Tomás Páez 10 de junio de 2020
@tomaspaez
El
dictador plusmarquista de Latinoamérica decía, refiriéndose a la diáspora
cubana, “ni los queremos ni los necesitamos”. Mostraba hacia ellos su desprecio
y, en un acto de proyección, el gran “negrero” de cubanos calificaba a sus
compatriotas de “esclavos modernos”, “desertores”, “gusanos” y “escoria de la
sociedad”; y remataba: “Jamás serían
productivos para la Revolución cubana”. ¿Qué sería de ese país sin las remesas
de su diáspora?
Mostraba
sin reparo su menosprecio por el derecho humano de la movilidad: “No debe
permitírseles nunca regresar (a su patria), pues vienen a restregarles en la
cara a los otros su dinero y sus posibilidades”. Es decir, aquello que el
modelo comunista o socialista, pues para él eran la misma cosa, no era capaz de
ofrecer a sus ciudadanos.
Igual
que allá, en Venezuela, la inquina, el odio y el desprecio por la diáspora y
por quienes disienten, lo instaló el difunto y lo perpetúan sus seguidores.
Intentan encubrirlo automercadeándose como “progres” (¿queriendo decir?) y
cultores de la dignidad del ser humano, eslóganes para la vileza y la deshonra,
¿o acaso merece otros términos el haber provocado la mayor tragedia humanitaria
conocida en Latinoamérica y el éxodo más grande del mundo?
Silencian,
ocultan y niegan la realidad. Enfrentamos el silencio migratorio con el estudio
“La voz de la diáspora venezolana”, haciendo nuestras las palabras de Hannah
Arendt: “Humanizamos aquello que está sucediendo en el mundo y en nosotros
mismos, por el mero hecho de hablar sobre ello; y mientras lo hacemos,
aprendemos a ser humanos”.
También
la comunidad internacional las ha hecho suyas, con palabras y acciones, y la
presencia de muchos otros, gobiernos, instituciones y ONG, pone de relieve el
esfuerzo por construir un mundo común. La reunión digital a escala global
llevada a cabo el 26 de mayo es la continuación y concreción de aquella otra
convocada en 2019 por la ONU y la Unión Europea. Su propósito, “atender a los
migrantes y refugiados venezolanos, una de las mayores diásporas en el mundo,
cuya seguridad y futuro se ven amenazados con la pandemia del covid-19”.
En
este encuentro, el alto representante de Política Exterior de la UE, Josep
Borrell, manifestó: “De nuestras acciones depende el futuro de 5 millones de
personas” (de un éxodo de más de 6 millones de venezolanos), quienes atraviesan
una situación difícil agravada en medio de la pandemia global. Lo conciben,
agrega, “como una política de ayuda humanitaria”. El diseño de la reunión
impedía la “partidización” de la ayuda y las pretensiones colonizadoras de intereses particulares, padecidos por otros esfuerzos humanitarios en
contextos polarizados.
La
iniciativa respalda a los venezolanos que se encuentran en el país y a las
instituciones y organizaciones en los países de acogida, con el fin de
fortalecer sus capacidades. La inmensa mayoría de nuestros compatriotas
agradecemos el respaldo que nos brindan en un contexto de severa depresión
económica global, de un creciente desempleo y un incesante aumento de las
necesidades sociales. Los países se han quitado el “pan” de la boca para
compartirlo. El encuentro reafirma el dicho: hechos son amores y no buenas
razones. Abandonan el confort de la denuncia para ocuparse, con los recursos a
su alcance, de los venezolanos y su diáspora. Esta muestra de generosidad nos
interpela, nos pregunta por lo que estamos haciendo y las acciones que
desarrollamos para colocar en el centro de la atención al ser humano, al
ciudadano que sufre la mayor de las
pandemias: la socialista.
Ese
encuentro ha acicateado el odio y las expresiones de ingratitud de los menos, y
por ello pedimos disculpas a la comunidad internacional; no expresan el sentir
de la mayoría de los venezolanos. Las expresiones que han utilizado nos parecen
inconcebibles, desagradecidas e imperdonables. Confesamos carecer de
explicación y desconocer el origen de tanto odio y desprecio hacia los
venezolanos y hacia quienes, con no poco esfuerzo, respaldan a nuestros
compatriotas.
Sus
opiniones ponen de manifiesto su confusión entre libertad de expresión y
libertad de agresión, hechos y opiniones, y en este terreno no todo vale, son
necesarios datos e información objetiva. Revelan, además, su desdén por los
hechos, a los que consideran “inventos del enemigo” (Colón, la galaxia, o los
yanquis), y solo comparten las ideas del
grupo del que son miembros.
