EFE 15 de octubre de 2019
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Cada
seis minutos alguien se somete a una cirugía plástica en Venezuela y alimenta
la obsesión por la belleza física de este país, donde miles de personas están
dispuestos a gastar lo poco que tienen para verse más guapos.
Venezuela
cerró 2018 con cerca de 200 millones de dólares gastados en cirugías plásticas,
unos números bajos en comparación con años anteriores. Cada uno de sus casi 700
cirujanos realiza unas 10 operaciones al mes, lo que suma unas 84.000
intervenciones al año durante la última década, según los datos de la Sociedad
Venezolana de Cirugía Plástica (SVCP).
Toda
la maquinaria que promueve la cirugía plástica está pensada y dirigida hacia
las mujeres, que son las principales consumidoras de este mercado. La
hiperpromoción de cánones físicos, la feminización de la belleza y hasta la
identidad cultural nacional, son los principales factores que las impulsan,
apunta la psicóloga María Alejandra Ramírez.
Movida
por alguna de estas razones, la joven Génesis Bastidas cuenta que en junio
gastó todos sus ahorros para aumentar la talla de su pecho, lo que significó
quedarse sin dinero para su otro plan: emigrar a Venezuela huyendo de la
crisis, algo que han hecho ya cerca de 4 millones de personas en el último
quinquenio.
“Era
para sentirme bien conmigo misma (…) yo no me estoy operando para mostrar, sino
para sentirme mejor”, señala esta mujer de 24 años, que invirtió en su
mamoplastia una cantidad de dinero que tardará años en reponer en este país,
donde la mayoría gana menos de 2 dólares mensuales.
En
Venezuela se promueve que las mujeres tengan los senos y glúteos grandes, sean
flacas y con rostros perfilados, explica la psicóloga. Familias enteras
presionan a sus niñas -y no a los niños- para que luzcan de una forma
determinada. Esto crea una necesidad en miles de mujeres que no tienen
determinadas características físicas y acuden a la cirugía de cambios que
refuercen su autoestima.
La
mujer que se adapta a determinados cánones sociales “va a ser mucho más
exitosa”, asegura. Sin embargo, sostiene que ninguna decisión de operarse es
100% propia. Casi siempre responde, en alguna medida, a la presión que ejerce
la sociedad. “La decisión tiene que ver con lo que los demás esperan de mí, con
lo que yo quiero mostrar al mundo”, afirma.
La
fábrica de reinas
Pocas
cosas caracterizan a la sociedad venezolana como su afición por los concursos
de belleza. Una vez al año, cuando se emite el Miss Venezuela, la mayoría de
las miradas están puestas sobre las aspirantes a convertirse en la “mujer más
bella del país”, un título que se traduce en fama, poder, reconocimiento: en
éxito.
En
el último medio siglo, la mayoría de los referentes que los medios han dado a
conocer sobre historias de mujeres exitosas están relacionados con
participantes de ese concurso. Políticas, empresarias, modelos, actrices,
cantantes; todas están ligadas al mundo de la belleza.
Orlando
Rodríguez, cirujano con 20 años de experiencia que, solo el pasado año,
practicó en Caracas 352 operaciones de senos, admite que “todo el mundo quiere
ser una miss”, lo que conlleva un periplo, a veces temerario, de varias
entradas al quirófano.
“Son
mujeres (…) que de alguna manera crecen con esto. La ilusión es ser parte
también de esto (Miss Venezuela) y también indica pertenencia al país que
somos”, explica la psicóloga tras reconocer que la belleza en el país es vista
como un talento.
Aunque
el afamado concurso, conocido como la fábrica de reinas, apostó este año por la
“belleza diferenciada” y dejó la cirugía como algo opcional, en el propio
certamen se siguen promocionando marcas de implantes mamarios y las candidatas,
en su mayoría, alteraron sus fisonomías con ayuda del bisturí.
“Todas
se han operado, hasta las que dicen que no se han operado”, asegura Osmel
Sousa, conocido como el zar de la belleza y quien presidió el certamen durante
casi 40 años y ahora dirige el Miss Uruguay y el Miss Argentina. Para él, los
concursos no evalúan la naturalidad, y alterarse el color de cabello con un
tinte es tan artificial como una nariz de bisturí.
El
presidente del Miss Tierra Venezuela, Julio César Cruz, cree que, dado el
momento que atraviesa el país, una reina de belleza tendría que dar un “aporte”
a la sociedad más allá de inspirar con su belleza.
Un
negocio feroz
En
un país cuya economía cayó en más de 50 % en el último sexenio, el negocio de
la cirugía estética se rige por unas leyes propias con abundancia de oferta y
una competencia feroz.
Esta
guerra se libra principalmente en las redes sociales, en las que los doctores
alardean sus trabajos, los famosos recomiendan a determinados cirujanos y
pequeñas empresas ofrecen planes de ahorro o financiación para conseguir ese
“sueño” de tener los senos más grandes y poder pagarlos en bajísimas cuotas
mensuales.
Uno
de estos centros de ahorro para cirugías estéticas, que tiene 10 años en el
mercado, vende las prótesis mamarias a precios que oscilan entre los 400 y los
1.200 dólares. Las clientas pueden ir abonando “poco a poco” hasta cancelar por
completo el par de su preferencia, y este irá directo a manos del doctor que
hayan escogido.
Otra
compañía, en cambio, paga la cirugía a los interesados y luego va descontando
mensualmente el precio de esa intervención “sin intereses”. Los responsables de
este centro aseguran que han financiado 25.000 operaciones en las últimas dos
décadas.
Gracias
a estos planes ofertados por diversas empresas, los venezolanos tienen la
posibilidad de cumplir ese sueño, pese a los bajos sueldos que se devengan en
el país, donde se requieren 50 años de salarios mínimos para costear una
operación.
Expresiones
como “no hay” o “no se puede”, comunes en todas las áreas de la vida en la
Venezuela austera, no tienen cabida en este planeta de silicona que pregona un
mensaje de superación y crecimiento personal a través de las operaciones
estéticas.
Turismo
estético
Aunque
Venezuela ha dejado de ser una opción para viajeros internacionales por la
inseguridad y el deterioro de todas sus infraestructuras, miles de extranjeros
continúan llegando alentados por la fama de los cirujanos.
En
los últimos años, el turismo estético se ha ido llenando de venezolanos que
viven en el exterior y que aprovechan unas vacaciones para reencontrase con sus
familiares y retocar sus humanidades.
Y
es que, como subraya el presidente de la SVCP, Édgar Martínez, estos
procedimientos quirúrgicos “siguen siendo más económicos en Venezuela”, donde
una mamoplastia cuesta una cuarta parte del valor que tienen estas operaciones
en países como España.
Este
segmento cuenta con una atmósfera propia en la que las empresas ofrecen
paquetes turísticos que incluyen el paso por consultorios y quirófanos,
hospedaje en lugares confortables, la alimentación que ordene el médico para el
postoperatorio y hasta atención médica personalizada.
Todas
estas promociones navegan por las redes sociales, el mismo mar que desde otro
ángulo incita a las personas, y en el caso de Venezuela mayoritariamente a las
mujeres, a verse de una forma en la que consiga más aprobación de sus
seguidores.
La
competencia en espacios virtuales estimula a un cúmulo de personas a someterse
a cirugías plásticas para convertirse en ese alguien a quien quieren parecerse
sin la seguridad de que esos cambios, y el impacto emocional que conllevan, les
ayude a sentirse mejor consigo mismo.
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