JOHANNA OSORIO HERRERA 07 de junio de 2018
Dagne
y Miguel se quebraron emocionalmente en 2016. Duras experiencias en Venezuela
llevaron a estos fotoperiodistas a tomar la decisión de irse del país. Desde
que se fueron, como voluntarios han restaurado casas, sembrado papas, dormido
en árboles. #EmigranteErrático es su manera de contar que la emigración también
puede ser una experiencia feliz.
7 de
abril de 2018.
El día
aclara en Chile, pero por las cortinas apenas se cuela la luz. Dagne y Miguel
despiertan. Se saludan, se miman, se levantan de la cama. Ella prepara avena, y
desayunan como cada día antes de salir a la cosecha. Afuera, los espera el
viñedo. Pronto hay vendimia, y las uvas que se sembraron hace unos
meses ya están listas para emprender su camino a La Despensa Boutique. Se
cambian la ropa, se ponen las botas y salen a trabajar el campo. Durante su
primer año como emigrantes, en los que han restaurado casas, trabajado en
hoteles y sembrado y cosechado muchas veces, han descubierto que la última es
la labor que más les gusta.
Matt,
su casero, dirige el proceso. Llevan cuatro días trabajando y ya han recogido
1.200 kilos de uva Granache y Syrah. Bajo el sol, junto a sus compañeros de
cosecha, Juan y Moncho, rodeados por los perros de la casa, se olvidan de las
horas. Lo hacen hasta que alguno de los dos recuerda registrar
fotográficamente, aunque sea una vez, lo que hicieron durante el día.
En ese
instante, vuelven a ver a través del lente, como hace un año en Caracas. Dagne
y Miguel, quienes hoy recogen y lavan las uvas antes de llevarlas a la bodega,
y se cubren del sol con grandes sombreros, son fotoperiodistas. Pero ahora son
también algo más: son emigrantes erráticos.
Era
agosto de 2016.
La
felicidad de Dagne se quebró. Estaba en La Guajira, estado Zulia. Tierra árida,
sol inclemente, brisa triste. Fotografiaba a cinco hermanos, que antes eran
siete. El hambre les arrancó la vida a dos de ellos, y esta escena, de niños
juguetones y sonrientes abrazando rudimentarias lápidas, se
le metió en el corazón como un hueso punzante —como los que veía en sus
pequeños cuerpos, bajo la ropa ajada—. Un post en su cuenta de Facebook fue el
desahogo de la experiencia que le cambiaría la vida ocho meses después.
El
hambre no es de mentira, yo lo vi con mis ojos, lo sentí, lo olí. Me llenó de
indignación ver a nuestros pueblos originarios, frente a su Caribe más vasto,
morir por la indiferencia de un gobierno que los usa cada vez que puede como
bandera de su discurso de visibilización y reconocimiento. En la Guajira lo
visible es el hambre y la desolación.
Dagne
lloró sin consuelo. Lo hizo durante y después de la pauta periodística. A su
regreso a Caracas, dejó de proponer historias, porque ya no quería contarlas, y
se desencantó de aquello que había hecho por años. Ese día en La Guajira, la
fotógrafa enamorada de Las Tunitas, su barrio frente al Caribe donde vivía en
el estado Vargas, decidió emigrar.
Era
abril, también de 2016.
Miguel
fue atacado por colectivos vinculados al gobierno, en las afueras del Consejo
Nacional Electoral. Su error fue saludar a una diputada opositora. En minutos,
grupos paramilitares lo acusaban de “escuálido”, mientras lo golpeaban y
pateaban. Le arrancaron el morral y le robaron los equipos.
Cuando los delincuentes se fueron, Miguel pidió ayuda. La policía, que estaba a
unos metros de él durante el ataque, se limitó a advertirle que los hombres
podían regresar, y que era mejor que corriera.
Cuatro
meses después, junto a su novia, decidió emigrar.
Había
razones para quedarse, también para irse. Dagne y Miguel amaban
Venezuela y querían recorrerla juntos, pero con sus sueldos era imposible.
Querían crecer profesionalmente en casa, pero las motivaciones eran difusas. No
fue difícil decidir que irse del país era la única opción válida.
Los
meses siguientes fueron extenuantes, pero tenía el sabor del primer plan común.
Su propósito era simple: irse juntos y buscar el sosiego que habían perdido.
Fue
así hasta que sus amigos Arianna y Gabriel les hablaron de una opción que no
conocían ni consideraban. La pareja, que llegaba de viaje desde el sudeste
asiático, conoció a un venezolano que enseñaba inglés al otro lado del mundo.
¿Cómo era posible? La respuesta de Arianna y Gabo les cambió los planes y la
vida: Workaway.
