Alejandra Monroy 25 de marzo de 2018
Algunos en situación de pobreza ven a
Ecuador como un país de paso mientras viajan a Perú y Chile. Otros laboran en
locales o venden comida en la calle hasta tramitar sus papeles. Ellos se
sacrifican para ayudar a sus familias. Según el Ministerio del Interior, en
2017 entraron 288.005 y salieron 226.867. En ese año se entregaron 37.913
visas.
“You
you ou horita comenzamos. Horita buenas tardes, mi princesa, mi amor, yo vengo
de Venezuela, soy un niño, un menor, pero vine por acá para trabajar, porque a
mi familia la quiero ayudar, porque por mi país te tienes que sacrificar…”
Con
ese rap, Omar Antonio Almasía Leone saluda a Quito. Hace un día llegó a Tulcán.
Su travesía desde el noroeste de Venezuela ha durado 38 días. Varios tramos a
pie han desgastado las suelas de sus Nike que alguna vez fueron blancos. Le quedan
un poco grandes porque un chico se los regaló en Ipiales, al sur de Colombia.
Allí una noche le robaron los suyos.
Omar
tiene una mirada de esperanza en el futuro y las ganas de hacer algo por su
familia. Se baja del bus Pullman Carchi, en la terminal de Carcelén, al norte
de la capital. Lleva un parlante rojo al hombro, una mochila y en el otro
hombro un estuche con una carpa de tela de camuflaje. Está cansado.
Su
chompa tricolor con estrellas, como la bandera de su país, sigue húmeda y fría
por la lluvia de la noche. “Después de tantos días la carpa se nos está
rompiendo y filtra el agua. Eso ayer parecía un río que pasaba por debajo”,
cuenta mientras muestra su pasaporte a un policía.
A sus
21 años dejó a su madre en Venezuela con la esperanza de salir hacia Perú. El
dinero que tenía le alcanzó para llegar a Cúcuta, en la frontera con Colombia,
desde Barquisimeto, donde vivía. Desde ese punto ha vivido cantando en los
buses y vendiendo bolitas de caramelo con sabor a café. Así reunió para los
pasajes y para comer algo.
Mientras
caminaba a Bogotá, Omar se encontró con dos compatriotas de su misma edad que
le ayudan a vender los caramelos y que en las noches comparten la carpa con él.
“…A
Maduro para afuera lo tenemos que sacar. Es algo muy normal. Somos puros
chamitos los que vamos caminando poquito a poquito, pasito a pasito ya estamos
aquí, ya vamó para Perú…” sigue rapeando y sus ojos recorren cada rincón y cada
puesto de dulces. No han comido desde el día anterior. Converso con ellos y
percibo que huelen a húmedo, a tierra, a tabaco… Los buses siguen llegando. Los
tres se abren paso entre bultos y maletas. Una voz finita, con acento
venezolano, entona: “Café caliente, venga por su café caliente”, eso les llama
la atención. Siguen la voz y llegan al local número 4.
Juntan
las monedas que acaban de ganar con el rap y les alcanza para dos vasos de café
por $ 1. Eso es lo mismo que Omar ganaba en una semana como ayudante de cobro
en un bus en su ciudad natal. Sharon Fernández los atiende. Ella llegó de Carabobo
hace 40 días. Cuando Omar comprueba que son paisanos la abraza. La joven, de 20
años, se emociona. En su patria era contadora y policía nacional con un salario
de $ 3. Hoy gana $ 14,50 diarios, lo cual le permite enviar $ 20 a su padre, de
90 años, que se quedó en Venezuela. Saca un smartphone destartalado y me
muestra orgullosa las fotos de ella vistiendo el uniforme.
Cerca
de nosotros pasa un mulato de 1,80, ojos verdes y un buzo con capucha, que
tiene bordado el logo de Holcim. Carga cuatro maletas y una cobija. Se llama
Charles Chirino y acaba de llegar. Al ver a sus coterráneos les pregunta:
“¿Dónde están las boleterías de Panamericana?”. Nos cuenta que su destino
final, en ocho días más de viaje, será Santiago de Chile.
