Pablo Racioppi 01 de septiembre de 2018
La
creciente presencia de hombres y mujeres venezolanos en gran parte de la ciudad
de Buenos Aires genera un impacto social indisimulable. En bares, negocios,
universidades, escuelas, gimnasios la novedad se vuelve cotidiana. Llegan por
día unos cuatrocientos venezolanos, en su mayoría jóvenes, luego de emprender
con escasos dólares una larga travesía. Durante los dos primeros meses de 2018
ingresaron al país 21.444 ciudadanos de ese país, a un promedio de de 363 por
día. Según la Dirección Nacional de Migraciones, de 2016 a 2017 las
radicaciones aumentaron un 142 por ciento, de 12.859 a 31.167. La mayoría posee
formación profesional.
También
es posible cruzarlos en subtes y trenes interpretando obras de Bach, Mozart o
Piazzolla. Aclaración: no son meros músicos que llegaron motivados por un
espíritu aventurero para ganarse la vida tocando en la calle. Forman parte del
mayor proyecto musical masivo de la historia: a lo largo de cuatro décadas, en
Venezuela, mediante cientos de orquestas infantiles y juveniles a través de
todo el país, se formaron más de un millón de músicos, en su mayoría de
sectores de bajos recursos. Hoy, muchos de ellos integran la Latin Vox Machine,
notable orquesta que componen 80 músicos clásicos venezolanos anclados en
Buenos Aires y dirigidos por el director surcoreano Jooyong Ahn.
Uno de
estos músicos desterrados es Adrián González (19) violinista desde los once
años. En el relato de su agitado viaje hasta Buenos Aires cuenta su buena
suerte porque lo revisaron apenas “en doce de las dieciocho cabinas de control
del último tramo hacia la frontera”. Viajó dos días en la camioneta de uno de
los tantos traficantes de nafta que la venden en Pacaraima (Brasil), unas
cincuenta veces más cara de lo que se paga en Venezuela. “Cada tanto explota
alguna”, comenta. En los siete días de viaje por tierra que le esperaban para
arribar Buenos Aires se alimentó con pan y queso untable, dos veces al día.
Llegó a Buenos Aires con cien dólares. “Mi padre estuvo siete años desempleado y
cuando empecé a generar mi dinero como músico también ayudaba con los gastos de
la casa, los artículos de limpieza, la comida. Hace poco más de un año me di
cuenta que debía irme de Venezuela, mis padres siempre me han apoyado para que
lo hiciera. Nos depedimos antes de embarcar con un abrazo y ninguno lloró en
ese momento. Después del embarque, a través de vidrio vi que todos estábamos
llorando”.
Otro
caso fue el de Verónica Rodríguez Prieto (22) quien partió cargando una valija
grande y el estuche de su violoncello a pesar de ser algo pequeña de cuerpo. En
el último control una guardia la obligó a desvestirse. Escondidos en su
corpiño, la agente le encontró la mitad de sus dólares. La otra mitad la había
dejado al remisero para evitar que la roben si la revisaban. “Mi padre insistió
para que llevara unos documentos que probaran que era hija de un militar
retirado. Se los mostré a la guardia para que me devolviera mis dólares y me
dejara ir”. Afortunadamente, el remisero la estaba esperando. “Al cruzar la
frontera me sentí en el paraíso. Había decidido emigrar convencida por una
amiga que vivía en París pero la posibilidad de conseguir un pasaje como
estudiante se terminó de un día para otro. Eso me deprimió mucho. Dos semanas
después vendí lo que tenía y decidí venir a la Argentina porque la situación en
mi país se ha vuelto invivible”. Si bien las cosas fueron duras, hoy se alegra
por saber que a fin de año vendrán su madre y su hermana a vivir con ella.
Al
violinista y director Moisés Pirela (28) le quitaron el poco dinero que tenía,
además de su violín. Aún así pudo sentirse agraciado: el viaje sería breve
gracias al pasaje que le habían pagado unos colegas en la Argentina, algo casi
imposible, dado el precio inalcanzable para un venezolano y porque quedan pocas
aerolíneas operando en su país. Sin dinero y en Cúcuta (Colombia), pudo
conseguir quien lo llevara al aeropuerto antes de perder el avión. Partir al
exilio, como para la mayoría, fue también su primer viaje al exterior. En el
aeropuerto mientras realizaba una escala se confundió de pasillo y perdió la
conexión a Buenos Aires. Para reembarcar debía pagar una multa. El ingenio fue clave:
consiguió una camiseta de fútbol prestada de un jugador de un equipo juvenil
uruguayo que tomaban el mismo vuelo. “Llegué sin dinero y sin mi instrumento.
Es decir, literalmente con lo puesto. Debía comenzar de cero”. Actualmente,
planea ir a vivir a Italia para continuar sus estudios.
Formación de excelencia
A los
protagonistas de esta historia los une un rasgo común: hablan como adultos, aun
siendo demasiado jóvenes. Son adolescentes que en la necesidad forzada de dejar
atrás familia, orquesta, maestro y amigos han hecho un curso acelerado de
supervivencia en un país del que poco o nada conocían. También los hermana el
haber recibido una formación particular en “El sistema”, es decir el Sistema
Nacional de Orquestas y Coros Juveniles e Infantiles de Venezuela. Es una
iniciativa creada en 1974 por el ex ministro de cultura, músico y maestro José
Antonio Abréu, hoy malherida por la catástrofe política, económica y social
venezolana.
