FERNANDO PEINADO 16 de noviembre de 2018
Como otros venezolanos enfermos, Beatriz
Nicolás vendió todo lo que tenía para viajar a España y tratar su enfermedad.
Terminó en un albergue para toxicómanos donde su vida corre peligro
Sentada
en una cama de la sala de emergencias del hospital 12 de Octubre, Beatriz
Nicolás acaba de burlar de nuevo a la muerte. Tiene una sonrisa dulce que
engaña. Sus pulmones están duros como una roca a causa de una fibrosis pulmonar.
Al filo de la medianoche del viernes pasado, una enfermera la visita y le dice
que sus constantes vitales están bien. Aunque ella no quiere, le dice que
deberá volver al albergue para personas sin techo Puerta Abierta, en el sur de
Madrid junto a la autopista M-40, donde ocho horas antes la recogía una
ambulancia. Se estaba asfixiando y creía que esta vez sí llegaba su final, sola
y arruinada, con solo 45 euros en el bolso, sin el nuevo pulmón que vino
buscando a España desde Venezuela.
“No
quiero regresar a un lugar tan tétrico. Ya el Gobierno venezolano me condenó a
muerte, pero, por favor, déjenme morir dignamente”, se lamenta Beatriz.
I. HUIDA
El día
que salió de Venezuela había 32 personas en silla de ruedas esperando para ser
montadas en el avión de Air Europa con destino Barajas, según le dijo la
azafata que la subió a la aeronave. “Éramos un hospital volando”, recuerda
Beatriz sobre aquella noche del 6 de julio de 2017 en el aeropuerto
internacional de Maiquetía, en Caracas. A sus 51 años dejaba atrás el país
donde había residido toda su vida. Allí había sido profesora de Historia de la
Arquitectura y empresaria de bisutería. Portaba su pasaporte francés,
nacionalidad que heredó de su padre, y todos sus ahorros. Tenía la intención de
que la examinara el doctor Ferrán Morell en su consulta de Barcelona. Su
neumóloga venezolana se lo había dicho sin medias tintas: “O te vas o te
mueres”.
En
Venezuela contrajo hace 15 años un asma bronquial que le hacía toser hasta
sangrar y que no había podido tratar por la falta de medicinas. Con el paso de
los años le diagnosticaron una fibrosis pulmonar, que solo podía ser curada con
un trasplante, pero un nuevo pulmón era un sueño imposible si permanecía en el
país sudamericano, donde el sistema de salud ha colapsado por completo.
El
fenómeno de los emigrantes enfermos de Venezuela ha sido denunciado por
organizaciones internacionales. Amnistía Internacional advirtió en marzo que
“miles [de personas] están huyendo de una situación agónica que ha convertido
enfermedades curables en cuestiones de vida o muerte”. Hay escasez de
medicinas, vacunas y suministros médicos tan básicos como gasas estériles,
jeringuillas o alcohol, según la Federación Farmacéutica de Venezuela,
Fefarven.
Quienes
pueden, pagan un avión para Madrid, Miami o Santiago de Chile. Los que tienen
menos medios viajan a Colombia, donde fueron tratados de urgencia 24.000
venezolanos en 2017, según el Ministerio de Salud colombiano. El Gobierno
venezolano, que ha dejado de publicar toda información sobre el sistema
sanitario, niega la existencia de una crisis de medicinas y alimentos y ha
rechazado las ofertas de cooperación de la comunidad internacional.
En su
vuelo de nueve horas a Madrid, a Beatriz le acompañaba su enfermera, Jenny
Mujica, con un kit para atenderla en caso de paro respiratorio. Según el relato
de ambas, el viaje fue dramático. Una pasajera de unos 60 años, tres butacas
por detrás, sufrió una convulsión que la dejó inconsciente. A Beatriz se le
vaciaron de aire los pulmones a causa de la presión atmosférica y tuvo que ser
atendida con una de las bombonas de oxígeno para emergencias que portaba el
avión. Los médicos le habían advertido de que corría mucho riesgo montándose en
una aeronave por su estado frágil, pero no tenía otra opción.
Al
aterrizar, una ambulancia atendió los dos casos de urgencia. Beatriz acabaría
pasando un mes en el hospital, aquejada de un neumotórax, una filtración de
aire entre el pulmón y la caja torácica. Ni Beatriz ni su enfermera Jenny
Mujica saben qué suerte corrió la otra paciente. “A veces me acuerdo de la
gente en mal estado que venía conmigo en el avión. ¿Habrán sobrevivido?”, se
pregunta Beatriz.
Lo
cuenta entre tos y tos en la sala de emergencias del hospital 12 de Octubre. En
su dedo índice porta un pulsioxímetro que mide la saturación de oxígeno en la
sangre. Una persona sana suele tener más de 95% en reposo. Ella, con suerte,
llega a 80% conectada a su concentrador de oxígeno, una máquina que purifica el
aire.
