Jhoandry Suárez 23 de enero de 2018
El
camino se hace al andar, reza cierto adagio, pero los periodistas venezolanos
Marcos Díaz y Getsemaní Peinado comprobaron que también se hace al pedalear.
Convirtieron toda Suramérica en su ciclovía en una expedición de 21 mil
kilómetros de Caracas al extremo sur del continente, a Ushuaia, Argentina,
conocida como el fin del mundo.
No les
bastaron dos años de travesías en bicicleta a Mérida, Maracay o Paraguaná.
Partieron el 7 de noviembre de 2015, a bordo de una bici de dos puestos
equipada con un sueño que los impulsaba más allá de siete fronteras. Ana
Peinado, hermana de Getsemaní, salió con ellos y los acompañó hasta Ecuador.
La
primera bienvenida, fuera de Venezuela, se las dio el calor caribeño de
Colombia, un lugar que recuerdan por la ruta de costas que eligieron y en la
que se bañaron de un espectáculo de playas tropicales, cuyas olas ondeaban al
ritmo de los vientos decembrinos. Cambiaron, así, las montañas caraqueñas por
la ribera neogranadina.
Su
cicloexpedición no albergaba la mera idea de hacer turismo o un paseo de
diversión, sino que buscaba promover, en cada rincón, el uso ecológico de la
bici; por lo tanto, no les estimulaba llegar deprisa a su destino, sino
apreciar, vivir y disfrutar el camino.
“Algunas
personas nos preguntan por qué decidimos la ruta más larga en Colombia, pero le
respondemos que nuestra meta no era llegar rápido, por eso tomamos la ruta más
larga, bonita y plana”, describe Marcos, de 30 años.
Por
Ipiales cruzaron a Ecuador, donde el clima templado se convirtió en frío gélido que descendía hasta los -12°C,
mientras que la cresta de volcanes silueteaba los amaneceres. Allí, incluso,
tuvieron la oportunidad de dormir en dos volcanes: el Quilotoa y
Tungurahua.
Pedalear
y pedalear hasta cubrir 100 kilómetros diarios era su desafío cotidiano;
además, mantenerse fieles a una premisa: jamás quedarse en un pueblo más de dos
o tres días para no transformarse en emigrantes o residentes. Esto significó
pernotar en un lugar diferente diariamente y nunca establecerse en ninguno, una
analogía de “estar literalmente viviendo en la calle”, como ellos mismos lo
percibieron.
Getsemaní
asegura que fue un duro cambio para ella. “Pasábamos todo el día pedaleando y
al final de la jornada, no podíamos decir vamos a casa, porque no teníamos una,
aunque nunca nos faltó quienes nos hospedaran”, recuerda la ciclista de 26
años.
“Tampoco
pude traer todas mis cosas y me tuve que conformar con dos camisas y un mono
(pantalón deportivo); pero, a veces había sitios fabulosos en los que me tomaba
una foto y solo pensaba que aparecería con el mismo traje de siempre”, bromea
desde Ushuaia.
Luego
de cruzar la mitad del mundo, su travesía incluyó los desiertos de la tierra
del Machu Pichu; evadir huecos del tamaño de automóviles en Bolivia y apreciar
los paisajes australes de Chile. En todo el itinerario, apenas portaban unos
cuantos dólares en sus bolsillos.
La
providencia de residentes y de Dios no les faltó, sobre todo, en más de 70
ocasiones cuando se quedaron sin un centavo. “Dios ha sido nuestro único
patrocinante. A veces terminábamos de comer y quedábamos sin nada, entonces
decíamos: ‘Bueno, Dios, este es el momento en que te haces presente’, y
sorprendentemente salíamos y veíamos dinero en efectivo en el piso. La gente no
nos cree esto”, narró Marcos.
A cada
kilómetro, un trabajo los esperaba. En Ecuador, por ejemplo, consiguieron
empleo durante un mes como mecánicos de bicicletas. Además, vendieron pulseras
con motivo de su viaje y desarrollaron actividades culturales y educativas, sin
fines de lucro, para destacar las ventajas de la bici, organizaron
bailoterapias, conversatorios sobre la xenofobia, recitales de poesías. A
través de ellas consiguieron el apoyo material para continuar. “Nunca nos
paramos económicamente”, insiste el periodista.
