Diego Arroyo Gil 25 de diciembre de 2017
@diegoarroyogil
Nació
el 17 de agosto de 1923 en Caracas, pero es un hombre del mundo. Con 94 años
recién cumplidos y una inteligencia siempre a flor de piel, el maestro Carlos
Cruz-Diez responde a estas preguntas para Runrun.es por correo
electrónico desde su casa de la rue Pierre Semard, en el distrito IX de París.
Por su personalidad abierta y festiva, con él siempre es preferible conversar
cara a cara, en vivo y en directo. Así se tienen colores –nunca mejor dicho–
para ilustrar la conversación. Pero hay que ver también a Cruz-Diez responder
por escrito para darse cuenta de la manera como reflexiona a solas, el modo en
que lee las preguntas y les da la vuelta para dejar en el aire observaciones y
agudezas como acróbatas que te hacen fijar la atención. Hablamos de Venezuela:
su pasado, su presente y su futuro. Hablamos del arte: que es pasado y es
presente y es futuro. Hay que escuchar a los sabios para orientarse. Cruz-Diez
es uno de ellos.
–Son
94 años y usted sigue siendo joven. Vamos a comenzar con una pregunta como para
la televisión: ¿cuál es el secreto de la eterna juventud?
–Nunca
pensé cómo sería mi vida de viejo, es como si hubiese vivido en un continuo
presente. Quiero decir, yo no me planteaba qué iba a hacer cuando viejo, porque
lo que me planteaba no era para un resultado inmediato, sino un discurso en el
tiempo. Y no me equivoqué, pasaron décadas de incomprensión, como el haber
vivido en una sociedad de ciegos. La juventud es resultado de una actividad
creativa constante e intensa. El no aceptar lo aceptado por todos desata una
actividad cuestionadora que te mantiene alerta. La conformidad es la aceptación
de la vejez.
–¿En
qué ha cambiado usted y en qué no ha cambiado?
–A los
17 años, cuando me inscribí en la Escuela de Artes Plásticas de Caracas,
comprendí que tenía que diseñar mi vida de artista. Para empezar, un artista no
tiene horario para la creación. La creación es una actividad continua que se
comunica hasta en los sueños. Ahora que el tiempo ha pasado, los achaques
físicos me impiden realizar muchas cosas, pero el hecho creativo sigue con la
misma intensidad. El tránsito de los años vividos me ha dado lecciones para
corregir errores de ruta y atinar mejor en el blanco.
–Chaplin
terminó diciendo que la vida había perdido para él toda su gracia. ¿Qué ha hecho
que para usted la vida siga siendo una fiesta? Es bien sabido que usted es un
hombre de una gran alegría.
–La
vida es una sucesión de proyectos que resolver, el día que se te acaban, te
mueres. Por eso es común la longevidad del artista, cada una de sus obras
genera la alegría de un nuevo proyecto. Si algunas veces fracasamos en medio de
la tristeza, surge la ilusión de poder corregir los errores.
–Hay
algo que siempre he querido preguntarle. Nadie puede poner en duda que
Cruz-Diez es un venezolano total, pero su vida se ha desarrollado, la mayor
parte del tiempo, fuera de Venezuela. ¿Qué le ha dado a usted el mundo?
–Cuando,
en 1955, vine por primera vez a Europa, tenía 33 años, era un venezolano
espiritual e intelectualmente formado. Eso me permitió hacer un análisis más
objetivo de mi país que cuando vivía en la desesperanza de la cotidianidad. A
pesar de que París es mi ciudad, nunca he dejado de ser venezolano. El estar
aquí me ha permitido comprender mejor a Venezuela y a América Latina, conocer a
su gente, analizar con más objetividad nuestra idiosincrasia y disfrutar de su
folklore. París es un crucero del mundo donde encuentras amigos de cualquier
parte del planeta con quien compartir recuerdos y vivencias.
–Hoy
en día hay cientos de miles de muchachos venezolanos fuera del país, y quienes
seguimos en Venezuela a veces sentimos que con ese éxodo perdimos algo para
siempre. Pero ¿eso es así? Le confieso que le hago esta pregunta buscando que
me diga que estamos equivocados al sentir eso.