Cuando
le dieron el alta y pudo instalarse en el apartamento de Sanchinarro de un
antiguo compañero de la universidad, Jonathan Betancur, continuaron sus
problemas. Había perdido su cita en Barcelona con el doctor Ferrán Morell,
además del dinero del tren AVE. Se dio cuenta de que sus ahorros habían
menguado drásticamente debido al alto coste de las medicinas y del gasto en electricidad
de unos 500 euros al mes de la máquina de oxígeno.
Antes
de tomar su avión a España, había vendido su casa de cuatro habitaciones en
Barquisimeto, una ciudad a dos horas por carretera del mar Caribe, por el
equivalente a 220.000 euros en moneda venezolana. Pero debido a los controles
cambiarios en su país no pudo convertir sus bolívares en euros de inmediato. En
cuestión de semanas el bolívar se desplomó, durante las protestas contra el
Gobierno de la primavera del año pasado. En el mercado negro pudo cambiar parte
del valor de la casa y llegó a España con unos 13.000 euros en mano. Su última
conversión de moneda la hizo en noviembre del año pasado: por la mitad de lo
que había valido la casa le dieron 1.200 euros. Vivió un año en el piso de su
amigo, pero este también lo perdió todo a causa de una deuda y se fue a vivir
fuera de Madrid con un familiar, hace dos meses y medio.
II. SOLEDAD
De
repente Beatriz, sintió el miedo de acabar en las calles de Madrid desamparada.
Ella había vivido cómodamente en la Urbanización del Este, el mejor barrio de
Barquisimeto, hija de la venezolana Raquel Baiz y el francés Robert Nicolás, un
ingeniero que había trabajado para el Gobierno venezolano de la IV República,
el régimen anterior al chavismo. Estudió tres carreras (arquitectura,
informática técnica y publicidad) y fue profesora en la sede de Barquisimeto de
la Universidad Central, donde solía ponerles a sus alumnos fragmentos de
películas extranjeras "para que apreciaran la arquitectura del
mundo". Pero durante la mayor parte de los últimos 20 años, el período que
el chavismo lleva en el poder, su principal dedicación fue cuidar a sus padres
enfermos. Ambos sufrieron también por la falta de medicinas. Su madre anciana
murió en 2011 por falta de calmantes para una enfermedad del hígado y su padre
en 2014 a causa de la falta de suero fisiológico para recibir medicación
intravenosa.
Sus
últimos recuerdos antes de salir de Venezuela el año pasado son de la miseria
absoluta. Como otros venezolanos de toda condición económica se pasaba el día
buscando comida y medicinas. Decidió no salir más de casa en febrero del año
pasado, cuando vio a plena luz del día a un grupo de adolescentes rebuscando en
la basura. “Eran cinco o seis jovencitos con el uniforme del liceo y estaban
sentados chupando cascaras de naranja, y masticando trocitos de sándwich y
hamburguesa que se repartían entre ellos”, recuerda con lágrimas.
Por
suerte, no pasó ni un día en la calle de la capital de España. Como otros
venezolanos que han huido del caos en su país pero han quedado sin techo, ha
sido acogida por la red de albergues municipales. Según el Ayuntamiento de
Madrid, los albergues madrileños han atendido entre abril y octubre a 326
venezolanos, la mayor comunidad de extranjeros auxiliados (en todo 2017 habían
sido acogidos 190). Fuentes de Cruz Roja informan de que los venezolanos son
aproximadamente la mitad de las 464 personas que hospedaban a final de octubre
en su red de centros en la capital.
El
Samur social, el servicio de atención a las personas vulnerables, la derivó al
albergue Puerta Abierta, una mole gris donde el Ayuntamiento suele dar techo a
toxicómanos y personas con problemas mentales. Lo llaman un “centro de acogida
de baja exigencia” y pertenece a la red de centros para la campaña de frío. En
el lobby, donde se suele concentrar un grupo de hombres toxicómanos, los
trabajadores han colgado fotos de los residentes con calabazas de Halloween.
Beatriz
dice que pasa miedo y que ha sufrido agresiones por parte de algunos
residentes. Cuando sale de su dormitorio compartido se asfixia con el humo que
circula por el ambiente, en el cuarto de baño o el que entra al lobby desde la
puerta del centro, donde se reúnen varios residentes a fumar. Se queja de que
los trabajadores la obligan a seguir el mismo régimen que el resto de
residentes, a pesar de estar enferma, y que ha sido “castigada” por no obedecer
las reglas. No debería moverse porque pierde oxígeno, pero la obligan a salir
del cuarto a las diez de la mañana cada día durante el horario de limpieza. La
dirección alega que el aislamiento no le favorece y que está más segura en un
área común vigilada.