“Trabajaba
como técnico mecánico en Holcim Venezuela. Desde que la compró el Estado la
empresa se echó a perder. Ganaba $ 4 al mes. El cartón de huevos de gallina
cuesta el equivalente a $ 1, que no alcanza para medicinas y el
suministro eléctrico. Cada vez es peor, ya no se puede vivir así”.
El
esposo y padre de un pequeño sueña con llegar a la capital chilena para encontrar
un empleo y pedir por su familia como sus ocho excompañeros de oficina que se
le adelantaron. Su ruta será por Piura y Arica.
“…me
están grabando no sé si esto va pa’l Facebook o no sé si la chama lo quiera
subí pa’l YouTube. Así hermano vengo relax, mientras tanto mi familia está en
Venezuela…”, sigue el rap de Omar Antonio. Me sonríe cuando nota que lo sigo
registrando con mi celular.
Ya
acabaron el café y tres minibolones de verde que una señora les obsequió en el
bus. Ahora quieren ir al Centro Histórico.
Sharon
les explica que pueden subir al trole. “Vamos a ver si es cierto que aquí ya
está poblado de venezolanos”, me dice uno de los compañeros de Omar. Se llama
Lisnel Carmona y tiene 21 años.
Él
sueña con comprarse zapatos. En sus pies también calza un par regalado, que no
es de su talla. En Venezuela cuestan cinco millones de bolívares ($ 114,09). En
su situación era prácticamente imposible comprarse uno. Por eso me confiesa que
se quieren ir lo más lejos de Maduro, pero primero quieren conocer un poco de
Quito.
Lisnel
tiene ya un álbum de paisajes en su memoria. “Cuando tenga hijos, voy a
contarles que viajé caminando y en buses desde Venezuela hasta Perú”.
Nos
cambiamos de andén. Se despiden de Sharon y buscamos el trole. En este tiempo
varios pasajeros de la terminal les han dado monedas. El rap es bueno. Omar
Antonio suena como el cantante Bad Bunny, entonces, varias jovencitas piden
sueltos a sus padres para darle.
“Mi
mamá me dice que esto de mi viaje es candela y yo le digo que rece por mí y que
me prenda unas velas. Claro, aquí vengo relajao, aunque de caminar yo estoy un
poquito cansao…”. Entramos al articulado de colores y nos alejamos de Carcelén.
La pista del rap llama la atención de los pasajeros y Lisnel trata de ofertar
los dulces.
“Quito
está lleno de venezolanos, vean todos esos que venden cigarrillos y
energizantes son como ustedes”, les dice una señora, de pelo cano, mientras les
indica a unos vendedores ambulantes por la ventana.
Omar
le dice: “Dios la bendiga, señora”, pero ella no le escucha. “Cada vez vienen
más, aquí ya no hay trabajo”, le murmura al hombre que va junto a ella.
Cuando
llegamos a la parada de El Ejido nos bajamos en el parque. El sol ya empieza a
calentar y, por fin, se les empieza a secar la ropa que llevan puesta.
Allí
nos encontramos con Elizabeth Cedeño y Nacho Bautista, una pareja de esposos
que llegó hace dos semanas. Ellos arriendan un departamento en el barrio Quito
Norte. En su hogar temporal preparan todas las noches 40 empanadas, rellenas
con pollo. Las venden en combo, dos por $ 1.
Su fin
es recaudar $ 500 para tramitar las visas. Elizabeth es profesora y Nacho,
técnico de enfermería. “Aquí, gracias a Dios, sí hay trabajo, pero necesitamos
tener los papeles”, me cuentan. Nacho se saca los guantes, con los que manipula
las empanadas, y me muestra los turnos impresos con fechas para el 24 y 28 de
mayo.
Omar
Antonio los ve y se acerca para ver la olla de empanadas. La huele y por un
momento se siente como en casa. Prende su parlante rojo y canta: “…gracias a
Dios, ahorita estoy de pie y poco a poco
camino, poco a poco, aunque nos han robado, nos lanzaron puñaladas”.
