martes, 5 de noviembre de 2019

Caracas, La Habana y por qué los venezolanos hacen colas por gasolina, por @hescandell




Héctor Escandell 04 de noviembre de 2019
@hescandell

En zonas enteras de Venezuela escasea la gasolina. Las colas para surtir son kilométricas. El venezolano promedio que vive en los estados fronterizos debe permanecer en las filas hasta tres días para comprar veinte litros. “Yo tenía un trabajo”, dice un hombre que lleva dos días empujando su carro. “Mi jefe me puso a decidir entre echar gasolina o trabajar”. Asegura que si hubiese preferido lo segundo, igual no tendría cómo llegar a la oficina porque no hay transporte público. Es martes 29 de octubre, un rayo de sol cruza por la mitad a la ciudad de Puerto Ordaz, al sur del país. Son las doce y treinta y cinco minutos. El señor Jorge Aldana se seca el sudor con la manga de la camisa y murmura: “Esto solo lo hacemos los pendejos, los de arriba no hacen cola”. El celular marca 38 grados.

¿Por qué no hay gasolina suficiente para los venezolanos?, ¿por qué los habitantes del interior del país tienen que hacer cola? En La Habana pareciera estar la respuesta. En Cuba podría estar la clave para responder la pregunta que más angustia a los venezolanos de a pie. La pregunta más recurrente en las estaciones de servicio de Maracaibo, de Puerto Ayacucho, de San Cristóbal, de Guasdualito o de Coro, ¿por qué en Caracas no hay colas y en la provincia sí? Según el secretario de la Federación Unitaria de Trabajadores de Petróleos de Venezuela, Iván Freites, la razón es sencilla. La prioridad es garantizar el combustible a Caracas y a La Habana. Es una decisión política. El resto del país no es prioridad. La clave es mantener al centro del poder en calma. En una burbuja, como si no pasara nada. Pero sí pasa. Sí está pasando algo.

El viernes 25 de octubre partió rumbo a La Habana el buque Manuela Saenz con 150 mil barriles de gasoil y otros 150 mil de gasolina. Asegura el señor Iván –con tono seguro. El sábado 26 partió también el Terepaima con otros 300 mil barriles. “Todo para Cuba”. Denuncia que las sanciones son blandas, que no hay patrullaje marítimo y que, a pesar de las restricciones de los Estados Unidos, nadie ha detenido ningún barco transportando combustible en aguas internacionales. Durante la entrevista le pregunté cuál es la razón para que la gasolina que aquí hace falta se la lleven a la mayor de las Antillas. Hizo silencio y respiró hondo: “Porque es parte del convenio”, dijo, dejando más dudas que certezas.

“Lo peor de todo es que Cuba es parte del mercado interno, esos 600 mil barriles que se llevaron a La Habana se pagaron al mismo precio que cualquier ciudadano venezolano lo paga en una estación de servicio en el país. Es decir, nada. No costó nada”. Esta afirmación de Freites aturde. La gasolina en Venezuela es escasa y, a pesar de todo, la que se produce en las refinerías se regala. Increíble.

La escasez que también afecta la salud

En Mérida, en los andes venezolanos, las enfermeras y los médicos denunciaron que no están yendo a trabajar porque no hay gasolina para los carros ni para el transporte público. Es una situación penosa y grave. Los pacientes están en riesgo. “Estamos sufriendo atropellos en las colas de gasolina. No se le está dando prioridad al sector salud, solamente dan prioridad para el personal militar. Muchos pacientes se mueren por culpa de un sistema de salud que no funciona”. Denunció Rubén Darío Gallo, secretario de organización de la Federación Médica Venezolana. Los militares parecieran ser los únicos que necesitan movilizarse.

Kevin Villamizar, licenciado en enfermería, dice que el personal no tiene como trasladarse en vehículo propio ni mucho menos en transporte público porque las pocas unidades que prestan servicios en la región tampoco tienen prioridad para echar gasolina o gasoil.