El
director de emergencia social del Ayuntamiento de Madrid, Luis Nogués, reconoce
que Beatriz no debería estar en Puerta Abierta, pero advierte que la red de
centros de acogida en Madrid está saturada. Señala que no hay suficientes
plazas para sin techo enfermos, una competencia de la Comunidad de Madrid. “El
Ayuntamiento no tiene dispositivos especiales para ella, pero no la vamos a
dejar en la calle”, dice Nogués.
Beatriz
ha pedido ser trasladada a uno de los albergues para personas sin techo
enfermas, como el que gestiona la Fundación Rais con una concesión de la
comunidad. Allí podría ser tratada por un equipo de especialistas y no tendría
que cumplir con reglas no aptas para enfermos. Pero una portavoz de la
Fundación Rais, Roxana Bettoni, dice que nadie les ha informado sobre Beatriz
Nicolás a pesar de que los trabajadores sociales de los hospitales y albergues
de Madrid suelen pedir plaza para enfermos sin techo cuando identifican a
alguno necesitado. Tampoco la Dirección General de Servicios Sociales de la
Comunidad de Madrid ha tenido noticias de Beatriz, según una portavoz. El
centro de la Fundación Rais, en Las Tablas, solo tiene 40 plazas y está lleno,
pero según Bettoni, la selección para entrar da prioridad a mujeres enfermas.
Durante 2018 pasaron por ese centro un total de 83 personas, y el pasado año
fueron acogidas un total de 102 personas.
III. AREPAS Y JUGOS
El 12
de septiembre la periodista y publicista Gema Pinazo conoció a Beatriz y dio la
voz de alarma sobre su situación de
desamparo al publicar un mensaje en un grupo de Facebook de la comunidad
venezolana en Madrid. “No sabe que os estoy escribiendo, no ha pedido nada,
pero está sola y bastante enferma. Me preguntaba si sería posible que algunos
compatriotas fueran a visitarla para hablar con ella y darle apoyo moral”,
escribió Pinazo.
Llovieron
las muestras de solidaridad. Recaudaron 320 euros para una silla eléctrica de
segunda mano. Varios voluntarios de asociaciones de venezolanos pasan a veces
tiempo junto a ella, en el hospital o en el albergue, donde le han llevado
arepas y jugos.
Pinazo
asegura que Beatriz se ha marchitado desde que entró en Puerta Abierta. “Ha
pegado un bajón muy gordo en el último mes”.
En
España, Beatriz ha sufrido un trombo pulmonar y un infarto. Tanto la debilidad
de su corazón como su obesidad desaconsejan una cirugía de tanto riesgo.
Beatriz pesa 97 kilos y debería bajar hasta los 70 kilos para tener un peso
recomendable.
“La
enfermedad de Beatriz no tiene otra cura que un trasplante de pulmón, pero en
su caso está contraindicado”, dice una de las doctoras que la ha tratado en
Madrid, Diana Chiluiza. Su corazón también está muy debilitado como
consecuencia del sobresfuerzo por la falta de oxígeno en los pulmones. “Por
poner una analogía, su corazón es como el de una persona de 90 años”, dice
Chiluiza. Los médicos consideran que además de un trasplante de pulmón, Beatriz
necesitaría un nuevo corazón.
El día
15 de octubre, un médico le dio la mala noticia de que probablemente nunca
calificará para un trasplante, pero otros le han dado esperanzas, incluso este
mismo fin de semana cuando fue ingresada al hospital Ramón y Cajal después de
ser atendida de emergencia en el hospital 12 de Octubre.
El doctor
Ferrán Morell, un experto en trasplantes de pulmón que realizó la primera
operación de este tipo en España en 1990, dice que si Beatriz reuniera las
condiciones de idoneidad para un trasplante podría conseguirlo a pesar de no
estar en la Seguridad Social. Consultado por teléfono, Morell, que nunca pudo
evaluar a Beatriz, dice que la ciudadanía francesa de Beatriz debería ayudarle.
"El sistema de trasplantes español es solidario y cada caso se evalúa en
función de la necesidad", agrega.
La
enfermera que la acompañó, que ahora cuida a una persona mayor española, cree
que son las ganas de vivir las que han mantenido a Beatriz. Pero ella y algunas
personas cercanas parecen haberse dado por vencidos. “Todos los días le pido a
Dios que me dé el leñazo de una buena vez", dice Beatriz en un momento de
desesperación en su habitación del Ramón y Cajal.
Como
otros venezolanos en albergues de Madrid, Beatriz siente remordimiento a la
hora de ser crítica con la ayuda que ha recibido. Piensa que el sistema
benefactor español es “extremadamente generoso”, a pesar de todo: “Aquí tengo
comida, techo y calefacción. En Venezuela estuviera muerta hace rato”.
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