Por Sumito Estévez, 24/08/2015
I
1983 es el año en que me gradué de
bachiller. También fue el año en que mi papá tuvo el accidente. Pero antes de
contarles sobre aquello que mantuvo a mi padre hospitalizado durante casi dos
años, uno de ellos sin poder moverse de la cama, y antes de contarles que yo
estudié Física y luego me hice cocinero, déjenme empezar por contarles quién es
quién en mi familia.
Mi padre es hijo de María Laprea y de
Aquiles Nazoa, el poeta. La historia sobre por qué él es Nazoa y mi padre es
Estévez es larga de contar, así que mejor la dejamos para otro día. Lo
importante acá es que mi abuela es de San Fernando de Apure y mi abuelo de El
Guarataro, en Caracas. Es decir: yo no tengo abuelos paternos adinerados que le
dejaran herencia o negocios a mi padre. Todo lo contrario: cuando mi abuelo
murió ni siquiera tenía casa propia. La casa que tiene mi abuela, que sí es
propia, se la regalaron gracias a una vaca que hicieron los artistas
amigos de mi abuelo cuando murió, para ayudarla.
Yo tengo un tío famoso. Se llama Claudio
Nazoa. Jamás ha vivido fuera de Caracas y le conozco sólo cuatro direcciones:
Casalta, Caricuao, La Pastora y ahora la casa de mi abuela. Es decir, toda mi
familia paterna es del oeste de Caracas y sólo han vivido allí.
Mi madre es de la India y, casualmente,
también es hija de un escritor. De un escritor comunista, como lo era también
mi abuelo Papaquiles, que es como yo le decía cuando era niño. A mi abuelo de
la India le decía “darlli”, que es algo así como abuelo, según mi mamá,
que es quien sabe hablar como hablan allá. La familia de mi mamá tampoco es de
dinero: por lo visto eso de ser escritor es mal negocio. Tampoco a mi mamá le
dejaron herencia o alguna propiedad.
La primera (y única) casa de mi mamá la
compró cuando yo tenía 15 años. Allí vive todavía. Hasta que yo tuve quince
años, mi mamá vivía alquilada.
La primera (y única) casa de mi papá, la
construyó cuando yo tenía 18 años. Allí vive todavía. Hasta que yo tuve
dieciocho años, mi papá vivía alquilado.
II
Mi mamá y papá se conocieron en la Unión
Soviética, porque allí ambos estudiaron sus carreras universitarias. Mi papá es
Físico y mi mamá es Filóloga. Por las fotografías, se ve que fueron muy felices
durante esos seis años en Moscú. Y, claro, eran comunistas. Cuando terminaron
sus carreras, se vinieron a Venezuela y toda su vida profesional transcurrió
dando clases en la Universidad de los Andes, hasta que se jubilaron. Mi mamá y
mi papá son docentes jubilados. Ambos le dieron todo su esfuerzo a este país.
Sólo a este país. Su meta fue formar nuevas generaciones y lo lograron.
Tengo dos hermanos y una hermana. Para
no hacer esta historia muy larga, permítanme contarles sólo una pequeña
historia de mi hermana. Fue chelista muchos años porque la formó ese gran
proyecto que es el Sistema Nacional de Orquestas Juveniles. Eso fue por allá en
el año 1983, o quizás antes. Ella es la única que estudió en una universidad
privada, pero lo hizo porque allí estaba la carrera que quería y lo logró
porqué el gobierno le dio un crédito. FundaAyacucho se llamaban esos créditos.
Y aunque casi todo el mundo los usaba para estudiar en el exterior, ella quiso
quedarse. La beca la consiguió solita, sin pedirle ayuda a mi papá ni usar
palanca. Mi hermana es tan inteligente que sacó 20 en la carrera y
FundaAyacucho la premió condonándole toda la beca.
Ahora volvamos a 1983, cuando mi papá
tuvo el accidente y yo me graduaba en el Liceo Libertador de Mérida. El
accidente de tránsito de mi papá fue un espanto: pasó un año en cama y otro año
hospitalizado en rehabilitación. Durante esos dos años su hogar fue el Hospital
Pérez Carreño, en Caracas. Por suerte estaba casi al lado de la casa de mi
abuela. Mientras mi papá estaba hospitalizado, yo entré a estudiar Física en
Mérida y pronto conseguí un salario como preparador. Tenía 18 años y empecé a
vivir con Patri, mi ex esposa, en un anexo de 10 metros por 3 que era como una
mansión para nosotros. Patri también trabajaba. Los dos ganábamos sueldo
mínimo. Al igual que mi mamá, mi papá, mis abuelos y yo, Patri es eso que
llaman de izquierda. Patri es colombiana, pero llegó muy chiquita. Su papá
era obrero textil.
¡Y casi me olvido de Misael! Misael es
como mi hermano, pero no es mi hermano. Mejor dicho: es como hijo de mi papá
pero no es su hijo. Mi papá lo conoció hace poco más de treinta años en una
feria de ciencias en el liceo que hay en Bailadores, una población campesina de
Mérida. Misael es hijo de campesinos. Recuerdo perfectamente que cargaban un
camión con verduras y se iban por carretera a venderlo a todos los rincones de
este país. Misael terminó estudiando Física como mi papá y como yo. Luego se
fue becado para ir a Alemania y a España. Hoy trabaja como profesor en la
Universidad de los Andes. Misael es de las personas más geniales que conozco.
