El Telégrafo 06 de febrero de 2018
Es el
presidente de la Asociación Civil Venezuela Ecuador. Su departamento en Quito
casi nunca está vacío, recibe a sus compatriotas que están de paso. Ayuda a los
que están desorientados con la esperanza de que la vida les sonría.
“Soy
gay”, dice Daniel Regalado Díaz sin expresar ningún gesto en el rostro. ¿Qué
sentido tiene que, de entrada, haga esa puntualización?
Lo
tiene: él vino desde Caracas a Quito hace nueve años porque necesitaba coronar
su largo y doloroso año y medio de luto tras la muerte de Sergio, su pareja, en
un brutal accidente de tránsito en una carretera cercana a la capital de su
país.
Daniel
tiene 43 años, es mulato, semicalvo, porta lentes rectangulares de gruesos
marcos negros, barba y bigote encanecidos, un pendiente de plata redondo en el
lóbulo de la oreja izquierda y viste ropa casual, que le hace ver más joven.
Pese a
que nació y vivió en una ciudad caliente, con un clima promedio similar a
Guayaquil, el sol quiteño del mediodía aún le sorprende por su fuerza y su
penetración en todos los ámbitos de la ciudad y en la piel de las personas.
Mientras
bebe un batido de mango en un vaso colmado de hielo se describe a sí mismo:
presidente de la Asociación Civil Venezuela en Ecuador, asesor en artes
escénicas, administrador de empresas y experto en gastronomía internacional.
Es un
venezolano prechavista. Así se define. Desde muy joven decidió que cada año
haría viajes de por lo menos un mes para conocer la vida de los otros y eso lo
tiene aquí y ahora en el Ecuador.
Paradojas
de la vida: era adolescente cuando tomó esa determinación que, al final, le
salvó, con años de anticipación, de sufrir las penurias de miles de sus
compatriotas que buscan salir de Venezuela por la grave y galopante crisis
económica que se vive allá.
No se
trata de ideologías ni de aborrecer o adorar a un caudillo como fue el
comandante Hugo Chávez o como es su delfín, muchísimo menos carismático y
muchísimo menos capaz como Nicolás Maduro.
Al
final, a la gente común lo que le interesa es vivir: comer, estudiar, trabajar,
amar…
¿Importa,
en verdad, quien presida un gobierno cualquiera si los ciudadanos disfrutan de
una cotidianidad sin sobresaltos, sin apuros, sin miedos, sin necesidades, sin
urgencias, sin angustias?
No. No
importa si la situación es esa. Pero sí importa cuando la existencia da un giro
de 180 grados y se vuelve un infierno cuya vastedad y alcance es imposible
prever y, en esta medida, afecta y sumerge a la población en un tsunami de
incertidumbres y terror por el futuro.
El día
que Daniel tomó la resolución de irse de su país lo primero que hizo fue
renunciar a su trabajo de asesor de diseño en El Nacional, uno de los
periódicos más importantes de Venezuela.
Y
aunque hoy lo cuenta como una broma contradictoria, le parece que tiene tanta
suerte que uno de los directivos del periódico aceptara a regañadientes que se
fuera pero que su reacción resultase sorprendente: “Te esperaremos. Vuelve
cuando quieras y tu puesto está asegurado”.
Ama el
Ecuador, aunque tiene sus críticas a cierta forma de ser de los quiteños, al
menos de dos con quienes intentó mantener una relación amorosa estable pero
fracasó porque “los quiteños son malcriados”.
Recuerda,
piensa, reflexiona y luego lo explica: desde que él era pequeño y vivía con una
numerosa familia (hermanos, madre, tías, sobrinos, cuñados), su mamá le enseñó
a valerse por sí mismo en lo más elemental.
¿Lo
más elemental? Claro, dice: tender la cama, lavar la ropa, cocinar, barrer,
arreglar la casa o el departamento, lavar los platos y los cubiertos, ordenarlo
todo.
A eso
se refiere con “malcriados”. A una mala crianza familiar donde desde niño te
hacen creer que todo lo tienes a la mano, que tú no tienes que esforzarte para
nada, que para eso, supuestamente, están la madre, las hermanas, las empleadas
domésticas, las mujeres de la casa.
Es un
obsesivo por aprender cosas, en especial las que atañen a sus vocaciones. En
gastronomía, cuando tenía pocos meses en Quito, probó por primera vez una humita.
Ya se
había deleitado con el locro de papa, con el caldo de bolas, con el hornado,
con el timbushca, pero la humita lo deslumbró.
Y no
dudó cómo aprender a cocinarla: recorrió algunos restaurantes de comida típica
hasta que en uno de ellos le aceptaron como posillero. Entre idas y venidas del
salón a la cocina con la vajilla para lavar, miraba a una maravillosa mujer que
era arte puro cada vez que elaboraba humitas. Daniel hoy puede enorgullecerse
de ser uno de los gastrónomos que mejores humitas hace en Quito.
