La Hora 07 de junio de 2018
La
terminal de Carcelén es una de las paradas que hacen quienes llegan a Quito
antes de viajar a Perú o Chile.
En
cada parada se despiden de amigos y conocidos y se desprenden de algunas de sus
pertenencias. Su trayecto tiene fecha de inicio pero no de fin. En el camino,
Liliana Zamora se ha despedido de tres de sus hijas, quienes volvieron a
Venezuela. También tuvo que deshacerse de al menos dos maletas con las que
salió de Caracas. Por ahora, lo único que no ha podido dejar es un cuadro de la
Virgen de Coromoto, la cual la ha acompañado a ella, a su esposo y a su hijo
hasta Quito.
Los
tres están sentados en una de las veredas del parqueadero de la terminal de
Carcelén. Ahí han permanecido por tres días, tratando de conseguir el dinero
necesario para llegar hasta la frontera con Perú. Es mediodía de un martes y en
el mismo espacio unos 20 compatriotas suyos, distribuidos en grupos, conversan,
escriben, hacen artesanías o se cubren del sol con los mismos cartones sobre
los que dormirán por la noche.
Entre
las maletas con las que se quedaron se destaca la imagen religiosa a la que le
tienen fe y es considerada la patrona del país del que salieron hace un mes.
Zamora es delgada y lleva el cabello recogido en un moño, su tez es blanca.
Dice que la Virgen se llama así porque se le apareció a un cacique llamado
Coromoto, en la ciudad de Guanare, hace más de 300 años. A ellos les recuerda
su patria y se sienten protegidos por la imagen a pesar de que el camino ha
sido duro.
En la
frontera con Colombia tuvieron que despedirse de su hermana. Lo hicieron porque
en un sector conocido por los viajeros como ‘La Línea de fuego’ (cerca de
Bogotá) le robaron el bolso. Sin ropa y sin papeles, se quedó esperando a que
le envíen una cédula que tenía en Venezuela.
Señalando
su rostro, la mujer de 33 años dice que en este tiempo han tenido que lidiar
con los cambios de clima. El frío de la capital colombiana le partió los labios
y el viento de Quito hace que su hijo de 17 años, quien tuvo que dejar el
colegio antes de graduarse, se cubra la cara con una bufanda. Mientras reúnen
los 15 dólares que les falta para seguir su viaje, Zamora sueña con volver a
ver a sus hijas, una de ellas cumplirá 15 años el 10 de junio y tiene grandes
deseos para su país.
“Ay
mira, solo espero que llegue gente buena que saque a Venezuela adelante, que ya
no mueran tantas personas inocentes, que los niños no se mueran por falta de
medicamento ni de comida”, dice sosteniendo el cuadro de la Virgen entre los
brazos.
‘Nos
convertimos en mochileros
En dos días, Édgar Parra sintió toda la felicidad que no había tenido en un mes. Fueron los dos días en los que se encontró con su esposa antes de cruzar la frontera de Colombia con Ecuador. Cada uno había llegado hasta ahí con grupos que hicieron en el camino y por diferentes circunstancias volvieron a separarse.
Parra
tiene 30 años y dejó su natal Barquisimeto, en la provincia de Lara (noroeste
de Venezuela), el 2 de mayo. Lo recuerda bien, pues ese día tomó su maleta
tricolor (amarillo, azul y rojo) para aventurarse hasta Lima, Perú. Salió con
su amigo de toda la vida Oswaldo Pérez con quien ha afrontado distintos retos.
“Hay
días tristes, hay días duros y hay días que nos humillan pero eso es lo que nos
da más fuerza”, dice un integrante de su grupo, quien camina por el parqueadero
de la terminal con un cartel hecho de cartón en el que se lee “ayude a un
venezolano que necesita llegar a Perú”.
Parra
y Pérez lo escuchan y confirman que el camino es demasiado duro, que alguna vez
se imaginaron viajar por el mundo pero nunca de esa manera. “Nos convertimos en
mochileros”, dicen.
Pérez
tiene 29 años y para conseguir dinero compró una funda de chicles para vender.
Sentado sobre cartones, moldea con sus dedos una rosa de papel crepé. Sabe que
cuando llegue a Perú se dedicará a cualquier cosa, siempre y cuando sea
honrada. Lleva en su sangre el optimismo de Barquisimeto la “ciudad musical de
Venezuela” en la que nació.
Viaje
solitario
Rubén Gómez está viajando desde hace un mes. Tiene 59 años y está de pie junto a las boleterías de la terminal con un cartel en el que solicta ayuda. En sus ojos se forma un mar cuando recuerda a sus dos hijos y a su esposa, quienes se quedaron en Caracas, pero es consiente de que la misión que cumplirá es mucho más grande que la tristeza.
Se
dirige a Pedro Carbo, una ciudad de Guayas, donde fundará una escuela
evangélica. Hace más de 10 años estuvo de visita y ahora regresará para
encontrarse con sus conocidos. Dice que es bueno encontrarse con sus
compatriotas, pero reconoce que por la situación en la que se encuentran el
egoísmo es algo que caracteriza a muchos. Cuando salió de su casa pensó que
tenía dinero suficiente para llegar a su destino, pero en el trayecto, los
cambios de moneda y otros factores le hicieron perder todo.
Las
noches frías en Carcelén se hacen más llevaderas cuando llegan grupos de ayuda
con comida, cobijas y ropa. Keiver Marcano, de 23 años, también viaja solo y
dice que en todas partes ha encontrado gente que lo ha ayudado. Recuerda con
cariño la ciudad de Maturín que dejó atrás y sueña con llegar a Lima para
trabajar y enviar dinero a su esposa y sus dos hijos.
Hace
dos días, Juana Quiña, de 70 años, se dio cuenta que había más de 50
venezolanos pernoctando en las bancas y
en las veredas del parqueadero. Ella es dueña de uno de los quioscos de comida
y entonces empezó a ayudar a los jóvenes que se acercaban. Su sueño es que se
puedan unir esfuerzos y que la ciudad ayude a los que lo necesitan con carpas,
comida y más apoyo en un trayecto en el que el paso por Quito para algunos se
reduce al parqueadero de una terminal. (PCV)
Migrantes venezolanos tienen condición de
refugiados
° Desde marzo de este año, la Agencia de la ONU
para los Refugiados (ACNUR) catalogó a los venezolanos que han salido de su
país como refugiados. En un comunicado oficial la institución señaló que “insta
a los Estados receptores y/o a los que ya acogen a los venezolanos para que les
permitan el acceso a su territorio y a que continúen adoptando respuestas
adecuadas y pragmáticas orientadas a la protección y basadas en las buenas
prácticas existentes en la región”. Según la Agencia, entre 2016 y 2017 cerca
de 236.000 venezolanos ingresaron a Ecuador. De ese número, aproximadamente
tres cuartas partes continuaron hacia el sur.
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