Yedzenia Gainza 25 de diciembre de 2017
No
importa si no hay dinero mientras haya salud. Eso funciona en cualquier parte
del mundo excepto en el país en el que los hospitales están arruinados, el
dinero no vale nada y las medicinas no existen.
Después
de la comida, una emergencia médica es una de las principales preocupaciones en
este país. No hay nada en centros asistenciales públicos y privados.
Reconocidas clínicas se están cayendo a pedazos, no tienen papel higiénico en
los baños, los equipos están dañados,
sólo cuentan con el talento de médicos brillantes y la buena voluntad de
todo el personal sanitario que hace lo que puede en medio de tanta penuria. Los
hospitales están contaminados, no hay material de ningún tipo y ni siquiera
seguridad para quienes son asaltados a punta de pistola incluso dentro de un
quirófano.
Los
creyentes se aferran a su fe, una fe que tiene que luchar contra las
adversidades y gastos médicos que consumen toda posesión material necesaria
para salvar la vida de un ser querido. Pero como en Venezuela las desgracias
vienen en combo, a una emergencia médica hay que sumar la profunda escasez de
medicinas que precisa crear un aparato logístico entre amigos, familiares y
hasta desconocidos (auxiliado por los que viven en el extranjero) para poder
conseguir desde analgésicos, pasando por antibióticos, anestesia, insulina…
Aquí falta todo compuesto químico indispensable para cualquier tipo de
tratamiento, algunos incluso puede ser adquiridos únicamente por hospitales.
Para resumir: en Venezuela no se consiguen ni las mangueritas que llevan suero
hasta la vena.
A
través de anuncios de radio, grupos de mensajería instantánea, redes sociales,
y cualquier medio que sea útil se inicia la angustiosa búsqueda. Una vez
localizados, las pastillas, ampollas, goteros, etc, viajan cientos o miles de
kilómetros empacadas como oro en polvo en manos de alguien que se encarga de
llevarlas hasta la cama del paciente. El problema, como si todo lo demás fuera
poca cosa, es que en muchos casos los pacientes expiran entre los brazos de
familiares desesperados que suplican atención en centros que no cuentan con lo
mínimo necesario para llenar el botiquín de un colegio. e estos llegan las medicinas o la ayuda
económica cuando ya visten de luto y lo recaudado para pagar una clínica se
destina a gastos funerarios. ¿Qué creen que pasa con aquellas familias que acuden a un hospital
público? Pues esto: la agonía es más insoportable y la muerte llega antes.
Sobrevivir
en Venezuela es un milagro cotidiano, mantener a alguien en una Unidad de
Cuidados Intensivos es el resultado de un esfuerzo heroico de amigos y familiares que sólo aguantan la
mecha por amor y el firme deseo de pronto volver a sonreír junto a la persona
con la salud quebrantada. En este país hay quienes están mendigando comida,
quienes lo hacen por medicinas y quienes lo hacen por ambas cosas. Entre ellos,
los defensores del creador de esta pesadilla, el mismo que se puso las pilas y
cuando le diagnosticaron un cáncer se fue corriendo a Cuba porque él, con todo
el poder, dinero robado y retórica del mundo no tuvo coraje de tratar su
enfermedad en un hospital como esos que como pueden prestan servicio a millones
de venezolanos. Y como él no se salvó, sus herederos (con las excusas más
inverosímiles) niegan diariamente a los venezolanos el derecho a la vida y la
salud.
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