Workaway
es una plataforma de trabajo voluntario a cambio de techo y comida. Los
anfitriones y aspirantes pagan una cuota de registro, elaboran un perfil, e
interactúan hasta concretar un acuerdo.
A
Dagne, organizada y metódica, no le fascinó la idea. A Miguel, sí. Fue él quien
indagó sobre la propuesta de este portal, y días después se lo presentó a su
novia. ¿Y qué tal si, en lugar de una migración tradicional,
se aventuraban? Ambos tenían algo claro: querían migrar sin tristezas. ¿La vida
como voluntarios sería una buena opción? Era distinta, sonaba como algo
chévere, pensó Dagne.
Miguel
ganó, y Dagne aceptó, bajo la condición de darle una estructura, como la que
conservaba en todas las facetas de su vida.
Así
nació Emigrante Errático.
7 de
abril de 2017.
La
primera foto de la cuenta de Instagram de Emigrante Errático. Un
par de emocionados fotógrafos, en el aeropuerto de Maiquetía, tomados de la
mano esperando su vuelo.
Desde
hoy somos migrantes felices y se lo queremos contar. En los últimos años en
Venezuela la migración es sinónimo de destierro, exilio, diáspora y sí, es todo
eso por la profunda crisis que vive nuestro país. Pero, aunque esa crisis nos
dio el empujón para comenzar un plan migratorio, en el camino nos dimos cuenta
de que tenemos tantas ganas de maravillarnos las pupilas con otras luces,
conocer otros acentos y bañarnos en otras aguas, que lo asumimos como un viaje
para refrescarnos el alma y sacudirnos la vida. Somos #EmigranteErrático porque
vamos desde Caracas, aterrizamos en Buenos Aires y llegaremos a Santiago (…)
Esta foto es en el aeropuerto de Maiquetía mientras esperamos que salga nuestro
vuelo, a mí me parece cursi, pero a mike_gonzalezm le
parece apropiada.
Inicia
el viaje.
20 de
abril de 2017.
Paredes
azules, gastadas, sucias. Techos altos. Aspecto colonial. Una puerta
grandísima, que duplica la altura de Miguel, quien posa afuera, con una camisa
a cuadros, una mochila y una maleta. Es la casa de Luisa, la primera parada de
los emigrantes.
Desde
hace unos días llegamos a casa de Luisa y estamos ayudando a arreglar esta casa
colonial, que quedó un poco mal luego de unos inquilinos que tuvo hospedados
acá. Hay mucho polvo, adobe y silencio.
La
dinámica era sencilla. Tenían techo y comida a cambio de tres horas diarias de
trabajo. Luisa, su casera, una periodista de cultura y
maquilladora, los recibió con una amabilidad que no olvidan. Tampoco olvidan su
risa alta y el amor por su gata, Dorita.
El 22
de abril recorrieron por primera vez Santiago. Caminaron mucho y regresaron a
las 1:00 de la mañana a la casa. Se sintieron felices, queridos, seguros.
11 de
mayo de 2017.
Uvas y
rocío, colores otoñales. Así presentaron Dagne y Miguel su segunda parada: La
Despensa Boutique, un viñedo en Santa Ana, un pequeño pueblo en Colchagua, a
tres horas al sur de Santiago.
Ayer
fue nuestro primer día de trabajo en un terreno en el que se sembrarán uvas, lo
limpiamos de piedras, alambres, plástico, basura y ladrillos. A pesar del tipo
de trabajo, la jornada se hizo llevadera porque el clima estuvo fresco y con
muy poca humedad.
Es una
vida totalmente opuesta a la que teníamos, pero nos encanta estar acá.
Sin
embargo, nos cuesta mucho poder compartir la felicidad de poder estar en un
lugar como este, mientras nos duele tanto nuestro país.
Los
días en el viñedo transcurrían entre plantaciones de parra y “La manada”, como
llaman cariñosamente a los perros de la casa: Bela, Amy, Chloe, Jordi, Baco y
Tambo. Mientras, en Venezuela las protestas antigubernamentales sumaban más de
un mes y más de 30 muertos. Dagne se cuestionaba cada día estar lejos
de Caracas. Miguel le daba fuerzas, cada día. Dagne lloraba. Sus
amigos la animaban a seguir. ¿Y si ella necesitaba al país más de lo que el
país a ella? ¿Qué podía aportar que no estuviesen aportando sus compañeros
fotógrafos? Ese pensamiento un día se apaciguó.
Partieron
después de cuatro meses, cuando finalizó el invierno.
20 de
septiembre de 2017.
Un
container púrpura sobre un container verde sobre un container azul. Un
container verde sobre dos containers azules. Un cielo sin nubes. Winebox, un
hotel hecho de containers en su fase final de construcción, recibió a los
emigrantes en Valparaíso.
