Ismael Pérez Vigil 08 de septiembre de 2019
Los términos “resistencia” y “desobediencia civil”
usualmente –en Venezuela al menos– se confunden o son considerados
equivalentes, aunque describen dos acciones o estrategias muy distintas, y
aunque toda “resistencia” implica “desobediencia”, no significa que sean lo
mismo. No pretendo hacer una disquisición filosófica, jurídica o política sobre
los términos, pero sí ubicar el contexto y hacer una reflexión muy breve al
respecto.
Cuando escuchamos la palabra “resistencia”, muchos nos
remontamos a lo que hemos leído y visto en películas sobre la heroica
resistencia del pueblo francés –y europeo en general– a la ocupación nazi de
Francia y Europa, durante la segunda guerra mundial.
Algunos también evocan la “resistencia” de los pueblos
europeos al comunismo durante la posguerra, hasta 1990, y otros incluso a la
lucha del pueblo surafricano o de Namibia contra el apartheid, aunque estos dos
últimos casos, mucho más recientes, se asocian más al concepto de
“desobediencia civil”. Es decir, no se trataba de la lucha contra una fuerza de
ocupación o invasión, sino de la negativa de los ciudadanos a obedecer o
cooperar con quienes imponían un régimen ilegitimo, ilegal, inhumano.
Así, cuando se piensa en “resistencia”, se piensa en
una acción política, un ejercicio del derecho a la rebelión, de resistencia a
la opresión y con estrategias que pueden implicar violencia, clandestinidad,
sobre todo en la lucha contra tiranías y dictaduras; y en Venezuela, se suele
asociar el concepto de “resistencia” a lo ocurrido entre 1948 y 1958 contra la
penúltima dictadura que tuvimos en el país, la de Marcos Perez Jimenez; es
decir, a la lucha contra la usurpación interna del poder, el golpismo y
similares, lucha contra un gobierno tiránico, despótico e ilegitimo, como es el
caso hoy en día.
El concepto de “resistencia”, en la época actual,
concretamente desde finales de los años 60 del pasado siglo, se nutre mucho de
los estudios de Michel Foucault sobre los movimientos sociales de esa época y
fue derivando hacia el concepto de “desobediencia civil”, asociándose entonces
con las ideas de Henry D Thoreau y las experiencias de Gandhi, Martin Luther
King y, en alguna medida, Nelson Mandela.
Pero la “desobediencia civil” tiene algunas
características que se deben destacar; son actos públicos, políticos,
usualmente colectivos, desarrollados a plena conciencia, contra leyes o
políticas adoptadas por un gobierno, que persigue fines concretos y quien
ejerce la actividad está consciente de los riesgos que corre y está dispuesto a
sufrir las consecuencias que su acto acarree.
Difícilmente se puede pedir en Venezuela que se lleven
a cabo actos de “desobediencia civil” contra un gobierno, a todas luces
ilegitimo, que reconoce públicamente movimientos asociados con el narcotráfico,
la guerrilla y el terrorismo, y que no tiene escrúpulo en usar la fuerza física
para reprimir, encarcelar, torturar e incluso –como ha sido el caso– quitar la
vida a sus opositores, sería irresponsable inducir en la población actos de “desobediencia
civil” que enfrentarían peligrosas consecuencias.
Por ello en Venezuela, la lucha contra el régimen –que
controla el país desde 1999, devenido hoy en ilegitima dictadura–, se debe
enfocar como una lucha de “resistencia”, sobre la cual continuaré mis
reflexiones, sin pretender marcar ninguna pauta al respecto.
La lucha contra la dictadura en Venezuela la podemos
caracterizar como política y como cívica. La política es la que lleva adelante
la oposición –toda ella, sin distingos–, agrupada en partidos y en
organizaciones no gubernamentales, o de la sociedad civil, altamente
politizadas. Estos, los partidos y los políticos, son los que han sufrido los
embates más furiosos del régimen y que podemos resumir en más de 500 presos
políticos, miles de exilados, diputados a quienes se les ha violado su
inmunidad parlamentaria, se les ha apresado, se les ha dictado orden de
captura, se les ha obligado a salir al exilio o a mantenerse en la
clandestinidad. No cabe duda que, en materia de represión, el vilipendiado
sector político, ha llevado la peor parte –en lo personal– en esta lucha
política. Desconocer esto o negarlo sería injusto y mezquino.
En cuanto a la “resistencia cívica”, la dividiré en
dos partes, una –llamémosla “políticamente activa”, representada en millones de
venezolanos, que responde a los llamados del sector político y sale a marchar,
a manifestar, a votar cuando es convocada, a protestar en miles de
manifestaciones al mes, por los más variados temas. Y otra, “no-activa” –porque
no la podemos llamar “inactiva” o “indiferente”–, igualmente constituida por
millones de venezolanos: varios millones que se han ido del país y dispersado
por el mundo y varios millones más que siguen en el país y a los que no podemos
llamar “sobrevivientes”, sino “permanecientes”.
A esos me refería en mi artículo de la semana pasada,
en el que no pretendía enmascarar la realidad o darle un halito de normalidad,
sino reflejar la situación de aquellos que tratan –con las limitaciones y
precauciones del caso– de mantener una vida “normal” en Venezuela; trabajando,
estudiando, produciendo…viviendo. (http://aperturaven.blogspot.com/2019/09/venezuela-vive-por-ismaelperez.html)
La situación de precariedad, inseguridad, impunidad y
violencia que vive el país, todos la conocemos. Por tanto, mi escrito de la
semana pasada, reflejando que a pesar de todo hay una Venezuela que vive, no
implica que en el país hay “normalidad”, –¡Dios me libre! – pero sí que
millones de venezolanos, repito, con las limitaciones y precauciones adecuadas,
tratamos de mantener la esperanza de que Venezuela esta aun viva y en lucha
contra la tiranía, porque vivir bajo estas condiciones es un acto de “resistencia”.
De lo que se trata –y es la acción que corresponde al
sector político, a todos, sean de una u otra corriente, tengan una u otra
propuesta de acción– es de enseñar a esa enorme cantidad de venezolanos, de esa
oposición que hemos llamado “no-activa”, a que tome conciencia de que su vida
misma, es un acto de resistencia en contra de la dictadura.
Ismael
Pérez Vigil
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