martes, 6 de febrero de 2018

Día 28: Apostillando, por @yedzenia



Yedzenia Gainza 05 de febrero de 2018

Junto a la lucha diaria por la supervivencia, está el agotador trajín de quienes arreglan los documentos necesarios para irse del país cuanto antes. No son pocos los periodistas, médicos, abogados, diseñadores gráficos, ingenieros y demás profesionales venezolanos que cruzan las fronteras con la intención de poder trabajar en eso para lo que se prepararon durante años sin saber que tendrían que empezar de cero en otro lugar donde deben ocultar títulos universitarios, especializaciones o idiomas que de otra manera sólo servirían para ser descartados en procesos de selección debido a la sobrecualificación que ignora las ganas de trabajar.

Las citas se piden por internet y las abren al mejor estilo chavista, es decir, cuando les da la gana, el horario es irrelevante. Es posible que un fin de semana la suerte se fije en el interesado durante las cuarenta y ocho horas en las que se dedique a intentarlo y sea posible atrapar una. Aparentemente hay un límite de cien citas diarias en cada registro, aunque la página dice mil diarias en todo el territorio de un país que está exportando más ciudadanos que petróleo. Una vez solicitada y confirmada, hay que llevar la documentación a las siete de la mañana al registro seleccionado donde, por supuesto, hay que llegar unas cuatro horas antes. Después de un impreciso número de días que depende de cada registro es posible ir a recoger los papeles apostillados. Obviamente cada documento lleva un  procedimiento propio previo y debe haber sido refrendado por la autoridad correspondiente. Es decir, hay que legalizarlo. Esto significa hacer cola en la calle (¿pensaban que no la habría?) también desde las tres de la mañana y, evidentemente, ponerse en bandeja de plata para ser asaltado, violado o asesinado. De hecho, una nueva modalidad muy común en los delincuentes que rondan estas oficinas es el “secuestro” de los documentos por los que el interesado deberá pagar un rescate si pretende recuperarlos.

A quien en cualquier lugar del mundo le parezca que eso de hacer cola fuera de una oficina de la administración pública no es tan grave y también ocurre en otros países, seguro le alegrará saber que aquí  la entrega de los documentos no se realiza en un local lleno de gente sino en medio de la calle. Sí, en medio de la calle. A la hora de recoger un documento apostillado o no, la cola frente a un centro comercial puede confundirse con la de la panadería o la del supermercado. Baja un funcionario del registro y a todo gañote (si le apetece) llama uno a uno a los titulares para entregar el sobre con los documentos que han triunfado y no dar más explicación que un “no procesó” a aquellos que sencillamente perdieron la cita, el tiempo y el dinero a pesar de cumplir con los requisitos imprescindibles.

Como podrán imaginar, yo andaba con una de esas personas que debe volver a repetir el proceso de petición de una cita que no procesó. Estuvimos sentadas en la acera mientras esperábamos al funcionario, no sin antes haber hecho otras diligencias. Salimos de allí con el sobre en la mano y luego continuamos el calvario, ahora en la cola para comprar comida.

Que en Venezuela la demanda de la Apostilla de la Haya se multiplique cada día y ahora sea mayor que la miserable oferta por parte de la lenta, mediocre y corrupta administración pública chavista, no es más que un reflejo del porqué ya se cuentan por millones los venezolanos en el mundo obligados a dejar la propia tierra para comenzar de cero allende nuestras fronteras y del cártel que lleva veinte años haciendo todo lo posible por destruir nuestras vidas.

Es doloroso ver colas de jóvenes desesperados por salir cuanto antes del país del que nadie quería irse nunca, mientras los creadores de este desastre intentan atornillarse para seguir aquí disfrutando de la cúpula que se han construido a punta de plomo, dólares preferenciales y cocaína. Hace mucho que llegó la hora de sacarlos del poder, son ellos quienes perdieron el derecho a vivir en nuestro país, ese que tanto nos duele sin importar el tiempo ni la distancia.

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