domingo, 2 de septiembre de 2018

La diáspora no es el problema, es parte de la solución, por @tomaspaez




TOMÁS PÁEZ 01 de septiembre de 2018
@tomaspaez

Más de 90 países y 300 ciudades cobijan a 3,8 millones de ciudadanos venezolanos, de acuerdo con el Observatorio de la Diáspora Venezolana (UCV). Más de 2 millones de ellos se concentran en Norte, Centro y Suramérica. Estas cifras continuarán creciendo con un ritmo trepidante, proporcional a la tragedia humana que profundiza el modelo del “socialismo del siglo XXI” en Venezuela. La envergadura del éxodo preocupa a todo el mundo, excepción hecha del régimen que la ocasiona y el de sus compinches en el Foro de Sao Paulo y el ALBA.

La dictadura venezolana es enemiga declarada de la propiedad privada (no la de ellos) y del sistema de mercado. Su animadversión le ha llevado a destruir el tejido empresarial y a expropiar y “gobiernizar” empresas que pronto dejan en rojo para colocarlas luego en el renglón de irrecuperables. Como consecuencia, ha disminuido la producción de bienes y servicios que se calcula en cerca de 50% del PIB.  Se suma a lo dicho la contracción próxima a 80% de las importaciones que ocasiona una severa escasez de todo, hambre, desnutrición y muerte.

Este desmoronamiento ha perjudicado severamente el comercio, la creación de empleo, la generación de riqueza, la productividad y la calidad de vida de toda la región. La paralización afecta el comercio con Argentina y demás países miembros del Mercosur. La destrucción de más de dos tercios de la producción petrolera afecta el comercio con las islas del Caribe (menos Cuba, faltaba más) y Centroamérica. Particularmente grave ha sido el desplome del comercio bilateral con Colombia, que llegó a alcanzar la cifra de 7.000 millones de dólares.

El comercio bilateral formal en proceso de extinción ha sido sustituido por el contrabando de gasolina, ganado, carne, etc., y el establecimiento de complejas bandas que propician la anarquía criminal. En el plano político, el régimen venezolano rompió la experiencia de integración más longeva, deshizo convenios con otros países, se marginó de la OEA y Unasur debió expulsar a Venezuela de su seno.

A todo ello se añade la crisis de inseguridad que se refleja en una elevada tasa de homicidios, a la violencia política consistente en el uso de grupos paramilitares para amedrentar a los ciudadanos,  la asfixia de la democracia y la judicialización de la política.  Esto es lo que explica el vertiginoso incremento en el número de solicitudes de refugio y asilo en la región, que supera las 100.000 en todo el mundo.

El socialismo trastocó la historia migratoria del país acostumbrado a recibir con los brazos abiertos a inmigrantes que provenían de Europa y Latinoamérica. Igual que Estados Unidos a lo largo de su historia y España en este siglo, Venezuela dio cobijo, ofreció oportunidades y se benefició de las sucesivas oleadas migratorias a lo largo del siglo XX.  En el siglo XXI se estima que 14% de la población española está formada por inmigrantes (aproximadamente 700.000 ecuatorianos, cerca de 300.000 venezolanos, además de dominicanos, peruanos, colombianos, argentinos, bolivianos, etc). Una estimación parecida ha sido hecha en Estados Unidos, país que también acoge a millones de ciudadanos latinoamericanos.

Los inmigrantes reciben en el país de acogida las oportunidades de trabajo, la posibilidad de procurarse alimentos y medicinas, adquirir competencias y tecnologías de las que carece el país de origen, establecer contactos y encontrar oportunidades de crecer en un clima de paz. El inmigrante consume, compra comida y transporte, paga una vivienda, ahorra, emprende, invierte, aporta su know-how y sus redes sociales. Tal como afirma Vargas Llosa, “el inmigrante no quita trabajo, lo crea y es siempre un factor de progreso, nunca de atraso”, y como lo reitera R. Guest, la diáspora contribuye a reducir la pobreza global.