Su obsesión ha sido inventar y construir aparatos que ayuden a las personas que
han perdido movilidad. Saco cuentas y Misael debe estar por jubilarse. Nunca se
lo he preguntado, pero probablemente Misael también es de izquierda. Tiene
pinta.
III
Mi familia nunca supo hacer dinero y
ninguno hizo negocio. De todos, el único que medio salió así fui yo. Hago
negocios, pero eso sí: al igual que todos los que me han antecedido, no me han
dejado ni herencia ni propiedades. Y vivo en mi casa, la única que tengo.
Pertenezco a una familia a la que le
desesperaba ver pobres por un lado y corruptos por el otro. Lo que es peor:
sentíamos que era un ciclo sin fin. Nos formaron para querer luchar contra las
desigualdades. Nos formaron para entender que socialismo no es una utopía sino
una posibilidad de un mundo más justo. Vivíamos en un mundo muy injusto.
Venezuela era muy injusta.
Y todos votamos por Chávez.
No lo digo a modo de confesión ni
de mea culpa. Chávez no ganó porque le regalaran la elección: ganó porque
representaba la esperanza de una Venezuela menos desigual. Pero tampoco es que
Chávez ganó en 1998 en una Venezuela destruida.
No.
En esa Venezuela que encontró Chávez a
mi padre lo salvaron y cuidaron en un hospital público. Nunca pagó un centavo.
En esa Venezuela que encontró Chávez el
presidente era enemigo ideológico de mi abuelo y, aun así, el Estado le pagó el
entierro.
En esa Venezuela que encontró Chávez los
hijos de Raúl Estévez y Anusuya Singh, es decir: mis hermanos y yo, estudiamos
en colegios públicos toda la vida. Mis padres nunca pagaron un centavo.
En esa Venezuela que encontró Chávez mi
hermana aprendió a tocar cello en un sistema público y luego fue becada por el
gobierno para ser psicopedagoga.
En esa Venezuela que encontró Chávez el
hijo de un campesino terminó siendo profesor de Física en la universidad,
mientras su padre vendía sus verduras por las carreteras asfaltadas del país.
En esa Venezuela que encontró Chávez, mi
abuela, esposa de poeta, mis padres, hijos de poetas, y mis tíos, hijos de
poeta, pudieron comprar casa propia.
En esa Venezuela que encontró Chávez,
Patri y yo pudimos vivir solos con el sueldo mínimo de ambos. Y, de paso, con
el tiempo comprarnos un Fiat Tucán usadísimo.
Y es válido que ustedes se pregunten a
estas alturas: “¿Y entonces? Si todo era tan chévere, ¿por qué éste votó por
Chávez?” Ya lo dije: no éramos un país destruido, teníamos cosas muy buenas,
pero había pobres y corruptos.
IV
Mi madre está jubilada, ya lo dije. Y le
mando mensualmente dinero, porque con lo que gana sería imposible que pudiese
comer. Tiene 79 años y toda la vida le gustó la leche, en particular la leche
en polvo. No puedo mandarle. Y me da una impotencia enorme saber que durante
sus últimos años siente que haberlo dado todo por este país no fue suficiente.
Vivo en una Venezuela donde quien va a
un hospital público o estudia en un colegio público lo hace porque no tiene
opción: porque es pobre.
Ya dos adolescentes enamorados no
podrían vivir alquilados si ambos ganan sueldo mínimo. Y el hijo de un
campesino jamás podrá llegar a ser profesor de Física en una universidad. Y si
muere un poeta que se oponga al Presidente de la República, no será reconocido
por el Gobierno. El mismo Gobierno que, a falta de obras contundentes, presenta
al Sistema Nacional de Orquestas como si fuera un invento de ellos.
Ni siquiera yo, que soy negociante,
podría hoy comprarme una casa propia. Mucho menos quien decide ser profesor
universitario.
Vivo en una Venezuela en la que hoy
domingo, día en que escribo esto desde las entrañas, venía en mi bicicleta
luego de rodar muchos kilómetros y decidí descansar en la sombrita del puesto
de la policía de tránsito en la entrada a la vía hacia el aeropuerto de la isla
de Margarita, para agarrar aire y seguir. Y ahí tenían parado a un camionero
andino y recordé a la familia de Misael. El señor decía: “Tengo tres días
intentado montarme en el ferry (que ahora es del gobierno) y ahora usted me
pide plata”. Tenía los ojos aguados, lo juro, mientras decía “Ya la mitad de
las zanahorias se me pudrieron” y el policía ni siquiera lo miraba. Ya tampoco
hay carreteras para que un campesino andino pueda vender su siembra por todo el
país.
Voté por Chávez en 1998 porque sentí que
los que hasta ese momento habían gobernado seguirían haciendo las cosas igual.
Voté por él porque era el diferente. Pero ya el chavismo demostró que tenemos
la misma desigualdad, los mismos corruptos y, además, todo aquello que servía
ha sido destruido.
Yo no voto por la MUD porque dejé de ser
de izquierda. Votaré por la MUD porque sigo siendo de izquierda. Y porque,
además, sé que si voto por el chavismo todo esto seguirá igual
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