domingo, 19 de noviembre de 2017

La Inundación de Villahermosa 2007, por @carlosmelo1962



Carlos Mauricio Melo Pedroza 18 de noviembre de 2017
@carlosmelo1962

El pasado 6 de agosto cumplí diez años de haber llegado a la ciudad de Villahermosa, Tabasco, México, diez años de vivencias y experiencias, diez años en el sitio donde nació la civilización más avanzada de América para cuando llegaron los españoles, pero es extraño porque diez años viviendo en la misma ciudad de manera continua no parecía ser la norma para mí. Antes de llegar a Villahermosa había vivido al menos seis meses en 12 ciudades o sitios diferentes y en este momento solamente supera en tiempo a Villahermosa, la ciudad que considero mi terruño, Ciudad Bolívar, Venezuela, de hecho a pesar de no haber nacido allí, siempre he dicho que soy Guayanés, y eso por varias razones, en primer lugar por las vivencias de la niñez y la adolescencia que quizás son los recuerdos que más quedan grabados en las personas y además si estos son agradables serán imborrables, pero también por los dieciséis años que viví en la histórica Angostura, pero eso es otra historia.

Llegue a Villahermosa a trabajar en un contrato como ingeniero de perforación en el proyecto integral de perforación de pozos de Alianza – Mesozoico para la empresa IPM-Schlumberger y dado que era expatriado, el esquema de trabajo inicial era trabajar 90 días y salir libre 15 días. Así que de acuerdo a mi fecha de inicio, el día 4 de noviembre saldría libre. Personal de la empresa organizaba toda la logística de los viajes, compraba pasajes, hacia reservaciones de vuelo y hoteles de acuerdo a la planificación que cada expatriado establecía con su supervisor.

IPM-Schlumberger estaba iniciando el proyecto y estaba adecuando unas oficinas en una Plaza Comercial de la zona de Tabasco 2000, el área de desarrollo de la ciudad, pero mientras, estábamos trabajando en unos salones del hotel Hyatt, donde además estábamos alojados.

En el mes de septiembre le entregaron a la empresa las oficinas en la Plaza Bugambilia y nos mudamos para nuestras nuevas y confortables oficinas. Además la empresa rentó varios departamentos en un lujoso edificio de la ciudad para asignárselos a los ingenieros del proyecto.

Los departamentos tenían tres habitaciones y me asignaron para compartir un departamento con mi jefe y con una compañera del grupo de trabajo, duré una semana allí. La verdad no me pareció cómodo pasar las 24 horas de todos los días con mi jefe, quien era buena persona, pero no tanto para verlo hasta en la sombra.

La empresa también daba la posibilidad de rentar nuestro lugar de alojamiento por nuestra cuenta y nos pagaba una cantidad fija, no importando si teníamos que pagar un adicional o si nos sobraba.

A finales de septiembre renté un departamento a la orilla de una laguna, una vista espectacular, alberca, y a tres cuadras de la oficina, así que, por ahora no me preocuparía de adquirir vehículo.

De las primeras cosas que me llamaron la atención fue que todos los días un lagarto tomaba el sol en el borde de la laguna en nuestro patio, donde estaba la piscina. Teníamos un cocodrilo de mascota, eso era una novedad.

El mes de octubre llovió todos los días y todas las noches, las personas que trabajaban con nosotros que eran de la ciudad estaban preocupadas, porque no era normal ese volumen de lluvias, pero nosotros no sabíamos lo que nos esperaba. Lo cierto es que como vivía cerca de la oficina compre mi paraguas, y así caminaba al trabajo cada día, todo bien solo que los zapatos y las medias llegaban emparamadas, además los choferes de autos en Villahermosa suelen ser bastante agresivos y no les importa si hay un charco y te mojan, creo que a veces hasta lo hacen a propósito.

Hacia el 28 de octubre, la mayoría de las personas que eran de la ciudad se habían “ido al agua”, forma como dicen los chocos (gentilicio de las personas de Villahermosa) cuando están inundados. Los pozos estaban cerrados por seguridad, toda la actividad operacional se había suspendido, pero nuestro jefe, un holandés bastante terco, decía que todo estaba normal, mientras ya la ciudad estaba en caos.

