Juan Guerrero 03 de octubre de 2019
@camilodeasis
No
creo que los actos de rechazo contra algunos venezolanos que se están
registrando en países, como Perú, Ecuador, Panamá, entre otros, sea por su
nacionalidad, o porque sean negros o blancos o por feos o bonitos.
La
razón es muy sencilla: son pobres. Los actos de rechazo, de existir realmente,
por xenofobia, se habrían realizado años antes, en aquellos días cuando los
venezolanos salían a esos y otros países con las manos colmadas de dinero para
gastarlos en compras, turismo y propinas.
Que
sepa, no encuentro registros donde aparezcan manifestaciones de odio a
venezolanos por llegar a gastar ni invertir en negocios ni cuentas bancarias en
dólares. Por el contrario, esas sociedades estaban abiertas y dispuestas, con
sus gobernantes incluidos, para recibir de muy buena gana, a los venezolanos de
los tiempos del “ta barato, dame dos” de aquellas décadas pasadas.
Me
refiero a esto que titulo en mi artículo y que se denomina aporofobia o
aversión, rechazo y miedo al pobre y la pobreza. Los venezolanos pobres y su
pobreza están siendo rechazados progresivamente, como resultado de una
visibilización de ese estigma social que marca a quién sale de su lugar de
origen, con una mano adelante y otra atrás, a pie por esos caminos desolados
del mundo, sin rumbo cierto ni tampoco nadie que lo espere.
Porque
este venezolano que vaga desnudo en lo material, espiritual, académico y
psicológico, es la peladera ambulante, pura y simple, la propia escoria social
que así es vista, definida y tratada en cualquier sitio del mundo.
Lo
afirmé hace tiempo en uno de mis escritos. La migración venezolana, que ya se
acerca a los 5 millones de seres humanos, ha tenido cerca de 4 etapas u
oleadas. La primera ocupó la salida de quienes nada tenían que perder y sí,
mucho que ganar. Acaudalados herederos, empresarios, presidentes de
transnacionales. Una segunda oleada la ocuparon los profesionales y técnicos
calificados, y que en otros países eran disputados como verdaderos trofeos del
saber, por su capacitación y experiencia en su área de conocimiento. Chile y
Ecuador han salido adelante con este aporte en el área de las ciencias médicas.
La tercera oleada ha estado compuesta por técnicos medios, artesanos,
emprendedores y jóvenes recién graduados. En los dos anteriores casos, los
países receptores ganan doble: no invierten en la formación académica y
obtienen un profesional ya formado y con experiencia. La última oleada siempre
es la indeseable. Son los históricos “pata en el suelo” o como los rebautizó el
chavizmo, los “rodilla en tierra”. Ambos herederos del ancestral “Juan Bimba”
del siglo antepasado venezolano.
Exportar
pobres y miserables es lo que está de moda en el mundo. Eso ya lo han advertido
muy bien los especialistas, como la profesora Adela Cortinas, quien acuñó el
término aporofobia, para diferenciarlo de xenofobia y chovinismo.
Para
muchos traficantes de la política y el control social los pobres huelen mal,
son un estorbo para cualquier país en las circunstancias en que se plantea en
la actualidad el desarrollo humano y la tan cacareada globalización. Por eso, y
para perfumarla, a los pobres y miserables se les está buscando un valor, una
rentabilidad que permita justificar invertir en ellos.
Por
eso las migraciones que en las dos últimas décadas se han visto en el mundo,
sobre todo del África y ciertas regiones del Medioriente y Asia, y ahora de
Centro y Sudamérica, se están vinculando, sea con realidades basadas en control
de áreas geográficas estratégicas, religiosas o ideológico-políticas. Son las
“puntas de lanza” para posicionar poderes.
A
los pobres se les “usa” para eso y más, porque con algo deben pagar su estancia
en otro sitio. Atrás quedaron los días cuando los migrantes y refugiados, por
las razones que fueran, eran usados como fuerza bruta para trabajos, como
jornaleros en las plantaciones de frutas en EEUU, o los llamados braseros
colombianos en las haciendas del sur del lago de Maracaibo, en Venezuela. En
esos y otros países siempre, como ahora, en calidad de semiesclavitud.
Pues
bien, por estos tiempos los pobres y la pobreza revisten mayor importancia
porque puede explotarse, bien como “mercancia” usada con fines políticos,
religiosos, o para divertimento, como masa sexual o conejillos de indias para
experimentos biotecnológicos.
Por
cierto, en el Perú de los años dorados de Fujimori, se ordenó “esterilizar” a
cerca de 350000 peruanos, todos pobres, marginales e indeseables indígenas, de
manera forzada, justificando un supuesto control de la natalidad. La verdad era
otra, más tenebrosa e hipócrita.
Hay
que dudar de estos supuestos rechazos de venezolanos por razones xonófobas. Más
bien parecen actos propagandísticos bien calculados. Creo que detrás de ello
puede existir todo un plan para distraer la atención de otros focos, políticos,
religiosos, económicos, mucho más serios y reales.
Juan
Guerrero
@camilodeasis
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