¿Penas?
¿Dolores? ¿Nostalgias? Casi no tiene tiempo para eso. Con la masiva migración
de compatriotas tiene mucho trabajo solidario pendiente en su tarea de
presidente de la Asociación Civil Venezuela en Ecuador, aprobada oficialmente
como ONG por el Ministerio de Inclusión Social el 19 de septiembre del año
pasado.
Su
departamento, en el sector de Iñaquito, cercano al Quicentro, casi nunca está
sin gente: hasta hace poco tuvo como huésped a su sobrino Kevinns, quien llegó
con su bebé y que vivió con Daniel hasta que llegara de Caracas la esposa y
madre para juntarse y marchar rumbo a Chile, donde ya están con trabajo e
incluso tienen alguien que cuida a su pequeño.
Pero
no solo da la mano a sus parientes, sino a muchos compatriotas que llegan desorientados
y con la única esperanza de que la vida de nuevo les sonría.
Daniel
maneja la página web Venezuela en Ecuador para ayudar a los migrantes y para
informar al mundo sobre la situación humanitaria que atraviesan quienes han
tomado la decisión de buscar una forma de vida digna.
Su
asociación la integran médicos, docentes, fisioterapistas, psicólogos,
economistas…
Ayudan,
sobre todo, a quienes resuelven quedarse en nuestro país. ¿El gobierno podría
hacer algo más por ellos?, Daniel critica que los trámites y los costos de los
papeles son muy caros y engorrosos. Que en eso podría ayudar la cancillería
ecuatoriana.
Pero
el 78 por ciento de quienes llegan solo hacen una pausa en su ruta a Perú o
Chile.
Por
eso es ridículo, según Daniel, que hace medio año, haya brotado cierta
xenofobia que, por suerte, ya está olvidándose.
No fue
casual, como nada lo es en la vida. La Asociación investigó e identificó al
autor de los dos o tres videos que provocaron una reacción inusitada en los
ecuatorianos cuando esos videos se viralizaron en las redes sociales.
“Fueron
grabados por un individuo que se llama Byron y a quien lo tenemos muy bien
identificado. Se jacta de ser ‘youtuber’ e ‘influencer’, pero no es nada más
que un delincuente digital”, afirma Daniel.
Los
ecuatorianos, afortunadamente, olvidaron pronto los prejuicios que les produjo
este sujeto.
“Porque
nosotros, los venezolanos, quizás como herencia de la migración europea a
nuestro país en la Segunda Guerra Mundial, somos emprendedores: si nos quedamos
sin dinero, y tengamos la profesión que tengamos, podemos instalar un puesto de
salchichas en una esquina y nos irá muy bien. De hecho, eso es lo que hacemos
cuando llegamos a otro país y no nos dan la mano. Nos ponemos a trabajar en lo
que sea y afrontamos la vida”.
El
“boom” creado en el centro histórico de Quito, por ejemplo, es fruto de esa
capacidad. No porque las venezolanas que venden helados hasta las ocho o nueve
de la noche han despertado una nueva tendencia en la ciudad, en una ciudad
donde hace frío, sino porque sacrifican sus horas, descansan poco, lo hacen de
manera original y son amables y graciosas.
En el
norte de la ciudad, en cambio, se ha creado otra tendencia: la de vender donuts
al paso. Y no es un mal negocio: quienes lo hacen venden cada día entre 35 y 40
dólares.
Muchos
de los que se quedan aquí viven en grupo, se reparten las tareas domésticas y
ahorran para enviar parte del dinero a sus familias que aún viven en Venezuela.
“Son
trasferencias reinvertidas”, aclara Daniel por si acaso alguien pretenda decir
que están sacando los dólares del Ecuador. Aquí mismo hacen el cambio en
bolívares, en las instituciones adecuadas para ello.
La
vida es difícil, pero vale la pena vivirla. Porque la existencia es así.
Te
pone al frente desafíos inesperados, soledades, decisiones difíciles de tomar.
Pero eso es lo que diferencia a unos de otros.
Como
los ecuatorianos que tras la crisis financiera de 1999, fruto de la ambición de
los grandes banqueros que robaron el dinero de millones de compatriotas (las
cifras nunca se alcanzaron a calcular con exactitud), emigraron a España e
Italia y fueron capaces primero de sobrevivir y luego de dejar una huella de
trabajo, honestidad, esfuerzo y talento, los venezolanos hacen lo mismo ahora.
Y con éxito.
Porque
los venezolanos, como Daniel, no lo piensan demasiado cuando llega la hora de
viajar.
Como
él, cuando vino hace nueve años para olvidar el luto por Sergio, su pareja, los
compatriotas que hoy salen de Venezuela lo hacen para rearmar su vida mientras
sufren el luto por una país al que aman, pero que no se deja amar. (I)
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