Ismael Pérez Vigil 31 de agosto de 2019
Uno
de los temas recurrentes al hablar de Venezuela y su situación, tanto política,
como social y económica, es hacer comparaciones, particularmente con Cuba.
Desde luego hay semejanzas importantes, pero no debemos confundir “tutelaje” y
“patronazgo” con similitud, porque aparte de las naturales semejanzas, entre
ellas las ideológicas de sus respectivos gobiernos, son muchas las diferencias,
que doy por conocidas y no repetiré, pues creo que es mucho lo que se ha
hablado sobre ellas.
Entre
todas las diferencias hay una en particular que me interesa destacar y sobre la
cual el periodista y analista político, Pedro Benítez, escribió recientemente
en un artículo titulado: Juan Guaidó sigue siendo la realidad política que
Maduro no ha podido aniquilar (Al Navío, 23 de agosto de 2019). La esencia del
planteamiento de Pedro Benítez –me permito citarlo y resumirlo libremente–, es
que hay una diferencia fundamental entre Cuba y Venezuela; en Cuba la oposición
fue barrida desde 1961, mientras que, afirma Benítez, “En Venezuela, nunca (ni
en el mejor momento de Hugo Chávez) ha dejado de existir una activa oposición”.
Comparto ese planteamiento, el régimen no ha podido acabar con la oposición, a
pesar de todos los intentos. Hugo Chávez prácticamente acabo con los partidos
políticos al quitarles el financiamiento público –pero ilimitado para el Psuv–
y luego los sometió a una sistemática destrucción, empezando por AD y Copei,
que ya venían muy deteriorados desde los años 80, tarea que Nicolás Maduro ha
continuado con Primero Justicia, Voluntad Popular y un Nuevo Tiempo,
ensañándose contra sus organizaciones y dirigentes, acosándolos, apresándolos y
obligándolos a ir al exilio.
Esta
diferencia no es poca cosa, señala Benítez, pues en los países en los que ha
habido una transición exitosa desde dictaduras o gobiernos totalitarios hacia
gobiernos democráticos, ha sido posible gracias a que en cada uno de esos
países había una oposición fuerte, en condiciones de emprender los cambios
necesarios, oposición que era un interlocutor con quien hablar y –según
Benítez– “Sin ese factor no hubiera
habido sanción económica o incluso presión militar que valiera” Esos fueron los
casos de Nicaragua, con Violeta Barrios de Chamorro y de Sudáfrica con Nelson
Mandela, que son algunos de los ejemplos citados por Pedro Benítez: “…la
experiencia indica… que la existencia dentro del país de una oposición activa,
más o menos organizada y con una cabeza visible es fundamental para acelerar la
transición… Sin eso el apoyo internacional pierde sentido y es preferible
llegar a un acuerdo de convivencia abierto o implícito con el autócrata de
turno”
En
Venezuela tenemos una oposición consolidada, integrada por partidos políticos
de diferentes doctrinas e ideologías y un sin número importante de grupos de la
sociedad civil y ciudadanos altamente politizados, que el régimen no ha podido
doblegar. No siempre esas organizaciones partidistas y de la sociedad civil
presentan una cara homogénea y unida; hay disputas evidentes, diferencias
notorias en vías y formas de lucha, que son claramente aprovechadas por el
régimen, pero hay una finalidad común: la lucha contra la dictadura. En el
momento en que se unifiquen en una única ruta o vía –a pesar de algunos
extremos radicales, perfectamente prescindibles– estará más cercano y seguro el
fin de la tiranía.
Pero
esa “diferencia” de la que he venido hablando, tiene un significado aún mucho
más profundo; y es que Venezuela no está muerta, como piensan algunos en el
exterior, entre ellos algunos de los venezolanos que han emigrado. Venezuela
está viva.
Es
cierto que varios millones de venezolanos se han ido al exterior a buscar
nuevas oportunidades. Pero varios millones más permanecemos aquí y muchos no
tenemos la intención de irnos, de abandonar el país y dejarlo gratuitamente en
manos de la dictadura. Aquí resistimos y tratamos de organizarnos para ser más
eficientes en la lucha. Este país es nuestro y una buena parte de los
venezolanos nos quedamos para mantenerlo, para rescatarlo, para que vuelva a
ser el país del progreso y de las oportunidades que fue en los años 50 y 60,
incluso en los 70, del siglo pasado, cuando millones de emigrantes vinieron
aquí buscando librarse de persecuciones políticas, hambre o violencia y aquí
fueron acogidos, por esta tierra de oportunidad. Aquí se quedaron, formaron
familias y muchos aún permanecen, a pesar de las dificultades y las condiciones
que todos conocemos. Muchos de sus hijos, con doble nacionalidad, son los que
hoy buscan en otros países, algunos en el de sus padres o abuelos, las
oportunidades que aquí les ha cerrado la dictadura.
Pero
aquí seguimos millones de venezolanos tercamente resistiendo al régimen,
permaneciendo a pesar de sus pésimas políticas económicas, luchando contra la
inseguridad, la hiperinflación y la escasez de algunas cosas, contra el
monopolio del poder por parte de la dictadura, soportando la destrucción de la
industria del país y sus principales fuentes de desarrollo económico,
defendiendo las instituciones, las universidades y denunciando los abusos de la
tiranía. Somos la garantía de que los que se fueron y quieran regresar, puedan
continuar aquí sus vidas y ayudarnos a reconstruir el país.
Sí,
aquí, millones de venezolanos, vivimos y amamos, trabajamos y producimos; aquí,
a pesar de todo y de la precariedad, la inseguridad, la gente invierte, va al
mercado, compra y consume, vende, adquiere, remodela y construye casas y
viviendas, centros comerciales, vende y compra automóviles nuevos o usados, la
gente estudia y se gradúa, se casa y forma hogares, viaja por el país y sale al
exterior, se divierte, va a clubes sociales, a conciertos y espectáculos, los
que están en Caracas van al Ávila y en el interior organizan paseos a las
montañas, a los ríos, van a la playa, toman sus precauciones y salen a cenar,
al cine, a bailar, organizan fiestas y reuniones, hay matrimonios, bautizos,
primeras comuniones, se celebran cumpleaños y graduaciones, nacen niños, la
vida se abre paso y continua, sigue.
Venezuela
no está muerta, Venezuela vive.
Ismael
Pérez Vigil
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