Veía las noticias y no creía lo que pasaba, los cocodrilos estaban por las calles, hasta el mío, que nadaba plácidamente en la piscina. Yo no daba crédito a lo que veía, a donde había llegado, ¿era la jungla?, donde los cocodrilos andan realengos por las calles. El gobernador “nadaba” por las zonas afectadas y mostraba la gravedad de la inundación, ayudaba a los damnificados, estaba allí. Evidentemente yo no conocía al gobernador, supe que se llamaba Andrés Granier Melo, así que yo decía que mi tío estaba haciendo un excelente trabajo, pero al cabo de un tiempo lo destituí como tío cuando el señor Granier salió de la gobernación a una prisión federal por corrupción.

Pues bien, media ciudad se había ido al agua y el resto ya comenzaba a tener problemas con los servicios de agua y luz. Afortunadamente yo vivía en un tercer piso de una zona alta de la ciudad, así que pensaba que si yo me “iba al agua”, ya tendría que venir Noé a rescatarnos.

El 30 de octubre, cumplí años, mis compañeras me invitaron a almorzar, y planificamos para el viernes 2 de noviembre una parranda en mi departamento, eso sonaba bien ¡lo iba a inaugurar con buen pie! Pero ese día, el holandés autorizó a los expatriados que tenían salida para los próximos días, que se fueran de una vez, ¡Qué bueno! Pero yo no tenía planificado mi viaje y comenzó Cristo a padecer.

La Comisión Nacional del Agua, considero necesario abrir ese día las compuertas de las presas que están aguas arriba en las montañas de Chiapas, porque estaba lloviendo mucho en las cabeceras y de no aliviarse, las presas podían colapsar y sería peor, pero los niveles de agua subieron violentamente en la ciudad, ya era más de media Villahermosa la que estaba bajo las aguas, y la gente buscaba como escapar.

El 31 de octubre me levanté temprano, metí tres camisas, un jean, tres calzoncillos y calcetines en mi mochila, con mi único objeto de valor para salvar de la inundación, mi laptop y salí a ver qué carajo hacía para no ahogarme. Mi plan que no era un gran plan consistía en buscar un autobús y salir de la ciudad a donde fuera para luego tratar de llegar a la Ciudad de México. No tenía una estrategia definida, así que le pregunté al vigilante del edificio como llegaba a la terminal de autobuses, y allí comencé a notar que en nuestro gueto de extranjeros en la empresa no hablábamos el idioma de la ciudad, los autobuses se llaman camiones y la terminal probablemente ya se había ido al agua, de todas maneras el buen hombre me entendió y me indicó como llegar al sitio donde podría agarrar el camión.

Para esa fecha ya no había transporte público ni taxis funcionando, así que a caminar, no había más opción. Atravesé la avenida que quedaba frente a mi edificio y comencé a andar en dirección este, pero como a tres cuadras estaba parado un “camión” que en realidad era un autobús, pregunté a donde iba, me contestaron que a Coatzacoalcos, era gratis. Perfecto, me monte en el bus para ir a Coatsa… Coza-vaina… los mexicanos creen que están fáciles de decir esos nombres tan raros  que tienen las ciudades y yo no podía ni repetir ese nombre, cuando me dijeron que ese camión era para recoger a personas de Coatzacoalcos, yo les dije que era del “mero allá”, pero no me creyeron y me bajaron.

Seguí caminando y caminando y caminando y llegué… llegué hasta donde pude, porque allí estaba el agua, efectivamente ya la estación de camiones se había ido al agua. Y ¿ahora quien podrá defenderme?, pensé. Pregunté y me dijeron que los camiones estaban saliendo de la Ciudad Deportiva, bueno y ¿dónde queda eso? En dirección sur-oeste como a 15 km. de donde estaba, pues venga, vamos a caminar, porque no debía perder tiempo, así que a caminar con mi mochilita al hombro. No sé cómo llegue, no sé cuánto camine, no sé por dónde pase, pero llegue a la Ciudad Deportiva, y en verdad estaba saliendo un bus. Pregunte y resulta que era ¡¡el ultimo bus que salía de allí!!... ¡¡Coño, no puede ser!! ¿Y ahora? Pues los camiones estaban ahora saliendo de Gigante, era una Plaza comercial, que quedaba como a dos cuadras de ¡Mi departamento!... tenía que volver, después de haber caminado la media ciudad que aún no estaba inundada, pero tampoco sabía cómo llegar, aunque como preguntando se llega a Roma, preguntando llegué.