La
opinión del Sr. Maduro, y de su grupo de amigos más próximo, no ofrece sorpresa
alguna: epítetos y agresiones. Causa asombro la enorme paciencia y el
estoicismo con el cual países e instituciones han soportado las mentiras
compulsivas, las embestidas y provocaciones del régimen venezolano a lo largo
de dos décadas.
Mientras
el Sr. Maduro dedica todas sus energías a la confrontación, arremete contra
todo y se desentiende de los compatriotas, gobiernos, ONG y organismos
internacionales se ocupan, respaldan y apoyan a la diáspora venezolana. El
presidente de Colombia, país que alberga a 2 millones de ciudadanos
venezolanos, ha sugerido crear un fondo multilateral para atenderlos, así como
a los efectos que ella genera.
Otros
voceros de ese grupo se mofan de la diáspora y de los resultados del encuentro global. Dice uno
de ellos: “En Perú, Colombia, en México, los someten a esclavitud, 20 horas de
trabajo. Un día de descanso cada 20”. Otro, el Sr. Arreaza, ha dicho: «En plena
pandemia Acnur se vuelve a prestar a la estrategia distractiva de Estados
Unidos y la UE, utilizando la migración venezolana para otra rebatiña por
recursos. La verdadera necesidad de fondos debería ir a la repatriación y
reinserción de venezolanos, que hoy regresan por millares». Extraña lógica, ¿cómo regresan quienes no
existen? ¿Cómo solicitar recursos para lo inexistente? Cosas
de la desfachatez y el caradurismo.
Una
y mil veces han negado la migración ante los países receptores, los cuales han
otorgado visas y permisos de trabajo a millones de venezolanos. Sin rubor
alguno, estos países han escuchado a esos voceros decir: “Se ha fabricado una
crisis migratoria para justificar una intervención militar”. Según ellos,
tampoco existe crisis humanitaria, otro invento más de los enemigos. De este modo,
desaparece la preocupación y la atención a la realidad, esta es la que ellos se
inventan. Lo reitera una de sus voceras, Delcy Rodríguez: “Han pretendido
convertir un flujo migratorio “normal”, en una crisis humanitaria justificadora
de la intervención internacional de Venezuela, no lo vamos a permitir”; o lo
que es lo mismo, por nosotros que se mueran. Calificar el éxodo actual como
normal supone un profundo desconocimiento de la historia de Venezuela o una
mentira de proporciones bíblicas.
El
Sr. Maduro agrede cuando dice:»Colombia exagera las cifras (de la migración)
para robar al mundo, para pedir plata», y cuando señala a Acnur como una
institución que trabaja directamente para el Departamento de Estado de Estados
Unidos. Aun así, osa afirmar que Venezuela necesita apoyo para atender a los
que vienen huyendo de la xenofobia y el coronavirus, es decir, aquellos que
antes no existían. Se contradice descaradamente y todavía pretende que alguien
le crea y le proporcione recursos.
Imposibilitados
de evitar el retorno, reciben a quienes regresan con desprecio. Los han
estigmatizado. Ejemplo de ello es lo expresado por el Sr. Lisandro Cabello:
“Toda persona que viole el sistema migratorio e ingrese en el país será
considerada arma biológica y será encarcelada”, y agregó: “Hay una operación
para contaminar a Venezuela desde Colombia”. Para el gobierno y sus amigos
quienes regresan son escorpiones y, haciendo eco del dictador, repiten: “No nos
interesan.”
Pese
a las agresiones sufridas, el mundo democrático entiende a la diáspora como un
espacio para el ejercicio de humanidad y de la Política (con P mayúscula) y
destinan recursos para ejecutar una estrategia de salvamento real. Anteponen la
solidaridad al discurso del odio.
El
plan de acción reviste un enorme interés para el desarrollo de una estrategia
de gobernanza real en medio de la escasez generalizada de recursos. Un contexto
que desafía la creatividad y la inteligencia de los demócratas y convoca a la
participación, a la creación de sinergias y redes de trabajo con la
participación de las organizaciones diaspóricas.
La
diáspora es un activo del país. Hoy envía remesas, cuya merma resultará
inevitable, con las cuales una parte de la población alivia sus necesidades. El
reciente encuentro internacional nos muestra la importancia de pasar del
discurso y la denuncia a la acción. Ese esfuerzo global revela un compromiso
inquebrantable en la construcción de un mundo común, el cual compartimos.
Venezuela
acogió a muchas y diversas diásporas y las regiones de origen mantenían con
ellas estrechos vínculos. Cualquier campaña electoral en Galicia, Canarias o el
Parlamento italiano exigía una agenda de trabajo, compromisos, acciones
concertadas como mecanismo para el ejercicio del poder. El país se construye
desde la concertación y no desde el odio y el desprecio
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