José Romero 03 de octubre de 2019
El
venezolano NUNCA fue emigrante. No quiere decir que no ha habido emigración de
venezolanos, sino que su proporción vs. Población era insignificante, además
que las razones generalmente eran personales, diferentes, eran decisiones
individuales no forzadas.
Con
este contexto en mente, lo que sí fue siempre Venezuela fue RECEPTORA DE
INMIGRANTES, con una cultura de absoluta bienvenida sin obstáculos que
impidieran a nadie, con o sin papeles, dedicarse a la actividad de su elección.
Tan
es así, que aquí cualquiera llegaba y apenas pisaba tierra venezolana, tomaba
una caja de frutas, chucherías, o alquilaba un tarantin y comenzaba su pequeño
negocio en la medida de sus posibilidades económicas. Y NADIE se molestaba en
averiguar su estatus migratorio o país de origen, así de simple. Porque, aunque
siempre hubo problemas por la calidad de servicios públicos, incluida la
atención médica, nuestra infraestructura y talento humano permitía acoger a
todos sin distinguir etnia, nacionalidad, religión… Con las mismas limitaciones
o capacidades que a uno de acá. Nunca fue parte de nuestra forma de ser el
negarle acceso a nuestros servicios, buenos o malos, a nadie.
Siendo
esa la cultura, producida por la experiencia en función de lo vivido, quien
nunca había viajado fuera de nuestras fronteras, la idea que tenía acerca de la
migración, era esa: Bastaba llegar, dedicarse a una actividad que produjese una
entrada para ganarse la vida y, en la medida de su esfuerzo y perseverancia,
salir adelante.
La
tragedia nuestra, es que muchos se han ido forzados por la crisis de todo tipo
que experimentamos, porque a unos les ha sido imposible afrontarla dentro del
país y, en su desesperación, se vieron obligados a buscar sobrevivir en otros
países.
Insisto,
siendo nuestra experiencia que bastaba llegar y dedicarse a algo sin ser
molestado, fuimos llegando a diferentes países, cada uno con sus respectivas
políticas migratorias y problemáticas internas, que no estaban ni preparados ni
acostumbrados a recibir tanta gente en tan poco tiempo. Y el venezolano entra
en contacto con una realidad desconocida que contrasta con su concepto de qué
significa inmigrar. Así, ve que no basta llegar y listo, no, debe cumplir
requisitos para los que, unos más, otros menos, no está acostumbrado ni
preparado…
No
es que seamos irrespetuosos de las normas (aunque debemos recordar que no somos
suizos ni ingleses) sino que no está en nuestro ADN frenar a alguien y
restringirle sus iniciativas siempre que no involucre acciones ilegales o
delictivas.
Finalmente,
todo conglomerado humano es una muestra proporcional de su tierra, es un
microcosmos. De manera que, lamentablemente, hay una proporción de antisociales
que va en ese inmenso grupo emigrante. Claro está, si la colonia venezolana en
un sitio era de por ejemplo 18.000 seres y un 5% tenían mala conducta, eran 900
delincuentes, de los cuales un 10% eran violentos (por lo tanto notorios), o
sea, 90 choros disueltos entre el resto de la población, no eran notorios.
Si
llegan 1.800.000 a Colombia y 1.000.000 a Perú, se cumple la misma ley de las
proporciones y si, además, los medios ven que con ese tema venden, se enganchan
en una campaña en la que resaltan como caja de resonancia las terribles
acciones cometidas por venezolanos y ahí está la receta de la xenofobia, porque
también los buenos, que son la verdadera muestra representativa, son
invisibilizados o, peor aún, estigmatizados por su sola nacionalidad.
Así
las cosas, LO ÚNICO que va a resolver el problema en Colombia, Ecuador, Perú,
Chile o en cualquier otra nación donde ya no seamos tan bienvenidos, es
terminar con esta tragedia del socialismo del siglo XXI, restaurar la
democracia y convertirnos no en lo que
fuimos, sino en una versión tropical de Suiza, porque tenemos con qué. Ahí el
grueso de ese flujo migratorio se detendrá y la gran mayoría regresará.
De
lo contrario, la única seguridad que podemos darle a los países donde esto
ocurre, es que va a empeorar.
José
Romero
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