Jenny Barchfield 04 de noviembre de 2019
@JennyBarchfield
Hace
dos años, un ama de casa decidió convertir su hogar en las montañas del este de
Colombia en un refugio improvisado para personas refugiadas y migrantes en el
agotador viaje hacia la seguridad.
A mediados de los años 1970, el padre de Marta Duque
la envió desde su casa en la ciudad colombiana de Pamplona, escondida en una de
las sierras más orientales de los Andes, a la capital venezolana, Caracas, para
trabajar como empleada del hogar. Ella tenía 12 años.
Ahora,
de vuelta en Colombia, Marta abrió sus puertas a miles de venezolanos en su
momento de mayor necesidad. Hace unos dos años convirtió su garaje, y después
su humilde casa familiar, en un albergue improvisado para refugiados y
migrantes venezolanos que hacen por tierra el incierto viaje hacia destinos en
toda Colombia y en otros países.
“Todo
comenzó cuando vi la gente en el puentecito que hay frente a mi casa con un
techo”, dice Marta en el pequeño patio trasero donde ella y su equipo de
alrededor de 10 voluntarios preparan ollas gigantes de sopa en una estufa de
leña.
“Estaban
mojándose, llovía y hacía mucho frio, y se me ocurrió abrir la caseta en la que
guardamos el carro para que al menos no pasaran la noche en la intemperie”.
Dos
años después, varias docenas de mujeres, infantes y bebés abarrotan todas las
noches la casa de Marta, que fue prácticamente cedida a un grupo flotante de
huéspedes temporales: los muebles de la sala se apilaron para dejar espacio a
las colchonetas donde hasta cien personas duermen cara a cara.
“Cuando
llegan, llegan muy estresados: las mamitas, los niños llorando”, dice Marta, de
56 años, que atiende únicamente a mujeres, niñas y niños, mientras su vecino,
Douglas Cabeza, otro buen samaritano, dispuso su propiedad para hombres y
chicos. “Lo que me hace seguir es verlos sonreír cuando les damos comida, ver
que se relajan y se ponen a reír”.
La
necesidad es grande. Más de 4 millones de venezolanos han abandonado su país
desde 2015, huyendo de la inseguridad y la violencia, persecuciones y amenazas,
la escasez crónica de alimentos y medicamentos y el colapso de los servicios
básicos.
Se
estima que entre 100 a 250 de ellos inician diariamente un viaje a pie que los
lleva a cientos o incluso miles de kilómetros de la frontera por una carretera
sinuosa y montañosa, a través de un paso de montaña gélido, hacia destinos como
las ciudades colombianas de Medellín o Cali o incluso a Ecuador, Perú o Chile.
Pamplona,
donde vive Marta, está a unos 70 kilómetros de la frontera, y los llamados
caminantes, como se les conoce, la alcanzan tras varios arduos días de camino
arrastrando maletas, acunando a niñas y niños pequeños y a bebés, comiendo en
comedores populares gestionados por agencias de cooperación y ONG y durmiendo
en albergues cuando hay espacio, y cuando no, a cielo abierto.
Dos
años después, Marta no solo no pudo devolver el auto a su garaje, sino que
cedió casi toda la casa de dos cuartos que comparte con su esposo y su hijo
adulto al flujo constante de refugiados y migrantes venezolanos con
necesidades. Desde el amanecer hasta altas horas de la noche, la casa es un
sitio en constante actividad y tiene un ruido sordo, pues Marta y sus
voluntarios atienden las necesidades de docenas de mujeres, de niñas y niños y
de un coro de bebés gritones.
Marta
reconoce que su generosidad extrema comprometió su matrimonio de casi 30 años,
y añadió que, una vez, su esposo llegó a intentar que eligiera entre el
albergue o él.
“No
ha sido fácil. No hemos tenido un solo día de descanso, pero no lo hago por
sacrificio. Lo hago con amor y convicción, y si un día ya no están me sentiría
un poco sola, porque esto ha cambiado totalmente mi vida”.
Para
ayudar a las personas refugiadas y migrantes vulnerables de Venezuela, ACNUR,
la Agencia de la ONU para los Refugiados, ha intensificado su respuesta y está
trabajando en estrecha colaboración con los Gobiernos de los países de acogida
y sus socios para apoyar un enfoque coordinado e integral.
Esto
incluye el apoyo a los Estados para mejorar las condiciones de acogida en los
puntos fronterizos donde los venezolanos llegan en condiciones muy precarias,
coordinar el suministro de información y asistencia para satisfacer las
necesidades básicas inmediatas de los venezolanos, incluido el alojamiento.
La
Unión Europea, junto con ACNUR y la Organización Internacional para las
Migraciones (OIM), está organizando una Conferencia Internacional de
Solidaridad de alto nivel en la que se pide una acción urgente y concertada en
favor de las personas refugiadas y migrantes de Venezuela. La conferencia, que
se celebra en Bruselas los días 28 y 29 de octubre, tiene como objetivo crear
conciencia de la crisis, reafirmar los compromisos mundiales con los países y
las comunidades de acogida, evaluar las buenas prácticas y los logros,
confirmar el apoyo internacional a una respuesta regional coordinada y pedir
una mayor cooperación técnica y financiera internacional con la región.
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