RICARDO TROTTI 18 de febrero de 2018
Esta
semana fue funesta para Nicolás Maduro. Todos reaccionaron en contra de su
fraudulenta convocatoria a elecciones para el 22 de abril, en las que quiere
competir sin oposición ni supervisión.
Quedó
en el pasado la época en que los gobiernos mantenían silencio ante la tragedia
política venezolana, por miedo a las represalias estridentes del régimen o a
quedarse sin petróleo a precios subsidiados.
A la
oposición no le resultó fácil revertir esa indiferencia general. Sus denuncias
chocaron con el romanticismo que se le prodigaba al chavismo por su cháchara
anti imperio, igual que al comunismo cubano. También tropezaron con una
tramposa maquinaria electoral de apariencia democrática y con la construcción
de procesos de diálogo que el régimen usó para comprar tiempo y acrecentar su
poder.
Todo
cambió. La tragedia venezolana ya no es política, sino humana y expansiva hacia
otros países. El continente se apura ahora a buscar remedios para controlar el
desborde de uno de los mayores éxodos en la historia de América Latina.
La
agrupación Cáritas calcula que la desnutrición en menores de 5 años trepó al
71%. La Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) supone un 80% de
pobreza. Se calcula que el 10% de los 31 millones de venezolanos emigró en los
últimos años. Una parte fue asimilada por la fuerza laboral de otros países,
pero muchos sistemas inmigratorios, del panameño al dominicano, están al borde
del colapso. Otros como Argentina, por causas humanitarias, flexibilizan sus
normas migratorias, mientras tanto los países limítrofes, Brasil y Colombia, llevan
la peor parte de la ecuación. Unos 800 mil venezolanos recalaron en Colombia y
la escalada migratoria obligó al presidente Juan Manuel Santos a coordinar con
el ACNUR la construcción de campamentos para refugiados.
Es
cierto que el régimen chavista está cosechando los frutos de sus incompetencias
sembradas en todas las áreas. Pero no es el único culpable. La responsabilidad
también recae sobre la comunidad internacional que hizo poco o nada para
prevenir esta situación. Todos deben asumir las consecuencias por nunca haber
aplicado la Carta Democrática Interamericana.
Esta
semana los cancilleres del Grupo de Lima, entre ellos de Argentina, Brasil,
Canadá, Colombia y Perú, afirmaron que no le darán la bienvenida a Maduro en la
próxima Cumbre de las Américas que se celebrará en Perú en abril. La medida
política es elogiable, pero no quita que la tragedia humana venezolana tendrá
que ser prioridad en la agenda.
La
condena al régimen de Maduro llega tarde, pero es bienvenida. Y cabe una
lección. Sería importante que los resortes preventivos que no se aplicaron
contra Venezuela se activen para frenar a otros gobiernos autoritarios y, así,
desactivar crisis y éxodos futuros. ¿Suena Nicaragua?
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