–El
estar físicamente fuera del país no significa que no sigas siendo venezolano, y
yo soy un ejemplo. El venezolano emigró en la época de Juan Vicente Gómez por
circunstancias económicas, y ahora por la tragedia que estamos viviendo. Un
alto porcentaje de los que se van no regresarán, sobre todo los profesionales
que han logrado integrarse a la sociedad a la que emigraron, pero en el fondo
siguen siendo venezolanos. Es muy probable que una parte de ellos, cuando la
situación cambie, regresen a su país, al cual le serán más útiles por la
experiencia adquirida.
–Su
obra que cubre el suelo del aeropuerto internacional de Maiquetía se ha
convertido en un símbolo de la diáspora. ¿Le incomoda que esto haya sucedido,
que la historia se haya apropiado de una obra suya de esta manera?
–Esa
obra también será el símbolo del retorno a la patria, un hecho que tiene doble
vertiente. Primero, el dolor que representa la diáspora y luego que la gente
haya escogido una obra de arte como símbolo. Pocas ciudades en el mundo se
identifican por una obra de arte: París con la torre Eiffel, Noruega con El
Grito de Edward Munch, Bilbao con la obra del arquitecto Frank Gehry,
Sídney por el teatro de la ópera diseñado Jørn Utzon…
–En
una carta que usted nos dirigió a los venezolanos en abril de este año, (ver al
final de la entrevista), llamaba a los jóvenes a “reflexionar sobre los nuevos
paradigmas que es necesario crear” para salvar el futuro del país. ¿Cuáles
serían esos nuevos paradigmas y cómo se crean? ¿En qué consiste ese esfuerzo?
–De niño
oía decir a mi padre: “Cómo es posible que tengamos tantos problemas sociales,
siendo Venezuela un país de inmensas posibilidades”. Tuvimos un siglo de
guerras civiles en el que no surgieron soluciones correctas. En los 40 años de
democracia, que tanto hicieron progresar al país, se olvidaron de dar solución
a los problemas fundamentales de la base social, provocando la vuelta de un
caudillo decimonónico que repartía limosnas, mientras creaba la catástrofe que
hoy vivimos. Mi esperanza está en la juventud profesional y culta que formó la
democracia, y en que los que regresen de la diáspora puedan encontrar
soluciones correctas para que el tren de ruedas cuadradas que es Venezuela
pueda al fin salir del siglo XIX y avanzar.
–Terminaba
la carta diciendo que en Venezuela todo está obsoleto y que hay que inventarlo
todo, lo cual es un reto, pero sobre todo una razón para alentarse. Cuando
usted tenía 25 años, ¿también sentía que había que inventarlo todo?
–Yo
creo haber vivido de niño, de adolescente y de adulto en una noria. Desde mi
padre hasta mis contemporáneos, siempre he escuchado la misma frase: “Este país
es un desastre… ¿Cuándo será que vamos a funcionar correctamente?… Aquí hay que
empezar de cero…”. Es un hecho consciente en el colectivo y la prueba es que
todo nuevo mandatario que llega al poder quiere inventar un nuevo país, pero lo
que logra es hacer al país más caótico e incoherente. La manía de borrar el
pasado cada cinco años nos ha impedido tener referencias útiles para avanzar.
–Uno
se pone a pensar en lo que dio Venezuela a las artes plásticas del siglo XX y
se asombra. ¿Qué factores físicos o espirituales cree usted que confluyeron
para que en el transcurso de unas pocas décadas hayan nacido aquí, entre otros,
Reverón, Soto, Otero y usted?
–Eso
no obedece a propósitos sino a una circunstancia histórica. ¿Por qué los rusos
de gran tradición figurativa inventan el arte abstracto? ¿Por qué los franceses
crean el impresionismo? Si hacemos un poco de memoria, el dictador Juan Vicente
Gómez se rodeó de personas cultas que continuaron influenciando en el poder
hasta integrarse en la democracia. Eso creó un clima donde las artes tuvieron
un desarrollo excepcional con relación a América Latina. Hubo momentos donde
solo se hablaba de New York y de Caracas como los centros culturales más
activos. A Venezuela la visitaban las grandes compañías de danza y de teatro,
los mejores directores de orquesta e intelectuales del más alto nivel mundial.
La ascensión de Rómulo Gallegos al poder en 1948, la creación del Taller Libre
de Arte, la exposición de las “Cafeteras” de Alejandro Otero en 1949 y los ecos
que llegaban de los pintores venezolanos que se habían radicado en París,
aceleraron un proceso que no era nuevo, que estaba latente desde el siglo XIX.