También contribuye al progreso del país de origen a través del envío de remesas, alimentos, de la difusión de tecnologías y realizando inversiones y alianzas estratégicas entre los países de origen y destino. La evidencia rigurosa confirma que la inmigración contribuye a un mayor crecimiento económico, al aumento de la productividad, de la innovación y de la difusión tecnológica. Por ello adquiere pleno sentido el encabezamiento de este artículo, la diáspora no es el problema, es parte de la solución y  hace que carezca de sentido cualquier psicosis antiinmigración.

Los efectos positivos descritos deberían servir para disuadir la sola  tentación de adoptar políticas restrictivas en relación con la inmigración;  son una forma de desaprovechar las ventajas que ella ofrece. Vargas Llosa agrega que políticas restrictivas socavan la democracia, legitiman la xenofobia y abren puertas al autoritarismo. Se trata de políticas destinadas al fracaso, como lo confirma la experiencia global. Además, son ineficientes y contribuyen al desplazamiento irregular y a la corrupción.

Los frenos y controles, incluidos los muros como el de Berlín, dificultan pero son insuficientes para impedir la migración no autorizada. No es una forma de evitar el sufrimiento humano e inexplicable que se permita el tránsito de bienes y servicios y no el de las personas que los producen. A diferencia de Venezuela, los países de la región han exportado emigrantes al resto del mundo y conocen muy bien su significado y el papel que desempeñan.

El mundo es consciente de las causas del éxodo y por ello ha condenado a la dictadura venezolana, a la que reconocen como responsable de la crisis humanitaria en la que se encuentra sumido el país (Grupo de Lima, OEA, Estados Unidos, UE, Canadá, etc.). En consecuencia, muchos gobiernos han desplegado políticas para la integración de los ciudadanos que escapan de ella: los han censado y han creado mecanismos que faciliten su acceso a la educación y la salud, para lo cual han recibido apoyo internacional, imprescindible para atender las necesidades acuciantes de los ciudadanos.

La total disposición se enfrenta a la realidad de que las regiones y ciudades en las que se instalan los venezolanos carecen de las fortalezas para atender esas necesidades. Por ello compartimos la decisión de convocar al mundo para que coloque su mirada en esta nueva realidad y solicitar la cooperación internacional y multilateral para poder atender la emergencia. Los organismos internacionales, como por ejemplo la OIT que acaba de aprobar la Comisión Encuesta en Venezuela, tienen ante sí el reto de facilitar la administración ordenada y humana de la migración internacional.

Hay que acompañar este esfuerzo con el de la sanción a las redes de corrupción global que se han venido denunciando en los sonados casos de Odebrecht, Pdvsa y las recientes confesiones de quien fuera ministro en el anterior gobierno argentino. Los países no pueden convertirse en refugio de los responsables de la crisis humanitaria venezolana. Es necesario imponer consecuencias legales individuales y recuperar lo robado, recursos que serán útiles para atender las necesidades de la población.

Un asunto medular es contribuir a la recuperación del sendero de la decencia,  la Constitución, la economía y la sociedad venezolanas. Ese proceso va a requerir el concurso de inversionistas de todo el mundo y el respaldo de países, organismos internacionales y multilaterales. En este terreno la diáspora desempeñará un importante rol como parte activa en la solución de los problemas.

El mundo ha colocado su mirada en Venezuela para aliviar la tragedia y para hacer un llamado al respeto de los derechos humanos. Amartya Sen sostiene que donde existe democracia no hay hambrunas, y democracia significa un buen gobierno, libertad económica y mercados, portentosos instrumentos para reducir la pobreza.

También es necesaria la democracia, como afirmaba Rómulo Betancourt, para hacer posible la verdadera integración, pues los regímenes dictatoriales son perjudiciales para los países vecinos. Reaprender con la experiencia de la Unión Europea lo que había hecho la OEA a principios de los sesenta, excluir aquellos regímenes que desconocen los derechos humanos.

La diáspora desempeñará un importante papel en la reconstrucción de las instituciones y el tejido social. Ha desarrollado vínculos con el liderazgo regional privado y público, posee información privilegiada de ambos puntos de la relación que facilitan la inversión y el progreso, participan de nuevas redes que a relativamente corto plazo dinamizarán los acuerdos, los proyectos e inversiones conjuntos y las alianzas estratégicas, cada uno en su área, y por ello forman parte de la solución de la integración y el progreso regional.

Tomás Paez
@tomaspaez

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