martes, 26 de diciembre de 2017

Día 5: mendigando vivir, por ‎@yedzenia



Yedzenia Gainza 25 de diciembre de 2017

No importa si no hay dinero mientras haya salud. Eso funciona en cualquier parte del mundo excepto en el país en el que los hospitales están arruinados, el dinero no vale nada y las medicinas no existen.

Después de la comida, una emergencia médica es una de las principales preocupaciones en este país. No hay nada en centros asistenciales públicos y privados. Reconocidas clínicas se están cayendo a pedazos, no tienen papel higiénico en los baños, los equipos están dañados,  sólo cuentan con el talento de médicos brillantes y la buena voluntad de todo el personal sanitario que hace lo que puede en medio de tanta penuria. Los hospitales están contaminados, no hay material de ningún tipo y ni siquiera seguridad para quienes son asaltados a punta de pistola incluso dentro de un quirófano.

Los creyentes se aferran a su fe, una fe que tiene que luchar contra las adversidades y gastos médicos que consumen toda posesión material necesaria para salvar la vida de un ser querido. Pero como en Venezuela las desgracias vienen en combo, a una emergencia médica hay que sumar la profunda escasez de medicinas que precisa crear un aparato logístico entre amigos, familiares y hasta desconocidos (auxiliado por los que viven en el extranjero) para poder conseguir desde analgésicos, pasando por antibióticos, anestesia, insulina… Aquí falta todo compuesto químico indispensable para cualquier tipo de tratamiento, algunos incluso puede ser adquiridos únicamente por hospitales. Para resumir: en Venezuela no se consiguen ni las mangueritas que llevan suero hasta la vena.

A través de anuncios de radio, grupos de mensajería instantánea, redes sociales, y cualquier medio que sea útil se inicia la angustiosa búsqueda. Una vez localizados, las pastillas, ampollas, goteros, etc, viajan cientos o miles de kilómetros empacadas como oro en polvo en manos de alguien que se encarga de llevarlas hasta la cama del paciente. El problema, como si todo lo demás fuera poca cosa, es que en muchos casos los pacientes expiran entre los brazos de familiares desesperados que suplican atención en centros que no cuentan con lo mínimo necesario para llenar el botiquín de un colegio.  e estos llegan las medicinas o la ayuda económica cuando ya visten de luto y lo recaudado para pagar una clínica se destina a gastos funerarios. ¿Qué creen que pasa con  aquellas familias que acuden a un hospital público? Pues esto: la agonía es más insoportable y la muerte llega antes.

Sobrevivir en Venezuela es un milagro cotidiano, mantener a alguien en una Unidad de Cuidados Intensivos es el resultado de un esfuerzo heroico  de amigos y familiares que sólo aguantan la mecha por amor y el firme deseo de pronto volver a sonreír junto a la persona con la salud quebrantada. En este país hay quienes están mendigando comida, quienes lo hacen por medicinas y quienes lo hacen por ambas cosas. Entre ellos, los defensores del creador de esta pesadilla, el mismo que se puso las pilas y cuando le diagnosticaron un cáncer se fue corriendo a Cuba porque él, con todo el poder, dinero robado y retórica del mundo no tuvo coraje de tratar su enfermedad en un hospital como esos que como pueden prestan servicio a millones de venezolanos. Y como él no se salvó, sus herederos (con las excusas más inverosímiles) niegan diariamente a los venezolanos el derecho a la vida y la salud.

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