Roberto Casanova 09 de diciembre de 2024
«Por
querer cada uno prevalecer, nadie lo logrará, o solo los privilegiados del
régimen lo harán»
1. Un
buen consejo
A
comienzos de los años setenta, entrando en mi adolescencia, solía ver la
serie Kung Fu. El protagonista, un monje Shaolin, deambulaba por el Viejo
Oeste ayudando a las personas con su filosofía budista y sus habilidades en
artes marciales. Su sentido del equilibrio y de la justicia me atraían
profundamente. Un consejo suyo me impresionó y lo incorporé a mi repertorio
moral: si tus palabras no son mejores que el silencio, no las pronuncies.
Este
consejo ha venido a mi mente al escribir estas líneas, tanto para mí como para
sugerírselo a otros. Tras reflexionarlo, creo que no debo callar en esta
ocasión, pero algunos personajes públicos quizás sí deberían hacerlo por el
bien que dicen buscar.
2. Voces en el debate público
Varios
voceros de gremios empresariales y de organizaciones civiles han estado
recientemente muy activos en el debate público. Sus discursos varían según el
sector, pero en ambos casos hay una notoria ausencia y una clara insistencia.
Por una parte, jamás califican de dictadura al régimen madurista y, por la
otra, invitan permanentemente al diálogo y al entendimiento entre las partes en
conflicto.
Esto
es suficiente para que millones de venezolanos reaccionemos negativamente ante
sus declaraciones y acciones. No es fácil procesar la idea de que no estamos
ante un régimen tiránico y corrupto, y que la solución a nuestros problemas
pasa por dialogar y negociar con quienes no hacen ni quieren hacer política.
Seguramente
tales voceros no ignoran ese rechazo y, aun así, mantienen sus posiciones.
Conociendo personalmente a algunos de ellos, siento la necesidad de entender
sus razones. No asumo que todos sean enteramente sinceros, pero tampoco me
consta que algunos estén mintiendo o manipulando de manera deliberada a favor
del régimen. Sobre todo, deseo evitar que nos divida la diferencia de opiniones
entre quienes aspiramos con sinceridad al cambio político, ayudando así a la
dictadura que nos quiere enemistados y debilitados.
3.
Hablan algunos empresarios
Quiero
referirme, en primer lugar, a las ideas expresadas por algunos voceros empresariales.
Creo que la idea central de su argumento es la de «prevalecer». Afirman que, en
cualquier situación política, por más conflictiva que sea, la actividad
económica debe mantenerse. Lo que está en juego es la posibilidad de que los
ciudadanos consuman los bienes y servicios que les garantizan la existencia.
Además, debería hacerse lo posible para preservar las fuentes de empleo formal,
especialmente considerando el pequeño número de empresas que van quedando en el
país.
Esos
objetivos no podrían alcanzarse, nos dicen, si el sector empresarial no
mantiene comunicación con quienes, en la práctica, ejercen funciones
gubernamentales, pues numerosas dificultades económicas solo pueden ser
resueltas mediante políticas públicas concretas y concertadas.
Por todo
ello, sería legítimo que el sector empresarial se ubique al margen del complejo
proceso político actual y se concentre en formar parte activa de un “diálogo
social” con el sector laboral y con el régimen.
4.
Sobre “prevalecer” y otras cosas
Aceptando
la obviedad de que sin empresas no habría producción, la idea de prevalecer
presenta varios problemas, especialmente cuando es el fundamento de un discurso
público. Primero, la noción de «prevalecer» admite dos significados: uno
enérgico, que implica mantenerse superior o más fuerte en una situación, y otro
débil, que supone simplemente seguir existiendo. En una tiranía, la mayoría de
los empresarios no prevalece vigorosamente, solo subsiste. Algunos quizás
puedan obtener del régimen, a cambio de su sumisión, algún paliativo que le
permita continuar estirando su existencia. Otros, pensando que el régimen es
invencible, se plantean cómo funcionar con provecho dentro de un sistema que
podría consolidarse como una autocracia de mercado.
Segundo,
cualquier sector, grupo, familia o individuo y no solo el empresariado puede
tener razones válidas para plantearse “prevalecer”, en el sentido débil del
término. Pero, si todos los oprimidos simplemente subsistieran, un orden social
libre, como bien común, desaparecería. Esto es más grave si se considera que
incluso la posibilidad de sobrevivir con un mínimo de dignidad bajo un régimen
estructuralmente incapaz de promover el bienestar tenderá a desaparecer para la
mayoría de los venezolanos. Por querer cada uno prevalecer, nadie lo logrará, o
solo los privilegiados del régimen lo harán.
Tercero,
conviene al régimen lucir no como la dictadura sangrienta y corrupta que es,
sino como un gobierno en “diálogo social” con empresarios y trabajadores sobre
los problemas que sufre la actividad económica y, lo cual no se dice, han sido
y son el resultado de su destructivo paso por la historia de nuestra nación. Un
diálogo social es intrínsecamente político —aunque ahora, para “prevalecer” en
dictadura, muchos eviten usar el término “político”— y tiene consecuencias que
favorecen sin duda al régimen madurista.
