Por José Gallardo Román,
15/07/2017
Designios inescrutables han hecho
que Venezuela esté predestinada para el dolor. En la Guerra de la Independencia
su tierra, como ninguna otra, fue anegada por la sangre de sus mejores hijos.
Los llaneros feroces de la “legión infernal” del canario Boves, asolaron a su
propia Patria. La “guerra a muerte” enlutó a casi todos los hogares
venezolanos. Esa vorágine cruel se abatió sin piedad sobre los seres queridos
del General Antonio José de Sucre, una de cuyas hermanas se suicidó para evitar
ser ultrajada. No cabe duda que el dolor forjó el temple heroico y a la vez
magnánimo de su alma noble.
En estos días, una tiranía
brutal, sostenida por una fuerza pública peor que un ejército de ocupación, ha
sumido a Venezuela en el hambre, la enfermedad y la opresión, al extremo que la
mayoría de la población está condenada a una vida degradante que ha
desencadenado el éxodo a tierras extrañas en búsqueda de pan y dignidad.
Chávez, un demagogo ignorante,
ególatra y ahíto de vana gloria, cayó bajo la férula del tirano de Cuba que
encontró en la opulenta Venezuela la tabla de salvación para su fracasado
gobierno. Alimentado en sus sueños mesiánicos y delirantes por tan perversa
influencia, puso a su país, el más rico de América Latina, en el camino de un
inexplicable desastre económico y bajo las garras de la corrupción más
rampante, que lo han sumido en la miseria y la opresión. Sin escape ante la
muerte, forzó la elección de su sucesor, no con los ojos puesto en el bienestar
de su pueblo, sino en la continuación de su gobierno. Y el sucesor está
cumpliendo su voluntad sobre el sufrimiento del pueblo. Con ese maligno
propósito, ha recurrido a las más descaradas y vergonzosas triquiñuelas para
mantenerse en el poder y empuja la elección amañada de una constituyente que
establezca el marco totalitario para perpetuar su tiranía infamante.
Contra esa tiranía viene luchando
el heroico pueblo venezolano por más de tres meses y se aproximan al centenar
los caídos en las calles y plazas. Venezuela está de luto. Sin embargo, hay
gobernantes en América que se tapan los ojos y los oídos para no ver ni
escuchar los gemidos de un pueblo hermano.
¿Cómo podrían los venezolanos
liberarse de una tiranía que controla todos los poderes y fuerzas del Estado,
sino luchando en las calles y plazas? ¿Cómo las fuerzas militares y policiales,
creadas como en todas las naciones civilizadas para proteger y defender la
vida, la dignidad y el patrimonio espiritual y material de su pueblo, han
descendido a la triste condición de instrumentos ciegos de un gobierno que arma
a los delincuentes para que ahoguen en sangre la justa protesta del pueblo? El
silencio ante tan horrendos crímenes debe avergonzarnos a todos los habitantes
de América y más aún a aquellos cuya complicidad no tiene explicación ni
perdón.
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