“Hasta
en los desiertos de Perú –agrega–, que son tan áridos y solitarios, conseguimos
agua y comida. Siempre encontramos la forma de avanzar”.
Su
método para ahorrar fue sencillo: evadir las vías comerciales y turísticas
donde los productos y alojamiento eran costosos. En su lugar, prefirieron las
rutas rurales, donde les ofrecían jardines y sembradíos para establecer sus
tiendas de campar.
Las
ganas de detenerse para descansar los asaltaron más de una docena de veces tras
pedalear horas, cansados del ritmo nómada que llevaban. Sin embargo, retomaban
el volante de su transporte y continuaban, con 70 kilogramos de equipaje a
cuestas, por peñascos, barrancos y caminos de nadie.
Marcos,
no obstante, resalta que la muerte de su mamá, el 25 de diciembre de 2016,
representó un acontecimiento que por poco lo hace abandonar la expedición para
regresar a Venezuela; sin embargo, se encontraba atravesando pleno desierto
peruano y sin dinero para un boleto de vuelta.
Los
riesgos y peligros fueron dos pasajeros omnipresentes en su aventura. En varias
oportunidades sufrieron accidentes, el más grave ocurrió en Ecuador, donde las
ruedas de una gandola golpearon a Ana Peinado y la lanzó a un extremo de la
carretera, sin provocarle heridas de gravedad. En el mismo país, mientras
recorrían una bajada de 40 kilómetros cerca del volcán Chimborazo, un neumático
se les estalló y cayeron estrepitosamente al suelo.
Su
movilidad los hizo un blanco atractivo para la delincuencia y en más de 8
ocasiones los intentaron robar. “En Perú, un boliviano quiso quitarnos muchas
cosas, por suerte solo se llevó tonterías”, recuerda Marcos; al mismo tiempo
reconoce que la incertidumbre e inseguridad fueron sus mayores preocupaciones,
sobre todo a la hora de elegir un sitio para descansar.
En
2011, el caraqueño sopesó este tipo de situaciones mientras cavilaba la idea
del viaje y observaba por la ventana de su oficina en Sabana Grande, con un
cansancio de tres meses de trabajo ininterrumpido que se perfilaba a no
terminar. Minutos antes, había encontrado una foto en internet de una bici
cerca de un glaciar argentino y esta fue el punto de partida para emprender dos
años de preparación para ir al sur del sur.
Marcos
y Getsemaní indican que durante su cicloexpedición se han topado con decenas de
venezolanos emigrando a pie o bus, viviendo en pueblos remotos o con comercios
en donde les ofrecieron trabajo; incluso, en una ocasión consiguieron a un
paisano en 500 kilómetros de desierto cerca de la frontera argentina. “Lo
curioso es que no nos creen que venimos del mismo país y creen que somos
estadounidenses o franceses, hasta que reconocen el acento”, revelan.
Para
entrar a Argentina descartaron la conocida ruta 40, contigua con la cordillera
andina, y optaron por un desvío de 3 mil kilómetros por el trayecto 34-3 Buenos
Aires con rumbo a Ushuaia, el sitio que los recibió el 27 octubre, tras 12
cambios de neumáticos y cuatro reemplazos de rines.
El
viaje, no obstante, no se detiene allí, en el último puerto de América, sino
que apunta a extenderse al viejo continente, a cruzarlo de punta a punta, desde
Portugal a Filipinas, o viceversa. Los aventureros aseguran que mientras este
proyecto se concreta, aprovecharán para descansar las rodillas, actualizar su
portal web, www.cicloexpedicionista.com (una suerte de diario y guía para
ciclistas) y publicar varios libros.
“Nuestra
idea es demostrar que, aunque no tengas el entrenamiento o la bici
especializada, lo puedes hacer. Lo ideal es que cada quien viva sus sueños. Tal
vez mucha gente no lo hace porque no tiene dinero, los recursos; pero nosotros
no los teníamos y cumplimos dos años rodando. Esto nos motiva y es la
motivación que queremos darle a los demás”, subraya Marcos.
Es así
como una bicicleta que salió en busca del fin del mundo, lo encontró, no sin
antes quedar impregnada de los aromas, sabores y sonidos más variopintos de
medio continente.

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