Yedzenia Gainza 09 de enero de 2018
Aquí
los días pasan muy rápido. Las colas para comprar, las vueltas por la ciudad
buscando determinados alimentos, gasolina, etc., consumen las horas de los
venezolanos. Como creo haber dicho en otras oportunidades, vivimos en una
diligencia permanente, siempre ocupados buscando algo, siempre llamando a algún
amigo para solucionar algún problema. Aquí nada es definitivo, todo se
convierte en una sucesión de paños calientes: un neumático usado para reponer
el roto mientras se localiza uno nuevo, piezas recicladas de algún carro en
desuso para mantener relativamente operativo uno menos destartalado… En fin,
soluciones improvisadas para salir de la contingencia mientras se sueña con la
llegada del momento en el que todo vuelva a ser como antes.
En
medio de las diligencias se me ocurrió comentar el incontenible deseo de comer
uno de los motivos que hacen de mi tierra un lugar único: cachapa con queso.
Soñaba con una cachapa redondita del tamaño de un plato no precisamente de
postre, con un cuadrito de mantequilla fresca y un disco de queso blanco
derritiéndose lentamente mientras se me salían los ojos. Mi acompañante comenzó
a salivar y fuimos a buscar un lugar para comprar varias, llevarlas a casa y
compartir el antojo en familia. Lo normal sería acompañar las cachapas con una
ración de cochino frito de esas que obstruyen arterias casi a la misma
velocidad con que provocan sonrisas en los comensales, pero mucho me temía que
no iba a ser tan fácil.
Después
de pasar por dos locales cerrados, uno por vacaciones y otro no sé si para
siempre, paramos en uno con unas veinte mesas de las cuales solamente una
estaba ocupada (por cuatro mesoneros con cara de aburrimiento). Después de
conversar con un encargado tan amable que por suerte hacía sombra a la
desagradable e incompetente cajera, el antojo se quedó a medias, no había
ningún tipo de queso de los que parecen haber sido inventados para acompañar a
las cachapas. Quedaba solamente queso blanco rallado, del mismo que teníamos en
casa, así que pedimos las suculentas y grandes delicias de maíz solas, ya nos
encargaríamos de completarlas en casa.
Cada
cachapa costó veintidós mil bolívares, más del diez por ciento del salario
mínimo. Y no crean que este es un plato comparable a la langosta, más bien es
un plato simple, humilde, algo que hasta hace no mucho estaba al alcance de
todos. Bueno, igual que el resto de la comida.
Comimos
en familia intentando no hablar sobre lo increíble que era Venezuela sin queso
de mano, telita, queso guayanés o cochino frito. Es como imaginar una Italia
sin pizza o sin Parmigiano Reggiano. Al fin y al cabo todo lo que pasa en este
país es increíble, aquí cada día la realidad aniquila las tradiciones más
modestas y supera con creces hasta la más espeluznante ficción.
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