Aranza Cordero Herrera 02 de noviembre de 2019
La
vida del inmigrante, lejos de ser un “sueño americano”, consiste en una serie
de eventos y nuevos retos donde se requiere una gran fortaleza para salir
adelante. Aquellos que hoy somos inmigrantes saben de qué estoy hablando.
Desde
tener que dejar tu zona de confort, tu título universitario, tu pasado, tu
familia, lo que tú creías que eras, el proceso entero puede llegar a ser
bastante complejo.
Salí
de mi hogar el 17 de enero del 2019, en horas de la tarde, dejando a mis padres
y mi abuela materna –la persona que compartía conmigo todos los días de mi
vida–, sin saber si los volveré a ver nuevamente, porque una video llamada
jamás será suficiente, que el calor de un abrazo, o decir: Bendición, ya llegué
a casa, con una vida en dos maletas. El 18 de enero finalmente salí de mi
tierra, comiendo lo necesario y ahorrando porque sabía que esta vez no iba de
paseo, a pesar de tener la oportunidad de salir en avión, me tocaba pasar 24
horas sentada en una sala de espera porque los vuelos eran con escalas de un
día completo.
Llegué
a Chile el 21 de enero, a pesar de traer ya una ventaja de una visa para
obtener el Rut Temporario o Carnet de Identidad y así tener trabajo más rápido,
de igual manera me costó lograrlo, a pesar de asistir a tanta entrevista en
grandes oficinas, para no quedar en ninguna porque mi perfil académico era
elevado al cargo que ellos buscaban. Empecé por recomendación de un familiar en
un restaurante donde actualmente estoy los fines de semana. A pesar de haber
logrado algo, seguía buscando todos los días desde las 9 am y llegaba a las 6
de la tarde solo buscando otro tipo de trabajo y fue así cuando el 4 de marzo
comencé en una empresa externa, que iba a prestar sus servicios a una
municipalidad para la recaudación de pago de impuesto, en permiso de
circulación de vehículos, solo por un mes.
Allí
tuve la oportunidad de tener un grupo de trabajo fantástico, todos
profesionales a pesar de haber tres venezolanos y cuatro chilenos en el equipo.
¡Fue genial! nunca hubo de parte de ellos discriminación y mucho menos
xenofobia, que muchos venezolanos lamentablemente en otros lugares han tenido
que vivir.
A
pesar de la adversidad, y de estar separada de mis seres queridos, la decisión
por muy dura que sea, ha sido la más correcta.
Digo
esto, porque a diario, al ver las noticias sobre Venezuela, de que mis padres
tienen 3 meses sin gas, que el agua llega a diario, pero racionada, entre
muchas otras calamidades, confirmo con todo el dolor de mi alma, que sería muy
difícil seguir viviendo allá. No solo por la crítica situación política y
económica, sino más aún por la inseguridad y el deterioro generalizado que está
experimentando nuestro país en esta dura prueba llamada “revolución”.
Sinceramente
me da vergüenza compartir lo que acá puedo disfrutar sabiendo que una gran
mayoría de venezolanos no tiene ni siquiera para cubrir el 8% de sus
necesidades básicas, y honestamente, no creo que la condición del país vaya a
mejorar por ahora, tomando en cuenta otro factor súper importante, y es que la
dirección política actual lo menos que le interesa es resolverles el problema a
los ciudadanos.
Tomará
tiempo ¿cuánto? no lo sé, pero sí sé que será bastante. Una herida de tal
magnitud a una tierra, a un pueblo, a una nación entera, tomará tiempo en sanar
y solo Dios sabe cuánto, pero como todo en esta vida, nada es eterno.
Basta
con leer un poco de historia y ver eventos similares en otros países en otras
épocas como la de Pinochet en Chile, para darse cuenta que la recuperación
social y política de un país luego de semejante deterioro, puede tomar décadas,
y dejará mucha sangre, dolor y lágrimas.
Y
me digo, ¿a dónde ha llegado la demencia humana y el deseo de poder? no me cabe
semejante concepto en la cabeza. Es demasiado.
Pero
la historia también siempre nos ha dicho algo: nada dura para siempre.
Aranza
Cordero Herrera
@aranzacordero
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