Yedzenia Gainza 07 de enero de 2018
Venezuela
es un maravilloso y desconocido paraíso para el mundo. La cantidad de petróleo
que se encuentra en las profundidades de nuestro territorio y que podría haber
sido una fuente inagotable de riqueza palpable para todos nosotros no ha sido
más que la causa de una corrupción que se ha multiplicado durante los años de
expolio chavista. El potencial turístico que tiene Venezuela ha sido aplastado
por la avaricia de un régimen que prefiere sacar dinero rápido con olor a oro
negro y a la industria que más ha crecido en los últimos años: el narcotráfico.
Una
persona muy querida y yo tenemos la costumbre de hablar cada fin de año para contarnos
todo aquello que se nos hubiera escapado durante los meses anteriores, los
proyectos que tenemos para el año que llega y, obviamente, para felicitarnos
con calma antes que las campanadas, las uvas y la avalancha de mensajes
enloquezcan nuestros teléfonos.
Esta
vez tuvimos que programar una hora para poder tener nuestra tradicional
conversación. No obstante, considerando lo que he estado viviendo últimamente y
que aquí cuento sólo por pedacitos, tuvimos que buscar la manera de no
convertir un momento bonito en un drama, al menos durante la hora que suele
durar la llamada. Para evitar las lágrimas acordamos que cada vez que alguno de
los dos estuviera desviándose hacia la terrible situación que vive Venezuela,
el otro interrumpiría inmediatamente usando una imagen extraordinaria, de esas
que se quedan para siempre en la memoria de quien las ve y que permiten volar
por un momento a uno de los lugares más bonitos del mundo en una ocasión
especial: el atardecer en el Arno.
Quien
haya tenido la suerte de caminar por Florencia sabe que uno de los mejores
recuerdos que puede traerse de allí es el sol desapareciendo despacio sobre el
río Arno, las primeras estrellas abriéndose paso entre una estela de
inigualable amaranto en el cielo toscano.
No hay palabras, simplemente hay que vivirlo.
En
condiciones normales Los Roques, Morrocoy, Canaima, el Salto Ángel, el
relámpago del Catatumbo y los innumerables tesoros grandes o pequeños que sólo
se pueden ver en Venezuela serían suficiente motivo para iluminar mi rostro con
una sonrisa imborrable durante mucho tiempo, pero esta vez no puedo, ya que
cada uno de estos lugares sólo me recuerda el daño que cada día sufre mi
tierra, mi gente, mi vida. Así que mi conversación de fin de año se convirtió
en un compasivo “tramonto sull’Arno” aproximadamente cada minuto y medio.
Allá
donde estés, gracias por hacer lo posible para frenar el llanto que tantas
otras veces has escuchado con paciencia y calmado con dulzura dándome un fuerte
abrazo, a pesar de la distancia.
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