A los
caminantes los atacaron cuando se subieron a una mula que encontraron en Pasto
y que pensaron que podían usar como transporte. Los propietarios, al verlos,
les pegaron. Lisnel se descubre el brazo y me muestra la costra por donde entró
el puñal.
Dejamos
atrás el olor de las empanadas venezolanas y caminamos por la avenida 10 de
Agosto a San Blas. Omar Antonio va chequeado atento a las chicas que venden
helados en todo ese sector. Entonces, le comento que algunas son de Venezuela.
En la
esquina de las calles Montúfar y Guayaquil vemos a una muchacha, con uniforme
verde, que sostiene un helado rojo y blanco en cada mano. Es Orianny Guedez, de
18 años.
Con
una sonrisa aparece por la ventana del restaurante, Picaflor, y nos saluda.
Desde hace mes y medio vive por la Plaza del Teatro con su novio John y 12
compatriotas. Cada uno aporta con $ 16
por el arriendo. A ella le pagan $ 55 a la semana, por trabajar de 08:00
a 20:00.
“Allá
en mi país, el Gobierno empezó a pedirle dinero a John porque tenía un negocio
de venta de frutas y ya no pudimos hacer nada. Nos cansamos de las amenazas y
nos venimos”, cuenta y le ofrece un helado a Omar Antonio. Él y sus amigos se
entretienen viendo los locales de ropa y calzado.
Recorremos
unos 30 pasos y encontramos a tres jóvenes, con delantales rojos, que parecen
pulpos sirviendo y entregando los conos de helado a los transeúntes.
Un hombre,
que va en un Spark azul, los mira divertido y devora su helado, de mora con
leche, mientras sigue atascado en el tráfico.
Mayorlis
Torres y su primo Manuel Gómez trabajan en la heladería Himalaya, desde hace un
año. Ella calcula que en un día caluroso vende unos 200 helados. “A veces los
clientes me bendicen, pero en otras ocasiones me gritan que me vaya a mi país”.
“Tengo
mucha virtud y te dejo la inquietud si conmigo quieres pasear tú...”, rapea
Omar Antonio a sus coterráneas. Ellas se ríen de lejos.
El
mediodía se acerca y el sol cada vez es más fuerte. Un hombre, vestido con un
enterizo de jean, y las manos manchadas de negro, paga $ 0,50 por su helado. José Cegarra, de 34 años, es
mecánico y llegó desde Venezuela hace cinco meses.
El
primer día consiguió trabajo en Chillogallo. “Gracias a Dios soy honrado y mis
jefes me dejan vivir temporalmente en un cuarto en el taller, donde tengo cama,
televisor, radio y un mueble para colgar la ropa”. Se despide amable y se va
hacia la calle Montúfar.
Omar
Antonio y Lisnel aún no saben dónde armarán la carpa en la noche, pero dicen
que sí se irán para Lima. “You you ou ya nos vamos horita a descansar, rumbo
pa’l Perú con nuestro rap”.
Así
los veo partir, se internan con sentido a la calle Manabí y se confunden con
los transeúntes del Centro Histórico. La chompa tricolor desaparece cuando
curvan en la siguiente esquina. (I)
Datos
Tipos de visa que obtienen
El año
pasado se entregaron 37.913 visas en las que se incluyen permisos para
diplomáticos, estudiantes, científicos, religiosos, Mercosur, prensa
extranjera, profesionales, etc. Estos documentos implican residencia de hasta
dos años.
12 dólares diarios es el
promedio de ganancias por vender en las calles, y en restaurantes.
La mayoría entra por tierra
En
2017 el 79% de ciudadanos venezolanos que ingresaron a Ecuador lo hizo por la
frontera con Colombia, Rumichaca. Se tardan de 5 a 8 días en viajar desde
Venezuela a la capital. (I)
Tomado de: https://www.eltelegrafo.com.ec/noticias/cronica/1/venezolanos-trabajan-y-suenan-con-el-futuro
Tomado de: https://www.eltelegrafo.com.ec/noticias/cronica/1/venezolanos-trabajan-y-suenan-con-el-futuro
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