La prueba está en nuestros grandes pintores académicos como Arturo Michelena,
Cristóbal Rojas, Martín Tovar y Tovar y los postimpresionistas de la Escuela de
Caracas. Yo diría que Venezuela ha sido un país de pintores.
–Ahora
hay otro asunto. Uno dice: “Reverón es venezolano”. Y es cierto. Pero una
verdad aun mayor es que Reverón no tiene nacionalidad. ¿Cómo vive usted, en
tanto artista, esa doble realidad? Su obra es la obra de un venezolano, pero
decir que su obra es “venezolana” es estrecharla, limitarla, arrebatarle su
universalidad.
–Como
he dicho muchas veces, el arte no tiene fronteras ni necesita pasaporte, el
arte es el discurso más bello y eficaz que el hombre ha podido inventar para
comunicarse. Como bien dices, hablar de arte alemán, arte francés o arte venezolano
es negarle al arte su calidad de mensaje universal.
–¿Usted
podría formular, o resumir, en qué consiste en definitiva lo que usted ha
planteado sobre el arte y la vida con su obra?
–Para
un artista, el arte y la vida son una misma aventura. Al hacer obras
participativas y no contemplativas, el espectador se convierte en coautor de
las mismas, en un cómplice del artista, y su disfrute es más profundo y
prolongado. Es el intento, el propósito de hacer que el arte sea parte de la
vida y no un hecho contemplativo exterior al ser.
–Una
curiosidad para quienes no somos artistas: ¿qué es lo que usted observa cuando
está en el ojo de la creación? Algunos músicos han hablado de “la música de las
esferas”, es decir, que el universo suena, o canta. ¿Qué ha visto usted como
pintor?
–Es
condición del artista estar alerta ante las circunstancias de la realidad que
nos incumbe. Dependiendo de su agudeza y de su capacidad de reflexión,
encontrará motivos de asombro factibles de convertirse en discurso.
–¿Qué
le falta a usted por decir?
–Mucho,
porque un artista nunca cree que su discurso ha terminado.
Carta
de Carlos Cruz-Diez a los venezolanos, abril de 2017
«Escribir
este mensaje a todos los venezolanos y en especial a los jóvenes que arriesgan
sus vidas diariamente en las calles de Venezuela, nace del dolor y la angustia
ante los trágicos sucesos que están agobiando a mi país. Además, quiero
manifestar la admiración por la decidida actitud que les ha llevado a enfrentar
a un régimen construido sobre un modelo agotado y obsoleto que se ha empeñado
en destruir los valores humanos que son la única garantía para construir una
sociedad basada en la dignidad, el progreso y la justicia social. También
quiero decirles que están viviendo una oportunidad única, la de cambiar su
propio destino y el del país.
Si mi
esfuerzo en la vida para lograr ganar un lugar en el mundo del arte pueden
servirles de referencia, les digo que eso lo logré gracias a realizarlo en un
contexto de plena libertad, y la libertad solo se logra en democracia. Una
libertad sin prejuicios ni dogmas. Considero que esto último es la condición
necesaria para poder abordar seriamente la crisis de modelos que afrontamos en
Venezuela en el presente.
Durante
el régimen de terror que instauró la dictadura militar de Pérez Jiménez, que me
tocó vivir y padecer, era sabido que la gente, en especial los opositores
detenidos por la Seguridad Nacional, padecían torturas y en muchos casos
desaparecían sin dejar rastros. Yo me fui de Venezuela porque eso era una
situación humillante, allí no había lugar para la cultura ni el arte. El
objetivo de un militar es destruir o demoler al enemigo. Al contrario, el arte
es generoso, un artista sirve para enriquecer el espíritu de sus semejantes. El
arte en todas sus manifestaciones, la poesía, la literatura, la música, la
danza, el teatro, la pintura, todos esos son nutrientes para el espíritu de un
pueblo.
Fueron
los mismos militares junto a la resistencia civil organizada los que derrocaron
al dictador, instalando en Venezuela una junta de gobierno que propició el
retorno a la democracia, las elecciones y el pacto de Punto Fijo. Este último
fue un acuerdo unánime de los partidos políticos para lograr la gobernanza,
aunque algunos lo utilizaron para repartirse la riqueza en lugar de
administrarla. También les digo que he sido testigo de la transformación del
concepto de “país” y de “patria” en un lugar para el usufructo y el despojo
para beneficio de unos cuantos.
