IBSEN MARTÍNEZ 24 de junio de 2018
@ibsenmartinez
El tsunami migratorio irá en aumento como
consecuencia del colapso definitivo de la actividad petrolera
Va
dicho así, “cuestión venezolana”, porque la expresión “crisis venezolana”
sugiere que la calamidad es pasajera y deja afuera el enmarañado nudo de
interminables problemas políticos, económicos y carnalmente humanos que harán
de Venezuela, por largo tiempo, una llaga supurante en el costado de Colombia.
Los
accidentes del primer cuarto del siglo XXI han dispuesto que Colombia se
interne en su proceloso posconflicto al tiempo que Venezuela se precipita a un
maelstrom que avivará aún más la ola migratoria con fuerza catastrófica.
El
presidente Santos ha asemejado las consecuencias aún por ver de la cada día más
degradada situación venezolana a las de un sismo de grado 5 en la escala
Richter.
A
pesar de la firma de los Acuerdos de La Habana, y de haberse ya traspuesto el
umbral de la segunda vuelta, el posconflicto apenas comienza. Y lo hace mal, a
juzgar por la velocidad que Álvaro Uribe imprime desde ya a sus designios
regresivos durante las semanas que nos separan de la investidura de Iván Duque
como presidente de la república.
No
bien Duque aseguraba en su discurso del domingo pasado, tal como venía diciendo
durante la campaña, que no haría trizas los acuerdos de paz y que solo
promovería ajustes a los mismos, cuando una plenaria del Senado, controlado por
el uribismo, aplazó terminantemente el trámite del reglamento de la ley que
aseguraría el funcionamiento de la Jurisdicción Especial para la Paz ( JEP).
Con ello, el proceso de paz se ha detenido.
La
solicitud del Gobierno de que el reglamento fuese aprobado con carácter de
urgencia en lo poco que resta del período presidencial de Juan Manuel Santos, y
su aplazamiento en la plenaria del martes, han desatado un desigual pulso entre
el Ejecutivo saliente y la impertérrita bancada uribista ante el cual el
opositor Gustavo Petro, envalentonado por sus halagüeños resultados
electorales, no será observador pasivo.
Este
solo hecho, la disparidad entre lo ofrecido por Duque y la actuación tajante
del bloque uribista, intensifica en muchos la percepción de que aquel asumirá
la presidencia con su soberanía personal grandemente intervenida por la agenda
de Álvaro Uribe contra los acuerdos.
Entre
tanto, en Caracas, la dictadura de Maduro ha dispuesto cambios en el gabinete
que auguran la prolongación indefinida de su desastrosa e inconmovible política
económica, con agravamiento de la tragedia humanitaria y un recrudecer de la
represión política.
Con el
todopoderoso segundo hombre fuerte, Diosdado Cabello, arreando a la obsecuente
Asamblea Constituyente y la insumergible Delcy Rodríguez, fidelísima al clan
Maduro, en la vicepresidencia de la república, el dictador se dispone a apretar
el acelerador.
La
aprobación en breve de una constitución de corte fidelista, consagratoria de un
régimen de partido único, es vista en Caracas como muy verosímil. Esa
constitución presidiría nuevas elecciones locales a final de año.
La
inconducente oposición venezolana, fútilmente dividida entre abstencionistas y
fundamentalistas del voto, acerca la perspectiva de una dictadura cruel y
prolongada. Todo ello añade para lo venezolanos al catastrófico colapso de la
petrolera estatal. Sin duda, el tsumani migratorio venezolano esta muy lejos de
entrar en reflujo. Y la colosal ola migratoria, con ser ya un gran problema
regional, afecta primordialmente a Colombia.
Las
relaciones diplomáticas entre ambos países están poco menos que suspendidas.
Duque ha declarado que no destacará un embajador colombiano ante un gobierno
ilegítimo. También ha prometido promover desde la presidencia que Maduro sea
llevado a la Corte Penal Internacional por crímenes de lea humanidad. Por otra
parte, ha abogado en pro de que Maduro permita un canal humanitario
internacional para aliviar la hambruna y la mortandad.
Se
trata de propósitos que, sin ser excluyentes, exigen un desempeño propio de
curtidos estadistas. No es concebible que prosperen así políticas públicas
binacionales para revertir la emergencia migratoria.
El
indetenible flujo de desplazados venezolanos es tal que un día cualquiera de la
segunda mitad de 2017 y lo que va del año en curso, Colombia recibió cerca de
160.000 venezolanos , la misma cifra de refugiados aceptados por Italia en el
mismo lapso.
El
tsunami migratorio irá en aumento como consecuencia del colapso definitivo de
la actividad petrolera que con seguridad golpeará a Venezuela antes de fin de
año. Esto no parece preocupar a Maduro quien ya dispensa a Duque las mismas
ofensas de que ha hecho objeto a Santos, sin olvidar describir al joven
presidente electo como un dócil subrogado de Álvaro Uribe.
Antes
al contrario, Maduro pensará que cada día habrá menos bocas que clamen,
famélicas, por la menguada e infamante cesta familiar con que subsidia la
pasividad política de los venezolanos más pobres. Eso convierte la ola
migratoria en un problema exclusivamente colombiano Tal es el problema más
grave que planteará a Duque la cuestión venezolana.
Aún en
el hipotético escenario de que Maduro fuese obliterado por un rayo alienígena,
junto con todos los suyos, los mortíferos efectos del socialismo de siglo XXI,
otrora caro a Gustavo Petro, serían aún muy duraderos.
¿Está
Duque preparado para lo que el futuro inmediato de Venezuela guarda para Colombia
y para él?
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