan 100, y tampoco 50, solo
se necesita que una pequeña porción de ese grupo, por ejemplo un 5% que
equivale a 10 personas, tome la decisión de actuar coordinadamente para
convencer al delincuente de que no hay salida y disparar solo agravará las
consecuencias para él. En otras palabras, un pequeño grupo, actuando
coordinadamente puede convencer a un delincuente armado de que oponerse por la
fuerza puede ser mucho más costoso para él que negociar su salida.
Pero
nada de esto sucede por azar. El ser humano cuando es colocado bajo ciertas
circunstancias es condicionado a responder de determinadas maneras, sobre todo
si se trata de una respuesta colectiva en la que la corriente nos arrastra y
hay menos oportunidad para reflexionar, decidir y actuar de manera individual.
No importa si la narrativa la consideramos cierta o falsa, sino la actitud que
la gente asume ante ella, y lo que nosotros mismos hacemos en base a lo que
suponemos que otros harán, adaptándonos a lo que suponemos será el comportamiento
colectivo, aún sin estar muchas veces de acuerdo.
La
realidad es que el poder de las narrativas es inmenso porque ellas determinan,
en buena medida, las actitudes que la gente asume ante los desafíos que se le
imponen. A modo de ejemplo recordemos el caso de Barinas.
Sin
caer en el extremo de quienes pretenden comparar lo que sucedió con una futura
elección presidencial, si resulta pertinente apreciar en su justa medida lo
ocurrido entre el 21 de noviembre de 2021 y el 6 de enero de 2022. Barinas ha sido
gobernada por la familia Chávez desde antes de que Chávez ganara la
presidencial de 1998, lo que alimentaba una narrativa sobre la imposibilidad de
que la oposición le arrancara al chavismo nada menos que la tierra natal de su
líder fundamental.
El mito
de la imbatibilidad de los Chávez en su propia tierra se quiebra con el triunfo
de Freddy Superlano sobre Argenis Chávez el 21 de noviembre por un número de
votos que nunca quedó del todo claro pero que se supone que anduvo por el orden
de los trescientos. Derrota que el oficialismo no aceptó, produciéndose el
hecho inédito de su inhabilitación por el Tribunal Supremos de Justicia tras la
elección, convocándose a una nueva elección mes y medio después. En la elección
del 6 de enero el candidato oficialista, Jorge Arreaza, con todo el apoyo del
gobierno nacional, no solo borra la estrecha ventaja de unos 300 votos que
supuestamente obtuvo la oposición, sino que multiplica la suya por 100,
aumentando su votación en más de 30.000 votos, y aún así pierde al encontrarse
que la votación de la oposición, sin los recursos del aparato estatal, aumenta
en más de 50.000 votos.
Entre
el 21 de noviembre y el 6 de enero no hubo cambios objetivos en la situación
que puedan explicar este resultado. El padrón electoral era el mismo, las
condiciones electorales eran incluso peores, ante la ausencia de los
observadores internacionales, las asimetrías en los recursos y la exposición
mediática se habían profundizado, a lo que se sumaba la determinación del
gobierno nacional para revertir el resultado de la elección al costo que fuese
necesario; pero la nueva elección no solo solo favoreció nuevamente a la
oposición, sino que amplió su ventaja de 300 a unos 50.000 votos. Lo único que
cambió entre el 21 de noviembre y el 6 de enero fue la actitud de la gente como
consecuencia de que el mito de la imbatibilidad de los Chávez y del gobierno se
había roto y había sido sustituida por una nueva narrativa: ‘Los Chávez y el
gobierno eran derrotables”, y fueron derrotados.
Hoy la
gran mayoría democrática del país necesita de una nueva narrativa que empodere
a la gente, que genere expectativas positivas sobre nuestras posibilidades de
lograr un cambio democrático. Una narrativa que nos recuerde que los ciudadanos
somos titulares de derechos, y que los derechos no son concesiones graciosas
del gobierno a los ciudadanos, pero si no los ejercemos y defendemos, los
perderemos irremediablemente. Si Usted se conforma con menos, tendrá cada vez
menos.
Una
narrativa que nos recuerde que los países se transforman por causas sino por
causantes, por la determinación de sus pueblos. Los países se transforman por
la acción colectiva de sus ciudadanos y sus liderazgos.
Tomado
de: https://politikaucab.net/2022/03/07/la-narrativa/
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