Sin
embargo, con la democracia y durante 40 años, el país vivió una dinámica
actividad cultural sin precedentes: los grandes museos, los festivales
teatrales y el movimiento musical, entre otros, fueron motivo de reseñas
culturales en todo el continente. Solo se nombraban dos ciudades relevantes en
la cultura: Nueva York y Caracas. Después vino la “Revolución”, que es una
palabra arcaica, del siglo XVIII, esa palabra hoy no tiene sentido, carece de
significante. Vivimos el comienzo de una nueva civilización, de nuevos
paradigmas, no de una revolución. La llamada “revolución” acabó con todo lo que
se había construido en democracia.
Pienso
que los conceptos políticos son propósitos para regular, equilibrar el justo
desarrollo, evolución y progreso de la sociedad. A veces esos conceptos toman
un giro cuasi religioso, convirtiéndose en doctrinas con sus inevitables
dogmas. Conducir la economía de un pueblo basándose en un dogma, es
contradictorio porque un dogma no es necesariamente una verdad ni corresponde
al comportamiento de la sociedad. El dogma es una creencia, un supuesto que
pretende volver estático e inamovible el pensar y sentir del individuo que está
en una continua evolución.
En
Venezuela, ha sido trágico para el país que los desposeídos de “entendimiento y
razón”, como dice la tonada margariteña, hayan tomado el poder, procediendo a
la destrucción de las instituciones democráticas que son la garantía de la
libertad y el progreso humano. El ignorante promueve la ignorancia, sin darse
cuenta de que está provocando el aislamiento y la destrucción de su propio país
y que al final conllevará irremediablemente a su propia destrucción. Digo esto
como artista, ya que el arte no tiene ideología. Si el arte fuese una ideología
impregnada de fanatismo, necesitaría aplastar, encarcelar, torturar o matar a
sus enemigos para hacerse entender. Ningún artista mata a otro porque no le
guste su discurso. Pero vemos que no sucede así en la política en esta hora
aciaga que vive Venezuela.
A esto
se suma la dificultad de los líderes, de los baquianos para ayudar a encontrar
el camino, así como la falta de motivación del ciudadano para consigo mismo,
que le permita superarse y borrar de su mente la idea de que es más fácil ser
limosnero. Cada quien tiene que pensar en ser autónomo, autosuficiente y
generar riqueza para sí y para los demás. A los jóvenes los animo a que se
planteen estos objetivos. Hay mucha gente pensante, inteligente en nuestro
país, por eso tengo la esperanza que un cambio definitivo se aproxima. Es una
certeza, de allí la motivación para compartir estas reflexiones.
En lo
personal creo en la necesidad de una educación que sirva para razonar, crear e
inventar una nueva organización social y económica de la sociedad y sacudirse
de las religiones políticas obsoletas, contribuir a desacralizar todo aquello
que ha producido falsas creencias y mitos que tanto daño nos han ocasionado.
De no
plantearnos con urgencia un cambio en las percepciones y conceptos que nos
conduzcan a una nueva manera de ver el país, las consecuencias serán
dramáticas. He visto con dolor la diáspora de jóvenes talentos que han salido
del país y las fotografías de sus partidas sobre mi obra en el aeropuerto de
Maiquetía. Solo espero que ésta sea un motivo de reencuentro en un futuro
cercano.
Los
valores democráticos y éticos de los jóvenes venezolanos de hoy en día
contrastan con los de quienes han administrado el poder en los últimos
cincuenta años y más aún con los que han gobernado en los últimos dieciocho
años. Con base en esos valores, los invito a reflexionar sobre los nuevos
paradigmas que es necesario crear ante el modelo ya agotado que vive nuestro
querido país y evitar así la repetición de episodios lamentables en el futuro.
A mis
94 años, les digo con sinceridad que les ha tocado vivir una época
extraordinaria porque todo está obsoleto y hay que inventarlo de nuevo, hay que
inventar un nuevo lenguaje político que hable de democracia, de valores éticos,
de libertad, progreso y justicia social, hay que inventar la educación y crear
un país de emprendedores, artistas e inventores, un país digno y soberano en el
contexto global, en fin, en Venezuela hay que inventarlo todo. ¡Qué
maravilla!».
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