Uno de
sus logros fue haber desarticulado la superstición de que la música clásica es
una preferencia de clases altas, personas cultas o que puede resultar aburrida.
El entusiasmo general de muchos niños y jóvenes por saber tocar un instrumento
y formar parte de una orquesta es solo comparable en la Argentina con el
entusiasmo de cualquier niño por ser jugador de su equipo favorito de fútbol.
Gustavo
Dudamel, representante global del Sistema y directores como Zubin Metha,
Claudio Abbado, Dick Van Gasteren, Giuseppe Sinopoli y Daniel Baremboim, entre
otros, dirigieron a muchos de estos jóvenes.
“El
proyecto del Maestro Abréu nunca fue un intento para hacer de Venezuela una
fábrica de músicos de excelencia sino que su propósito fue la formación de una
ciudadanía de excelencia a través de la práctica colectiva e individual de la
música”, cuenta Omar Zambrano (36) quien dejó su carrera de pianista para
dedicarse a su carrera como realizador audiovisual. Hace tres años que vive
aquí. “Trabajé documentando el trabajo del Sistema por años. Vi con mis ojos
cómo esos niños rescatados de los sectores más vulnerables eran una verdadera
revolución cultural y me sentí afortunado de que ocurriera en mi país”. Para él
fue difícil el primer año en Argentina hasta que escuchó un corno francés en el
subte: “Ese día cambió mi vida. Encontré a Eduard Cortez (19), perteneciente al
Sistema, que se ganaba la vida con la caridad de los pasajeros. Me estremeció
ver cómo aquel proyecto tan importante en nuestras vidas terminara bajo la
indiferencia de transeúntes que pasaban frente a un gran talento. Entonces
pensé que había que hacer algo”.
Así,
junto a Boris Jerbic, un amigo argentino, fundaron hace un año la Latin Vox
Machine, de la cual son productores, y cuyo director titular es el maestro
surcoreano Jooyong Ahn. “Jooyong llegó a nosotros por nuestro amigo y tutor
musical Eduardo Ihidoype. Desde el primer día se enamoró del proyecto y es un
pilar fundamental para nosotros”.En la práctica, el proyecto de integración
artística está dirigido a la contención de músicos inmigrantes venezolanos que
buscan trabajar profesionalmente en la Argentina. “Un proyecto musical y
académico de esta envergadura no suele ser económico. Estamos realizando
gigantescos esfuerzos para captar la atención y alcanzar la sustentabilidad
deseada. Queremos sacar a estos músicos de las calles, ofreciéndoles una vida
digna acorde al gran talento que han traído desde Venezuela”.
Cada
vez que ensayan o tocan suelen sentirse por un rato en Venezuela, en el
“núcleo” al que asistían. Pero en Venezuela, el Sistema lentamente se desintegra
por el exilio permanente de maestros y músicos. “Muchos de nosotros estamos
desperdigados por el mundo como si fuera una pausa. Algún día debería volver a
mis inicios en Venezuela para brindar oportunidades a otras personas para que
se formen en la música, como las tuve yo”, comenta Adrián.
Los
músicos de la Latin Vox Machine -que tocan cuando pueden y no siempre con
instrumentos de calidad- “podrían actuar en cualquier orquesta profesional del
mundo porque El sistema puso a Venezuela en la cima de la música clásica a
escala mundial” dice el director y violista Jesús Parra (23) quien llegó hace
tres meses. El músico fue becado en Gotemburgo, viajó como violista en una gira
por Asia y dirigió la Orquesta Nacional Infantil de Venezuela en la Scala de
Milán. Esa misma orquesta fue la que dirigió en el Festival de Salzburgo junto
a Sir Simon Rattle, director de la Filarmónica de Berlín. Fue un acontecimiento
que marcó un hito para el propio festival: por primera vez en su historia subía
al escenario una orquesta infantil. Y el Sistema expuso los resultados de
excelencia pedagógica en el mayor encuentro mundial de la música académica.
Según Rattle , no se trató de una simple orquesta de niños, sino que se escuchó
como una orquesta profesional: “Muchas orquestas desearían tocar así; numerosos
músicos europeos viajan desde hace años a Venezuela y quieren traer a las
orquestas del Sistema”. En el mismo concierto el tenor Plácido Domingo quedó
sorprendido y aseguró que en Venezuela se había dado un milagro.
En
Buenos Aires, los músicos suelen recibir un pago magro por sus trabajos por
fuera de lo musical y complementan sus ingresos interpretando obras en andenes
y vagones. Alquilan habitaciones entre varios y se muestran agradecidos de
estar en un lugar en el que “hay trabajo, comida todos los días y hasta papel
higiénico” y desde el que pueden enviar dinero a Venezuela para sus padres.
“Tres días de tocar unas pocas horas en el subte representa más dinero que el
salario de mi madre allá. Quien hoy tiene comida es porque alguien manda dinero
desde el exterior” afirma Verónica.
También
Jesús, Adrián, Eduard, Moisés ú otros de los tantos músicos de la Latin Vox
Machine son retazos de un Sistema que nos revela que es posible construir una
pertenencia ciudadana mediante el ejercicio de la música, los resultados de una
política pensada a futuro y sostenida por décadas y la actual escala de la
catástrofe humanitaria venezolana. Y además, nos invita a ser igualmente
agradecidos con quienes amplían nuestras fronteras culturales.
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