Han sido
días de trabajo muy duros porque hay muchas cosas pendientes por hacer y la
rutina es más exigente que la que teníamos antes. Sin embargo, Valparaíso es
una ciudad hermosa, la vista al mar nos mantiene vitalizados y cualquier día
nos lleva la brisa. Nos reímos mucho con el resto de los voluntarios y hemos
podido trabajar en proyectos importantes para el avance del hotel.
Por
ahora, dormimos en un container y nos gusta.
Desde
el mar de Valpo se despidieron para regresar a Santiago. Estando ahí, extrañaron
el campo, pero debían trabajar para refinanciar el viaje. La capital chilena
los recibió con amigos entrañables, eventos para fotografiar y su primera
navidad lejos de casa pero juntos. También con papeles de migración.
18 de
enero de 2018.
Una
casa de árbol hecha de tablas y troncos, anidada entre las hojas, la humedad.
Entre árboles frondosísimos, Dagne y Miguel presentaron el inicio de su
travesía en Tubildad.
Les
confesamos que no nos esperábamos esto.
Contactamos
a Luis hace unas semanas y nos emocionaba estar en una granja con tantos
animales, aprendiendo de las tradiciones chilotes y del cultivo en el campo.
Sabíamos que teníamos la opción de que nuestra habitación fuera la casa del
árbol pero esto superó por mucho nuestro imaginario.
Dos
bueyes: Tomate y Clavel. Cosecha de arvejas, de habas, de papas. Recolección de
miel. La calidez de la intimidad. La convivencia, las noches de tertulias y
planes. Los sueños. Se despidieron de Tubildad comprometidos.
21 de
febrero de 2018.
Un
volcán, una laguna, tonos azules. El horizonte, pasto, vacas. Quilanto recibe a
los emigrantes erráticos.
Nos
movimos a otro voluntariado y estamos reajustándonos a un nuevo sistema:
caminar 6 kms al día entre la casa y el lugar donde trabajamos, horas muy
específicas para comer sin freno –y riquísimo– además de la vista maravillosa
del Volcán Osorno.
Esperamos
que nos vaya genial aquí también y que no subamos de peso.
Hogares
de familias alemanas, a las que el gobierno de Chile les dio estas tierras a
finales del siglo XIX. Tardes de bicicleta, de baños de “playa dulce”, como la
llamó Dagne. Caminos de piedra, caminos entre el bosque, y atardeceres rosas.
Su mes
en Quilanto los motivó a anunciar oficialmente lo que habían insinuado en
Tubildad:
Toda
relación tiene altibajos, algunas incluyen intermedio. Nosotros pudimos
hacernos fuertes en las diferencias y en este viaje, que es una prueba diaria
sobre quiénes somos y hacia dónde vamos, todos los días decidimos estar juntos
y caminar de la mano, construyendo nuestro norte como uno solo.
Ya lo
sabíamos, pero había una pregunta que queríamos hacernos formalmente uno al
otro: yo le pregunté a Miguel mientras cosechábamos ajos y él me lo preguntó en
medio de una carretera bajo el cielo más estrellado que hemos visto. Estamos
felices de compartir con ustedes que sí, viene #labodaErrática.
Abril
de 2018.
Un año
después de iniciar su viaje, Dagne y Miguel están de nuevo en La Despensa
Boutique. Recogen uvas, juegan de nuevo con La manada. Siguen documentando su
viaje, aunque la estén pasando tan bien que a veces lo olviden. Siguen soñando.
Llevan menos equipaje. Aún viajan siempre con Harina Pan, y ahora también con
Picante Josefa, otro proyecto conjunto que nació en mayo de 2017 en el mismo
viñedo, y se añeja desde entonces. Verá la luz en la vendimia.
Ahora,
también acostumbran tomar siestas por las tardes, y tratan de eliminar el
azúcar de casi todas las comidas, para poder comer siempre los postres que
prepara Dagne. Descubrieron que las lentejas de Miguel son mejores.
Se
siguen halagando cada día. Se dan fuerza cuando alguno de los dos recuerda por
qué ya no están en Venezuela. Se abrazan, se besan, se ríen.
Migrar
es desarraigarse, y el desarraigo y el desapego son difíciles. Miguel ha sido
el roble de Dag, que es pura emoción. Ella es Caribe; así la siente Mike.
Todos
los días tratan de ser los mejores venezolanos que pueden.
Cada
tantos meses, llevan la casa en la mochila hacia otro sitio, mientras
construyen ese “lugar a donde regresar” que tanto anhelan. No saben dónde será.
No saben cuándo llegará. Pero algo tienen claro: solo les falta sede,
porque desde el 7 de abril de 2017 su hogar es donde están ellos,
juntos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario