Mónica Rivera Rueda 27 de febrero de 2018
@Yomonriver
En
promedio a la ciudad llegan 10 al día, por lo que el Distrito adelanta acciones
para evitar su explotación laboral y asegurar su derecho a la educación y la
salud. Lo que más les preocupa a ellos son las oportunidades y la xenofobia por
su masiva llegada.
Sólo
después de 23 días de haber llegado a Bogotá, Ricardo y Andrés pudieron
disfrutar de un almuerzo como Dios manda. Salieron de Venezuela el 30 de enero,
con una pequeña maleta, el escaso dinero que les envió un sobrino para que
pudieran cruzar la frontera y el deseo de conseguir un trabajo para sostener a
sus familias en Maracaibo. Sabían que los primeros días en el país iban a ser
duros, pero no tanto.
Ambos
arribaron a territorio nacional el 1° de febrero y su primer destino fue el
municipio de Rovira, en Tolima. Les habían dicho que allí encontrarían empleo
en la temporada de recolección de café, lo que se convertía en una oportunidad
para comenzar la nueva vida en este país. No obstante, fue su primer fracaso.
Fuera de que las fincas que les recomendaron quedaban más lejos de lo esperado,
al llegar se dieron cuenta de que la cosecha apenas comenzaba a mediados de
marzo. Sin dinero y devastados se tuvieron que devolver a Bogotá.
Desde
su retorno no tuvieron otra opción que quedarse en la terminal de transporte de
la capital. En el día, la recorrían esperando un golpe de suerte. En las noches
tenían que dormir sentados, ya que en el portal está prohibido recostarse en
las sillas, en especial después de la masiva llegada de venezolanos, que
comenzó en agosto de 2017, cuando se estableció la Asamblea Nacional
Constituyente en su país.
Con su
pequeña maleta y sin separarse establecieron una rutina. Cuando pagaban para
utilizar el baño, aprovechaban lo que más podían para asearse . Y en cuanto a
la comida... tuvieron que acostumbrarse a que el único alimento era un pan y un
café, que debían compartir. Ante esta situación no les quedó de otra que
empezar a pedir ayudas a los viajeros de la terminal y en los últimos días
vender dulces, porque era lo único que les permitía sobrevivir.
Finalmente,
después de semanas de soportar la situación, el pasado viernes fueron
contactados por un grupo de voluntarios que los llevaron a un albergue del
Episcopado creado para migrantes, en el que podrán estar hasta nueve días.
Dependiendo de las condiciones, allí tendrán techo y comida, mientras se
resuelve su destino.
La
historia de esta pareja de venezolanos es la que a diario viven decenas de
ciudadanos del vecino país en Colombia. Por esta razón, tanto la Iglesia como
la Unidad de Víctimas y la Secretaría de Integración Social tienen personal
dedicado exclusivamente a identificar este tipo de casos en la terminal de
transporte de la ciudad. De acuerdo con Teresinha Monteiro, directora de la
Fundación Atención al Migrante, a donde llevaron a Ricardo y Andrés, es común
que a la ciudad lleguen nacidos en el vecino país con la intención de buscar
trabajo, porque dentro de su imaginario, en la capital colombiana pueden
encontrar buenas oportunidades.
Xenofobia
Muchos
de los que llegan a Bogotá rápidamente deciden seguir el viaje a otras regiones
del país, a Ecuador o Perú, al ver las dificultades para encontrar trabajo en
la ciudad y, por consiguiente, un lugar para vivir. “La mayoría de las veces es
por la xenofobia que se ha generado, ya que lo común era que los colombianos se
fueran del país y no estábamos preparados para recibir a personas de otros
lados”, explica Monteiro. Y si a esta situación se le suman las recientes
noticias que resaltan la cantidad de venezolanos detenidos por hurtos, el panorama
se complica. De acuerdo con cifras de la Policía, el año pasado detuvieron a
334 por diferentes delitos.
Esa
xenofobia de la que habla Monteiro la vivieron Armando Albarracín y Miguel
Chávez, quienes llegaron al país prácticamente a pie y han tenido que sufrir
esta situación. Entraron por Cúcuta y de allí, sin mucho dinero, emprendieron
el viaje a la capital entre los municipios de Boyacá. En el camino han debido
sortear todo tipo de situaciones: así como hay personas que los han atendido
con amabilidad, hay quienes les han cerrado la puerta en la cara. No sólo
colombianos, también venezolanos residentes en el país. Sin muchas
oportunidades, en los últimos días han tenido que ofrecer manillas en las
calles a cambio de lo que la gente les quiera dar, ya que no consiguen trabajo
y cuando los emplean les pagan muy poco. “Tuvimos un trabajo en el que nos
prometieron $25.000 diarios y nos darían el almuerzo. Al final de primer día
nos dieron $7.500, porque nos descontaron la comida”, dice Chávez.
