Yedzenia Gainza 08 de enero de 2018
Un día
como hoy en el que el silencio nada tiene que ver con la resaca y la soledad
corresponde a la incertidumbre sobre lo que ocurrirá en el año que acaba de
comenzar, la televisión por cable es la única válvula de escape que queda en
Venezuela.
Si lo
permiten la iguana comecables, la alineación de los planetas, el imperio
maligno y todas esas cosas a las que el régimen culpa por la falta de
electricidad, es posible evadir por un rato la dura realidad que azota al país.
Los venezolanos estamos siendo atacados por todos los frentes y el único
refugio que nos queda está compuesto por cuatro paredes rodeadas de candados,
cadenas, cercos eléctricos y/o casetas de vigilancia privada en las que nos
sentimos casi seguros. No hay muchas oportunidades de ocio, la inseguridad y la
inflación las han desaparecido. Queda solamente un fiel control remoto con el
que cada ciudadano que puede huye de las largas y ridículas cadenas de radio y
televisión hechas por el régimen abusando de su poder y tratando de lavarle el
cerebro a todos a punta de propaganda chavista.
En
menos de un minuto los televidentes podemos escoger entre canales de moda donde
una camiseta de algodón no es un artículo de lujo, programas de gastronomía en
los que el uso de carne o azúcar parecen propios de ciencia ficción, películas
de cualquier género (incluyendo la comedia que sirve para no pensar en nuestra
desgracia), documentales donde hienas se aprovechan de los restos de una cebra
(una ejemplo de chavismo en el mundo animal), dibujos animados donde hay
parques que nuestros niños nunca han
visto por su barrio, extraordinarios viajeros que muestran lugares paradisíacos
que pueden ser visitados sin necesidad de comprar dólares en el mercado negro y
sabiendo que el mayor peligro es una indigestión. La televisión es nuestro entretenimiento más
seguro, ya ni ir a la playa representa una liberación.
No son
pocos los autodenominados chavistas que reconocen tener televisión por cable
para huir de la transmisión permanente de basura en los canales sometidos por
ley a las cadenas nacionales. Otros también están hartos, pero a falta de
dinero para pan, no les queda sino aguantar el circo.
Los
afortunados que tienen un juego de dominó son los que mejor pasan las horas
aunque falte la tele. Los que siguen creyendo la fantasía de tener derecho a
todo sin trabajar juegan al solitario mientras alimentan con promesas de futuro
el hambre que sienten hoy. Estos últimos son los que peor llevan el cruel
desengaño.
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