Patrick FORT 17 de octubre de 2024
Comida
podrida, poca agua y frío: madres de detenidos tras la controversial reelección
del presidente Nicolás Maduro en julio denuncian que sus familiares reciben un
trato “inhumano” en Tocuyito, una cárcel de máxima seguridad en el norte de
Venezuela.
Y fuera
de la prisión las condiciones tampoco son fáciles.
Únicamente
las mujeres tienen derecho de visita. En una protesta el miércoles para exigir
que los liberen, algunas vestían camisetas blancas estampadas con consignas y
el rostro de sus hijos.
“Son inocentes. No son ladrones ni asesinos. Lo único que pedimos es libertad”, dice Mireya González, de 53 años, cuyo hijo Sandro Rodríguez, de 25, lleva más de dos meses encarcelado tras ser detenido en Barquisimeto, ciudad a 200 kilómetros de distancia.
Las
manifestaciones que estallaron luego del anuncio de la victoria de Maduro
dejaron 27 muertos, entre ellos dos militares, y más de 2,400 detenidos que el
propio mandatario izquierdista tilda de “terroristas”.
Muchos
fueron trasladados a dos cárceles de máxima seguridad, Tocorón y Tocuyito,
donde no se mezclan con el resto de la población penitenciaria.
Los
presos viven en condiciones “inhumanas” y los familiares no les pueden dar
nada, afirma una madre. “Todas somos madres aquí, (venimos) de todo el país”.
En Tocuyito,
de 441 detenidos en manifestaciones, “221 tienen alguna patología. No los
atienden, les dicen: ‘te cuidaremos cuando estés muriendo’”, asegura González,
vocera de un grupo de unas 50 madres que aguardan a las afueras de la prisión.
“No
hay agua. Les dan muy poca comida y es mala. Al principio había lombrices...
Esta mañana el desayuno fue pollo podrido que no pudieron comer”, dice otra
madre bajo anonimato.
Un
familiar asegura que sólo han recibido un uniforme desde su detención. “No hay
sábanas y se ven obligados a romper los colchones y envolverse en ellos para no
pasar frío”, describe. Ha habido numerosos “intentos de suicidio”, remarca.
Yaisleth
Petit, cuyo esposo Carlos Caripa también está preso, le implora al presidente
Maduro: “Que dé libertad a estos niños inocentes. ¡En el nombre de Dios!”.
“Cuando
vi a mi marido no lo reconocí, era un señor que pesaba 98 kilos, ahora pesa 65.
Sufría mucho de hambre, estaba muy mal”, asegura.
“YA NO
TENEMOS MIEDO”
Del
otro lado de las rejas la vida también es dura. Quienes viven lejos optan por
quedarse para evitar el costoso traslado.
Yajaira
Méndez, de 45 años, madre de Yholber Coronado, encerrado en Tocuyito, vive en
el vecino estado de Lara y comparte habitación con otras 15 personas.
“Cada
uno paga 2 dólares al día”, explica sobre el grupo, que a veces recibe ayuda de
asociaciones o familias.
La
habitación está situada en un terreno con casas deterioradas cerca de la
prisión.
En el
suelo hay cuatro colchones y sobre uno de ellos unos calcetines de bebé con la
imagen de “Spiderman”. “Dormimos tres o cuatro en un colchón”, explica
González.
En la
pequeña cocina, los platos son recipientes de plástico de margarina vacíos.
“Reutilizamos todo lo que podemos”, subraya González.
Marisela
Peña, de 28 años, tía de Wilbert Aragurez, de 18, se turna junto a otros
familiares para dormir bajo la marquesina de una tienda de alimentos frente a
la prisión.
“Queremos
estar muy cerca de la prisión, porque mi sobrino está muy enfermo: tiene
convulsiones regularmente y queremos poder llevarle medicinas. Y es más barato
que el hotel”, dice.
Sobre
el suelo de cemento hay mantas y pequeñas bolsas de viaje.
¿Siente
miedo? “Ya no tenemos miedo desde que nuestros hijos están en prisión”,
responde una de las madres.
El
electricista y carpintero Víctor Reyes, de 46 años, lleva dos meses acampando
en un pequeño rincón bajo la misma marquesina luego que su hijo de 19 años,
Ángel, fuera arrestado. Su comodidad se limita a una cocina eléctrica, cartones
y una manta para dormir.
Había
emigrado como otros siete millones de venezolanos y regresó de Colombia poco
antes de las elecciones del 28 de julio para votar en Valencia, ciudad cercana
a Tocuyito.
Planeaba
irse cuando arrestaron a su hijo. Al ser hombre no puede visitarlo, por lo que
está tarea queda para la abuela.
“Vivo
aquí día y noche. Mi hijo vive mal, yo vivo mal. (Pero) me quedaré hasta que lo
liberen”, asegura Reyes.
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