Andrea Medina 04 de junio de 2018
Mariana
Gudiño recibe con una sonrisa al último cliente de la mañana que le pide un
combo de arepa con café. Junto a ella, uno de sus nuevos amigos le ofrece al
mismo comensal un jugo de naranja con zanahoria, en plena esquina del parque
Inglés, en el norte de Quito. Los dos son de Venezuela, llegaron a Ecuador hace
más de dos años.
Cerca
de ellos hay un grupo, todos coterráneos suyos, que saludan y conversan entre
como parte de una misma familia. “Ya somos hasta amigos de las señoras que
venden cebichochos”, bromea Gudiño. “Ni con los policías he tenido problemas”,
cuenta la mujer, de 29 años, quien reside legalmente en Ecuador desde el 2017.
En su país natal laboraba como profesora de educación básica.
Gudiño
es amiga de Ángel Espinosa, instructor de bailoterapia, quien también se gana
la vida en uno de los espacios de este parque, con clases matutinas para un
grupo de alumnas. “Somos como un conjunto familiar, tenemos hasta un grupo de
Whatsapp”.
Ángel
y Mariana están tranquilos al compartir su área de trabajo con otros
comerciantes. “Cuando llegué era la novedad, empezaron a decirme que estaba
llevándome los clientes, y me querían sacar. Pero luego me aceptaron”.
Eduardo
Febres Cordero, de la Fundación Venezolanos en el Exterior, dice que hay
comunidades de compatriotas suyos que son más visibles en diferentes sectores
de la capital, como La Florida, Quitumbe o la plaza Foch, donde se desempeñan
en diferentes labores. En este último sitio y en espacios públicos, reconoce
que se mantienen los trabajos informales por las demoras en la regularización
del estatus migratorio.
Algunos
se suben a buses a vender chocolates. Otros -los más carismáticos- optan por
entretener al pasajero con trucos de magia, o hacen las veces de comediantes
para ganarse unas monedas.
En el
sector de La Mariscal, por ejemplo, hay decenas de ciudadanos extranjeros
ejerciendo diferentes actividades como en la venta de caramelos o cigarrillos o
como anfitriones para los bares o restaurantes de esta zona. Allí trabaja José
Genoviedo, desde hace seis meses, vendiendo tabacos.
Él
dice que al menos así tiene un ingreso pero que no le da para mucho durante las
pocas horas de la mañana y noche que acude para vender.
Desde
enero hasta abril de este año se ha registrado el arribo de 284 277 ciudadanos
de Venezuela al país, de los cuales han salido 242 418, tanto por las
terminales aéreas como por las fronteras terrestres.
La
Asociación de Venezolanos en Ecuador no tiene cifras de la cantidad de
compatriotas que trabaja en la informalidad, pero estima que de quienes ya
residen en todo el país de forma legal, al menos el 70% labora en estas áreas.
Así lo indicó Alfredo López, representante legal de esta organización.
“El
tema laboral es complejo, por un lado, y fácil por el otro. Es difícil por el
tema de la regularización”, insiste Febres Cordero. Al referirse a lo sencillo,
habla de la preferencia que hay por muchos de sus compatriotas para negocios
relacionados con las ventas y la atención a los clientes. “El venezolano, de
alguna forma, ha venido a ser un aporte en ese aspecto”.
Así
como muchos ciudadanos extranjeros optan por las ventas informales -por la
falta de otras oportunidades-, son varios quienes han conseguido trabajos
estables, incursionar en su propia profesión y hasta emprender nuevos negocios
solos o en conjunto. Reconocerlos es sencillo.
Mariana
Piñango es licenciada especialista en perfusión (manejo de un sistema para cirugías
cardiotoráxicas). Mientras se da una breve pausa para salir de los quirófanos,
saluda con al menos cinco personas del mismo hospital en el que trabaja desde
hace dos años. La conocen doctores, trabajadores y pacientes.
Piñango
cuenta que en reiteradas ocasiones también escuchó que le está quitando el
trabajo a alguien más, pero dice que hoy la convivencia es más llevadera.
Antonio
Billoti, de 31 años, también se asesoró antes de llegar a la ciudad, hace más
de un año, y se contactó con otros socios con quienes ya administra su propio
restaurante de comida italiana, en la República de El Salvador. Su local está
en una zona donde abundan restaurantes y cafeterías.
“Muchas
personas siguen buscando alternativas de sustento distintas a su profesión, por
ello optan por la informalidad”, enfatiza López.
En el
sur también hay venezolanos que sortean el tránsito para vender golosinas,
helados o chochos con tostado y limón, como André Pereira, quien aún sigue
buscando algo relacionado a su carrera profesional. “No nos podemos quejar,
pero es difícil mientras no tengamos nada seguro”.
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