Entre
las principales dificultades que atraviesan los venezolanos que llegan a la
ciudad están su situación legal y las necesidades económicas, por lo que se
convierten en blanco fácil para la explotación laboral. Según cifras de la
Secretaría de Gobierno, en el último año, el 20 % de los casos de trata de
personas correspondieron a mujeres venezolanas, por lo que dentro de las
prioridades del Distrito está la creación de un plan de contingencia que les
permita actuar y prevenir estos tipos de esclavitud y, de la misma forma,
ofrecer oportunidades laborales.
Pero
el trabajo no es fácil. El Distrito no tiene claridad de cuántos venezolanos
están viviendo en la ciudad. Según cifras de Migración Colombia, en el país hay
más de 470.000 venezolanos de forma regular e irregular. De estos, alrededor de
67.000 han solicitado el Permiso Especial de Permanencia (PEP), de los cuales
el 39 % se encuentra en Bogotá. Si las cifras globales se asemejan, se podría
decir que en la capital viven alrededor de 128.000 venezolanos.
Como
si fuera poco, esta cifra aumenta a diario. Según la Personería Distrital,
entre el pasado 9 y 21 de febrero, la entidad atendió a 7.500 venezolanos que
llegaron a la capital, de los cuales 1.195 se encuentran en Kennedy, 653 en
Suba, 646 en Engativá, 540 en Rafael Uribe y 523 en Bosa.
Es por
esto que ante la masiva llegada, la Secretaría de Integración Social junto con
Migración Colombia presentarán en las próximas semanas la caracterización de
los venezolanos en la ciudad para determinar su atención. Además, se activó un
plan de atención inmediata, con el que se busca por el momento brindar la mayor
ayuda. Dentro de las primeras acciones están la de garantizar el servicio de
atención a urgencias y la inmunización de menores de seis años, mujeres
embarazadas y adultos mayores.
El
plan ha sido efectivo para el Distrito, según Patricia Arce, subsecretaria de
Salud Pública. En los últimos seis meses se ha incrementado el número de
venezolanos atendidos, pero quizás uno de los puntos que más llama la atención
es la cantidad de venezolanas que dan a luz en Bogotá. En 2017 se atendieron
162 partos, mientras que en lo corrido de este año ya van 15. La cuestión en
estos casos, según Monteiro, es que como las mujeres entran embarazadas a la
ciudad, no tienen acceso al régimen de salud, ya sea por sus condiciones
económicas o migratorias, lo que dificulta su asistencia a controles y demás
cuidados prenatales.
Por
otro lado se ha fortalecido la prestación del servicio de educación a menores
de edad. La Secretaría de Educación tiene activado un plan de atención del que
se puede beneficiar cualquier menor de edad del vecino país. De acuerdo con
Carlos Reveron, director de cobertura de la Secretaría, la idea es que
cualquier niño pueda entrar a un colegio distrital sin importar si le falta
algún documento. “Cuando el niño llega al colegio y no tiene el certificado
correspondiente al último grado que cursó en el colegio, debe hacer las
respectivas valoraciones académicas para determinar en qué grado puede entrar”.
Asimismo,
los menores pueden obtener el cupo sin presentar alguno de los documentos
migratorios, ya que les brinda oportunidades para que los padres realicen el
trámite posteriormente. “La nacionalidad no es una barrera para acceder a los
colegios oficiales ni para tener acceso a los beneficios”.
En
este sentido, en los colegios oficiales se han inscrito alrededor de 1.000
estudiantes venezolanos, con mayor demanda en las localidades de Kennedy, Suba
y Usaquén, y aun así la Secretaría asegura que cuentan con los suficientes
cupos para atender esta población. De acuerdo con Monteiro, a la ciudad llegan
todo tipo de venezolanos, de todas las clases sociales, principalmente de los
ciudades de Barquisimeto, Maracaibo, Caracas y Valencia, algunos con las condiciones
para conseguir un lugar para vivir y estabilizarse; otros con promesas de
trabajo fallidas, y finalmente quienes ante las difíciles circunstancias en
Venezuela prefieren venirse a aventurar.
Aunque
han corrido con suerte y han logrado entrar a uno de los albergues, Albarracín
y Chávez ya decidieron devolverse para Venezuela la próxima semana e intentar
volver en cuatro meses en mejores condiciones, mientras que Ricardo y Andrés
tienen la esperanza de que por lo menos uno de ellos logre conseguir trabajo en
los próximos 15 días, pues su principal necesidad es ayudar a su familia en
Venezuela. De no lograrlo tendrán que resignarse con volver a su país y aceptar
las precarias condiciones que los llevaron a buscar mejor suerte en Bogotá.
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