La industria que estatizaron y quebraron

En la actualidad, Petróleos de Venezuela es una empresa quebrada. Lo poco que produce se regala y no alcanza para cubrir las demandas nacionales, asegura el representante sindical de los trabajadores Iván Freites. Las refinerías del país están cerradas. La única planta que está produciendo gasolina es la de Amuay, ubicada en el Complejo Refinador Paraguaná, ubicada en los estados Falcón y Zulia, al borde del Mar Caribe. “Solo se producen 30 mil barriles diarios en la planta de Amuay. La de Cardón y Bajo Grande están fuera de servicio”, asegura el trabajador. Según datos de la propia empresa del gobierno, la capacidad de producción de ese complejo refinador es de 955.000 barriles por día. Especialistas denuncian que desde hace tres años el centro opera a no más de 17% de su capacidad. A pesar de ser el segundo complejo más grande del mundo.

Para la historia, para los libros y para la añoranza colectiva quedaron las refinerías de Jose o El Palito. Paralizadas, según Freites. También quedaron para el recuerdo los 2.667.000 barriles de petróleo que Venezuela refinaba por día en el mejor momento de su historia. “La industria quebró”, sentencia.

Al otro lado del país, en El Delta del Orinoco, está Petrowarao, una filial de Pdvsa que “se cae a pedazos”, dice uno de sus trabajadores activos quien pide resguardar su identidad. A la 1 de la madrugada del 11 de junio de 2019, una plataforma de exploración se incendió. No hubo respuesta de los sistemas de emergencia, los trabajadores huyeron en canoas (barquitos de madera) y solo se resignaron a mirar desde la lejanía cómo la estructura quedaba calcinada. Con el incendio también se dañó la turbina que proporcionaba electricidad a las comunidades indígenas de Pedernales y Capure. “Ahora sí nos quedamos sin nada”. Dijo en aquellos días María Zerpa, una mujer que vive en la zona adyacente al incendio.

Las consecuencias del quiebre de la industria petrolera en Venezuela son catastróficas, porque toda la economía y los servicios dependen de lo que ella produzca. Desde mediados del siglo XX Venezuela se confirmó como una nación absolutamente dependiente del petróleo. Los campos y la producción agrícola quedaron en el abandono, y el turismo no fue más que una diversión para pocos. Total, era más fácil sacar petróleo, vender y esperar sentado detrás de un escritorio el chorro de dólares que nunca paró de llenar las arcas del Estado y los bolsillos de la minoría. Hoy, el país agoniza, los campos siguen desolados y una economía alternativa es improbable.

La cola interminable, la espera indignante

El señor Jorge Aldana empuja su Malibú del 78, corre y pisa el freno. Avanzó unos pocos metros, la estación de servicio todavía no se divisa en el horizonte. Mira la pantalla de su celular y dice que ya lleva nueve horas en la cola. “La gandola llegó”, es el rumor de los choferes. No hay certeza. La última vez que vino a la bomba se tardó 46 horas. Esta vez espera no superar el penoso registro.

En la parte trasera de su vehículo guarda una bolsa con pan, cuatro botellas de agua para beber, una camisa de repuesto y una toalla para espantar los mosquitos cuando caiga la noche. “Yo era el gerente de una empresa que importaba repuestos desde España, ahora compro y vendo lo que caiga, uno conoce gente y como dicen que soy buen vendedor…”, suspira y se vuelve a secar el sudor con la manga de la camisa. Ya son las tres de la tarde. La cola parece interminable, la espera es indignante. “También hago de taxi cuando echo gasolina. A veces, cuando me va bien con las ventas compro por ahí en la calle, pero eso es a veces, porque es muy cara, te quieren vender 15 litros por diez dólares”.

Venezuela, el país con la reserva de petróleo más gigantesca del planeta, se queda sin gasolina y su gente lo paga caro. El país donde llenar el tanque de un carro cuesta mil veces menos que comprar una botella de agua, se enfrenta a las mafias que revenden a mayor costo que en los mercados internacionales. Esos llamados “pimpineros” que a plena luz del día desafían las leyes de la economía y se camuflan en la necesidad de las mayorías.

¿Por qué no hay gasolina en Venezuela?, bueno, en Caracas y en La Habana sí hay. Para el centro del poder sí, para las mayorías no. Para el pueblo no. Sí, es contradictorio a la ética socialista que se expresa por los parlantes.


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