Era todo muy extraño, suigeneris, las personas no caminaban en fila india como uno ve en los desplazamientos masivos de personas, por ejemplo por guerras, aquí la gente caminaba como loquitos, sin saber a dónde ir, con sus pertenecías en la espalda, un televisor o un colchón o un hijo, alguna vaina. Caminaban desordenadamente, como cuando le hechas agua a un hormiguero, cada quien en direcciones diferentes.

Finalmente llegue a Gigante, y había una cola gigante para montarse a los camiones, la cual hice gustoso. Luego de cuatro o cinco camiones, llego mi turno… al fin pude sentarme, además tenía aire acondicionado o como dicen acá, “clima”, cerré los ojos y espere la partida. Ya me escapaba de la furia de las aguas.

El bus se enrumbo hacia Coatso, a la vaina esa… ya era de noche, por la ventana vi que pasábamos por caseríos, muchas estaciones de servicio de Pemex, pueblitos, todo iba bien, hasta que repentinamente el bus se orilló y se paró. Pasaban los minutos y nadie decía nada, hasta que me baje y le pregunte al chofer que si había algún problema, y el amigo me respondió que se había quedado ¡sin combustible!... ¡¡Nooo puede ser!! Esto era increíble, le dije que si me hubiera pedido yo le daba para llenar el tanque y ¿porque no se paró en una estación de servicio, sino que espero que se acabara en medio de la nada? Bueno, no hubo respuesta.

No creía todo lo que pasaba, me fume un cigarro detrás de otro y después de cinco llego un autobús más chico, donde evidentemente no cabíamos todos, al menos no sentados. La gente salió del bus en tropel y yo debía subir a buscar mi chaqueta, donde tenía mi pasaporte. Finalmente cuando terminaron de bajar todos, pude subir y al llegar a mi puesto, ¡no estaba mi chaqueta!, baje corriendo, busqué mi mochila en el compartimiento de equipaje y me monté al otro bus, el cual tenia a muchas personas paradas en el pasillo, yo sería otro más, y comencé a recorrerlo de adelante hacia atrás preguntando por mi “chaqueta”, sin saber que “chaqueta” no es lo mismo que “chamarra”… así que la gente no me hacía caso y además quizá dirían que yo era un grosero, porque “hacerse una chaqueta” es en México masturbarse… y yo ¡no lo sabía! Después de varias veces de ir a atrás y adelante una señora me dijo que otra señora tenía mi chamarra y que estaba adelante, no sé porque no me la había dado, pero me dijo que me la había guardado para que no se me perdiera, creo que la quería guardar para siempre. Ya con mi chamarra en mi camión seguí camino parado por cuatro horas hacia Coaza-vaina.

Colgado del tubo del camión, para no caerme ante la delicadeza en el manejo del chofer, recibí la llamada de un amigo, él si tenía pasaje de avión para ese día y pudo pasar al aeropuerto en un camión de verdad, del ejército, después de ellos ya no se pudo pasar más, porque el nivel de agua subió demasiado. El buen amigo se reía de mí, porque estaba en la sala VIP del aeropuerto tomándose un Whisky, esperando su vuelo a México DF y su conexión para Venezuela y yo colgado como un mono de ese pinche tubo.

Llegamos a Coatz… bueno allá, a la estación de camiones, busque uno que fuera directo que fuera el mejor autobús del mundo, tren bala si fuera posible, en directo a México DF, un ADO GL, lo mejor, coche cama, listo… parecía arreglarse la madrugada.

Señores pasajeros, abróchense los cinturones, partimos desde “aquí” hacia la Ciudad de México, sin escalas. Pero me mintieron, entramos a cuanto pueblito pudimos, incluso un desvío de no sé cuántas horas a Veracruz. Yo no sé cuántos días pase en ese camión, pero se me hizo eterno, salía el sol y se hacía de noche y volvía a salir el sol, será por eso que no permiten abrir las cortinas, para que uno no se dé cuenta de que esta secuestrado, hasta que por fin llegue a la Ciudad de México y cual Moisés latinoamericano, me salvé de las aguas.

Recrear lo que me paso es divertido, además fueron cosas que fueron pasando y todo se iba solucionando, pero realmente la historia de la inundación de Villahermosa del año 2007 fue bastante grave, mucha gente perdió todo, su casa, sus pertenencias, y aunque el saldo de víctimas nunca fue dicho, yo creo que debió haber sido significativo. Así que este escrito, es un homenaje a las personas que sufrieron alguna perdida en esa inundación.

Ah, eso sí… apenas llegué de Venezuela, compré un vehículo, no volvería a pasar por algo así nunca más.

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