Victor Vergara 17 de julio de 2018
Desde
su llegada a Rumichaca, los migrantes venezolanos sufren las penurias de una
travesía terrestre que les lleva a cruzar Colombia, llegar a Quito y una mayor
parte de ellos dirigirse finalmente a tierras peruanas. Allí tienen la
esperanza de ayudar a sus familias que aún sufren la crisis económica de su
país.
Con
frío, cansancio, hambre e incertidumbre, pero también cargados de sueños,
esperanzas, fuerza y valentía, los venezolanos forman largas filas en el Centro
de Atención Nacional Fronterizo Rumichaca, provincia del Carchi, para registrar
su entrada en Ecuador y continuar un camino cuyo destino no siempre es
previsible.
A las
17:30 y con una temperatura que roza los 13 grados centígrados, cientos de
venezolanos esperan pacientemente para solicitar el sellado en sus pasaportes para
ingresar a Ecuador y tratar de emprender nuevamente su viaje en búsqueda de una
mejor vida, tras huir de la conocida crisis económica de Venezuela, un país
donde predomina la inseguridad, la escasez de alimentos y la hiperinflación.
Desde
enero hasta mayo de 2018, según registros oficiales, unos 371.753 ciudadanos
venezolanos entraron a Ecuador y otros 314.259 salieron del país en el mismo
período, es decir, 57.494 de ellos decidieron quedarse por varias razones en
territorio ecuatoriano.
Cobijado
bajo una carpa que resguarda a otros 10 jóvenes migrantes venezolanos, José
Martínez narró que sus amigos y él cruzaron a pie Colombia, un país donde
recibieron también mucha solidaridad para aguantar el frío y el hambre.
“Como
somos amigos, hemos estado todo el tiempo juntos, que si alguno no tiene
aquello, uno le presta el suéter, una cobija, un par de zapatos, unas
chancletas”, asevera Martínez, de 26 años de edad proveniente del Estado
Barinas.
Este
muchacho trabajó como técnico de refrigeradores en su país y mencionó que en su
grupo “de aventureros, sin plata y sin
nada”, llegarán los que puedan hasta Perú para salir adelante y ayudar a sus
familias que, a duras penas, comen tres veces al día.
En los
alrededores de las oficinas de Migración, se encontraba también Brian Ramírez,
un caraqueño de 19 años, quien contó que no podía abandonar a su amigo Ronald
Márquez de 27 años, quien se quedó esperando en la frontera y no pudo entrar a
territorio ecuatoriano porque intentó ingresar solo con una copia de su cédula
venezolana.
“Sería
de mal aspecto que vengamos con él desde Barranquilla (Colombia) y que yo lo
deje aquí tirado y siga mi camino”, apuntó Brian, envuelto en sábanas en el
suelo para mitigar el frío.
A unos
15 kilómetros de allí, la Terminal Terrestre de Tulcán (TTT) se convierte en un
segundo punto de paso obligatorio para todos los venezolanos que quieren seguir
su rumbo a Quito, a otras ciudades ecuatorianas o a tierras peruanas.
Entre
los andenes de la terminal, Yóselin Rivera llamaba la atención por su
pasamontañas tricolor, alusivo a la bandera venezolana, quien acomodaba su
maleta y demás pertenencias para subirse a un autobús, en dirección a
Huaquillas.
Rivera
señaló la necesidad de compartir el viaje con paisanas que conoció en ese país.
Indicó también que vendió su casa y otros inmuebles para poder conseguir un
poco de dinero para iniciar su travesía. “Nosotros no llegamos acá con dólares
sino con pesos (colombianos), como 300 millones de bolívares (60 dólares), para
cambiarlos a pesos en Colombia. Luego, tuvimos que vender otras cosas más, para
tener 800 mil pesos (279 dólares) y así pagar el pasaje para acá”, dijo Rivera,
mientras sostenía sus maletas.
Los
venezolanos suelen dirigirse a Guayaquil cuando hacen una parada en Ecuador o a
Huaquillas cuando buscan transitar directamente hacia el Perú, viaje que suele
costar $ 25.
“Pasando
roncha” fue la frase utilizada por Luis Acosta para referirse a las
dificultades vividas para salir de Venezuela, cruzar Colombia y llegar a
Ecuador.
Oriundo
de Caracas y con 27 años de edad, Luis es parte de un grupo de cinco
venezolanos que llegaron a la Terminal Terrestre de Carcelén, ubicada al norte
de Quito.
Como
mecánico, él ganaba un sueldo cercano a los 30 millones de bolívares (5
dólares), que “no alcanzan pa’nada (…) como para comer una semana, ni para un
par de zapatos, ni una camisa. Todo se va en comida ”, dijo. Sentado en
colchones delgados, calentándose con cobijas y comiendo alimentos obtenidos por
donaciones, este muchacho aseveró que su grupo huye de la crisis económica que
se vive en Venezuela, un país donde no se consiguen medicinas y donde “las
mujeres embarazadas dan a luz en plena calle”, apuntó.
Al sur
del país, cerca del Centro Binacional de Atención Fronteriza (Cebaf) ubicado en
Huaquillas, provincia de El Oro, María Linares Duno descansaba bajo un árbol al
mediodía, junto a su hijo y otros tres venezolanos, mientras comían galletas
con crema de queso.
Entre
lágrimas, esta ama de casa dijo que “es fuerte porque uno deja a la familia
allá, pero bueno, venimos con este son y pa’lante”.
Linares
es una ciudadana venezolana más de las 60.914 que registraron su salida desde
el Cebaf hacia Perú, solo durante el mes de junio de 2018, según cifras
oficiales.
En
medio de la crisis y la tragedia, la solidaridad es una de las virtudes más
humanas que surgen en medio de la incertidumbre: la cooperación mutua para la
supervivencia. Un aspecto que, para los venezolanos, no es para nada extraño.
(I)
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