Igor García 07 de junio de 2018
¿Qué dirán los sociólogos de esto?
Piensas, a la vez que escuchas a dos de tus vecinas de transporte. Una de ellas
dice que prefiere trabajar porque así se olvida de la crisis
Te
paras frente al espejo para estudiar tu corpografía, mirando el costillar cada
día más acentuado, el oleaje de la piel y la erosión de los años minando el
rostro. Te preguntas si de verdad queda
esperanza ante el hambre atenazante,
ante la bala perdida o ante la enfermedad que come el cuerpo por las
carencias asistenciales de los centros de salud.
Son
las cuatro de la mañana y hay luz eléctrica. “¡Aleluya, gloria a Dios!”. Ayer
no hubo. Pararse a esta hora llevando una vela en la mano es una “ladilla”,
pero no te puedes dar el lujo de dejar pasar el Metrobús. Si lo haces debes
quedarte en casa porque no hay para pagar veinte mil bolos todos los días para
ir desde aquí a Caracas y veinte mil para regresar, además de la camionetica
que te lleva desde el Metro al trabajo y la otra desde aquí a la parada. “¿La
vianda está lista?” “Sí; la tuya es la de la bolsa verde”.
Otra
vez pasta con un pedacito de plátano sancochado. ¿Qué más puedes pedir? Tienes
comida, dale gracias a Dios. De nuevo ante el espejo te preguntas: ¿Dónde está
el “Bravo Pueblo? Y al mirarte a los ojos te enteras que tú eres ese Bravo
Pueblo que va a trabajar pese a que perdió sus prestaciones sociales
acumuladas, sus ahorros, y ahora es un cordero sumiso preguntándose día a día
el por qué va a sus labores si no gana ni siquiera para la pasta sin salsa y el
pedazo minúsculo de plátano cocinado por su mujer.
“Apaga
esa mierda de televisión o cambia ese canal”. ¡Qué bolas! A quién se le ocurre
decir que el pueblo está agradecido con el aumento. ¡No me jodas! Continúas la
rutina al ponerte las medias zurcidas a la altura del dedo pulgar y los zapatos
pateados por años. Un poquito de café, sin azúcar, porque ésta desapareció y
luego se asomó incomprable a ciento setenta mil el kilo. “Apúrate, coño. Agarra
el efectivo de la mesa”.
A la
parada se camina en grupo. Existe riesgo de muerte si se va en solitario. A
falta de transporte, te montan en un camión de estacas y te llevan tres
kilómetros más allá, a la cola infinita del anhelado Metrobús. “Tú no estás pa’
eso”, pero de viejo te llegó lo cobarde. Tiemblas pensando que si no vas a
trabajar no te darán los bonos del carnet de la patria. Es una mariquera, “pero
peor es nada” repites a cada momento como un mantra.
Es bueno
venir a Caracas sentado. Te ayuda a pensar en cómo este gobierno abrió la Caja
de Pandora y se guardó la esperanza para vendértela en cada discurso. Te
encerró en el futuro y se tragó el presente, mermó tus carnes; redujo tu comida
y se llevó tu bienestar al carajo.
¿Qué
dirán los sociólogos de esto? Piensas, a la vez que escuchas a dos de tus
vecinas de transporte. Una de ellas dice que prefiere trabajar porque así se
olvida de la crisis. En su casa se volvería loca. Pensar en la comida que no
tiene en su nevera y en los problemas no resueltos es peor que ir a un salón de clases, con menos niños
cada día y con las carencias de cada uno saltando sobre las sillas.
Sí,
Sí… leíste una vez en la universidad a Erich Fromm. Decía que el hombre tenía
miedo de su libertad. De lo demás no te acuerdas. ¿O sí? Sigue la cháchara de
las mujeres hablando del precio de los tintes para el cabello. Tú queriendo
concentrarte en buscar una explicación al porqué debes ir a marchar el primero
de mayo y de esa condición absurda en la que vives. Sobre ti está la amenaza de
perder el empleo y los bonos regalos del gobierno.
¡Ignorancia!
Ignorancia. Aquí está la respuesta. Nos engañaron. Caímos como animales del
monte atraídos por un trozo de comida. Nos olvidamos de cazar, de correr tras
las presas, de fallar, de volver a intentarlo. La comida estaba allí, cada día
menos, pero estaba allí. Hasta que llegó el momento en que no estaba el
mendrugo y no podíamos salir de la trampa.
¿Qué
dirán los psicólogos y los psiquiatras? Preguntas van y preguntas vienen. Estás
en la cola antes de “Los Ocumitos”. La gente habla en susurros. Mi papá decía
que en el gobierno de Marcos Pérez Jiménez la gente hablaba así, con miedo a
ser descubierto por el soplón de turno. Crees ver locos por todas partes, caras
de angustia, como la tuya frente al espejo y por eso la pregunta… y ¿Vas a la
marcha?
Piensas
que saldrás del atolladero. Esto para ti es pasajero. No será fácil. ¿Quién nos
sacará del hueco? De nuevo el chismorreo de las mujeres del asiento de atrás. Dicen que a la maestra
Julia se le murió el niño, porque no había medicamentos en el hospital. Estás
harto de escuchar lo mismo. Ahora te concentras en Hitler. ¡Ah buen loco!
Sabes
por tus lecturas que ese “loco”, como lo llamas, adoctrinó a su gente
eliminándole el sentido crítico e inyectando odio en sus compatriotas contra
los enemigos. Fue algo así como la “Guerra a Muerte” de Bolívar. ¿Te diste
cuenta? “He ahí el detalle”, como decía el mexicano Cantinflas. Lo mismo pasa
ahora. Tus enemigos, los enemigos de la patria, son los causantes de todo. ¿Te
preguntaste alguna vez cuánto había de cierto en las campañas del gobierno para
desprestigiar a sus contrarios o cómo funciona la Guerra Económica?
Estos
momentos de meditación te hacen ver muchas ideas concatenadas. Ahora descubres
que no sólo el odio funciona en este juego. Está la dualidad del premio y el
castigo. Recuerdas que hace poco tiempo no podías usar el Metrobús hacia
Caracas porque el gobierno los paralizó ante las protestas. Si te quejas por el
mal transporte no lo tendrás en absoluto porque el gobierno decide dejarte a
pie y cuando cesa el castigo, asumes el mal servicio como una bendición de
Dios.
Lo
mismo pasa con tu trabajo. Ganas poco, no te alcanza, pero tienes beneficios.
Alguna vez te llega a la oficina una feria de comida a bajo precio. No sabes
cuándo llegará de nuevo, pero te sembraron la esperanza. Algún día, en forma
inesperada, podrás saborear de nuevo el pollo o la carne y es mejor eso a la
nada.
Y como
guinda de la torta está el miedo. Te ves visitado por un grupo de encapuchados
con armas largas registrando tu casa o llevándose presos a tus hijos por ser
“enemigos de la patria” o cualquier patraña similar. El miedo te corta la
iniciativa, te produce odio hacia el poder y se transforma en resentimiento por
no tener herramientas para actuar en contra del poder.
¿Abriste
los ojos? No ves nada porque estás en el túnel de Los Ocumitos y allí nunca hay
luz. Es un fogonazo que alegra cuando la verdad te abofetea. Apareció la luz
del día. Se terminó el túnel. Dentro de poco llegarás a la ciudad y mientras
tanto pensarás en usar la esperanza que te tienen reservada en la Caja de
Pandora o buscarás tú mismo una esperanza palpable. Pensarás en explicar tu
descubrimiento o mejor callarás, porque podrías estar peor. Llegaste. Ahora
comienza otro día de trabajo.
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