Macky Arenas 22 de abril de 2018
Las
agencias internacionales de noticias han hecho circular notas que describen
cómo los venezolanos en Quito (Ecuador) se las arreglan para manejar la nostalgia.
Es bien sabido que el pueblo venezolano, por haber disfrutado de bonanza
económica y estabilidad política por generaciones, es dado a permanecer en la
patria y poco inclinado a emigrar. Ahora, ciertos deportes que los venezolanos
practican, los mantiene unidos, también fuera del país, al tiempo que los
ayudan a sobrellevar lo que conocemos como “nostalgia”. No es una tristeza
cualquiera, sino una pesadumbre que se lleva en el alma. En España algunos le
dicen morriña y en Portugal, saudade.
El
pasado no sólo es un país extraño, sino que es uno del cual todos estamos, de
alguna manera, exiliados. Y al igual que en todos los exilios, a veces añoramos
volver. Ese anhelo se llama nostalgia. La nostalgia evoca un sentido especial
de tiempo o lugar. Todos conocemos esa sensación: una dulce tristeza por lo que
ya no está, que aparece en tonalidades invariablemente sepia; otras, como un
paisaje brumoso.
El
término “nostalgia” fue acuñado por médicos suizos a finales del siglo XVII,
para describir la sensación de añoranza por el hogar que sentían los soldados.
En exceso, puede convertirse en una sensación empalagosa pero, tal vez, la
nostalgia cumpla una función más allá de la mera sentimentalidad.
Si
algo cumple la función de unir a los venezolanos es la música y el deporte. Uno
de esos deportes es el béisbol, el más emblemático, aunque es básicamente
caribeño y poco conocido en otros países de América del sur. Pero hay una
variante, el softbol (pelota suave), que también se juega con bate y pelota e,
igualmente, apenas vigente en Perú y Chile. Este deporte, que volverá a ser
olímpico en los juegos de Tokyo-2020, se practica en el Pacífico ecuatoriano,
pero para los quiteños es inusual.
Menos
físico que el béisbol, este deporte parece ajustarse mejor a los 2.800 metros
de altura de Quito. Los lanzamientos son más lentos y fáciles de descifrar para
el bateador. En el sóftbol la bola viaja por debajo de la cadera. En el
béisbol, por encima del hombro.
Sin
canchas para jugar en Quito, donde el fútbol es el rey, dibujaron con pintura
blanca un diamante en el parque Bicentenario, en lo que antes era el aeropuerto
de la ciudad.
Y
convirtieron un terreno de césped mezclado con grava rodeado de árboles, en su
cancha. “Es como si estuvieras jugando en tu país, en Venezuela”, sostiene
Oliver Prada, coordinador deportivo de la Liga de Sóftbol de Pichincha, cuya
capital es Quito.
Y
conforme la diáspora creció hasta llegar a unos 60.000 en Ecuador, según datos
de la embajada venezolana, lograron armar una liga de 16 equipos con 450
jugadores, entre aficionados y algún que otro exprofesional.
Empujados
a emigrar por la fuerte crisis económica y de seguridad que atraviesa
Venezuela, en los ratos libres se entregan al deporte y eso les hace más
llevadera la ausencia de la patria. Embutidos en ajustados pantalones blancos y
camisas en las que resaltan los nombres de los equipos Matatanes, Gavilanes o
Embajadores, los venezolanos colorean el panorama.
Con
los ojos puestos sobre el bateador, Larry Escalona lanza una bola rápida ante
la atenta mirada de las bases y los jardineros.
El
caso de este hombre de 47 años, alto y de tez morena, es especial. Durante 19
años jugó en la selección venezolana de béisbol, y al retirarse montó una
distribuidora de artículos de ferretería.
“Es
duro porque tienes tu vida en Venezuela, tu casa, tu carro y empezar a los 47
años de cero en otro país es difícil”, más aún con una familia numerosa,
admite. Es muy fácil sentir nostalgia.
Una
serie de estudios realizados por el psicólogo Constantine Sedikides sugieren
que la nostalgia puede actuar como un recurso al cual recurrimos para
conectarnos con otras personas o eventos, para poder avanzar con menos miedo y
objetivos más claros.
Y es compartiendo
aquello que se aprecia en común como se avanza con menos temores. En Quito
juegan softbol, en Estados Unidos béisbol, en España se reúnen en casas y
cocinan juntos, en Panamá comparten el calor casi insoportable de un país
alegre como el nuestro, en Chile suben el volumen a una nación silenciosa y de
costumbres más conservadoras y en Colombia organizan bailantas de ballenato.
Si
algo hay en común, en todas partes, es la actividad para recolectar insumos
como alimentos y medicinas que faltan en Venezuela. Ello constituye un
cotidiano punto de encuentro para comentar la situación del país. Eso consuela,
alivia, atenúa y calma la ansiedad de tantos venezolanos por estar lejos de la
patria y de los suyos.
La
nostalgia es, después de todo, buena consejera. Ella inspira y mantiene la
amalgama de la camaradería y la hermandad en el exilio.
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