5.
Hablan miembros de la sociedad civil
Paso
ahora a considerar los argumentos de algunos voceros de organizaciones civiles.
La palabra clave en este caso es «acuerdo». Sostienen que la situación
venezolana consiste, básicamente, en el enfrentamiento entre dos sectores. Esto
es difícilmente rebatible, pues, en efecto, el conflicto entre la mayoría del
país que votó por un cambio político y una minoría que se aferra al poder involucra
dos partes, aunque numéricamente muy desiguales. Pero esta trivialidad no es lo
importante.
En
ningún momento estos voceros, como he comentado, hablan públicamente de
dictadura, autocracia o algún término equivalente. En tal sentido, no toman
partido a favor de uno u otro sector, tratando de asignarse a sí mismos, aunque
solo sea discursivamente, el papel de mediadores. Argumentan que siempre,
incluso entre bandos en guerra, es deseable que exista algún canal de
comunicación entre los sectores enfrentados o entre algunos miembros de ellos.
Esto haría posible una negociación, algo a lo que ningún sector, si actúa con
apego a la racionalidad, debería renunciar. Y, eventualmente, este acercamiento
podría conducir a un acuerdo democrático, basado en lo que a todos interesaría:
la construcción de la paz, el respeto a los derechos humanos y la satisfacción
de las demandas sociales, independientemente de quién ejerciese el poder del
Estado.
Son
estas posibilidades las que ocuparían a estos voceros, quienes no se verían a
sí mismos como políticos, sino como analistas y expertos, dispuestos a asesorar
y facilitar el entendimiento que los políticos, por distintas limitaciones,
serían incapaces de materializar por su cuenta.
6.
Sobre “acuerdos” y otras cosas
En el
caso de estos voceros de organizaciones civiles, mis cuestionamientos
fundamentales son también tres. Primero, aunque su posición parece implicar un
delicado ejercicio de equilibrio, esto resulta ser una ficción cuando uno se
pregunta a quién perjudica y a quién beneficia en realidad. Es difícil negar
que este aparente acto de funambulismo perjudica la lucha contra la dictadura,
banalizándola al definirla como una disputa por el poder entre sectores
políticos. Esta equiparación política y moral entre la mayoría democrática y el
régimen es una ganancia neta para este último, el cual apreciará mucho que no
se le califique como dictadura.
Segundo,
en consonancia con lo anterior, no sería sorprendente que el régimen haya
entendido que la existencia de iniciativas civiles como esta le resulta
conveniente. No tendría entonces que financiarlas o apoyarlas de otro modo,
sino dejar que cumplan, consciente o inconscientemente, su labor de
socavamiento de la lucha antidictatorial. De hecho, puede ser más eficaz y
barata una oportuna foto de algún vocero civil departiendo con el tirano como
dosis de veneno dictatorial en el cuerpo democrático de la sociedad.
Tercero,
cualquier intento de mediación política hoy no puede obviar el hecho histórico
del triunfo de la oposición democrática el 28J y del desconocimiento de la
soberanía popular por parte del régimen. Esto no es negociable, pues es hoy una
de las razones esenciales de la lucha de los sectores opositores. No debería,
pues, extrañar a estos voceros de organizaciones civiles recibir la amarga pero
justificable crítica de tantos demócratas, especialmente de quienes sufren la
muerte de familiares, persecución, cárcel o exilio.
7. En
sus zapatos
He
tratado de sistematizar las posiciones de algunos voceros empresariales y
civiles, y he realizado varios cuestionamientos críticos. No creo, repito, que
estos sean ignorados por ellos, por lo cual me parece forzoso ir un poco más
allá en estas reflexiones. Imaginaré dos casos hipotéticos, basándome en los
objetivos que unos y otros perseguirían y las circunstancias que
enfrentarían.
En
el primer caso, un empresario que ejerce funciones de liderazgo en su sector
desea preservar su actividad económica y, por tanto, quiere evitar el riesgo de
ser castigado por un régimen que no respeta el Estado de derecho y que lo puede
llevar directamente a la quiebra o confiscarle su propiedad. ¿Qué
posición pública debería adoptar en estas circunstancias?
En el
segundo caso, un conocido miembro de la sociedad civil desea ser protagonista
en el debate público, pero no quiere correr el riesgo de ser sujeto de
persecución política y se entera del interés de una organización internacional
en financiar un proyecto de construcción de paz. De nuevo, ¿qué posición
pública le convendría adoptar?
En los
dos casos hipotético que he presentado, las respuestas de las personas con
respecto a su comportamiento en la esfera pública pareciesen ser la misma: no
calificar al régimen como dictadura y promover el entendimiento entre las
supuestas partes en conflicto.
Lo
grave de todo lo anterior, reitero, es que, al no llamar las cosas por su
nombre en el debate público, estos voceros debilitan la causa de nuestra
liberación y acaban favoreciendo al régimen, aunque eso no esté en sus planes.
Quizás sería prudente que estos voceros siguieran el consejo del monje Shaolin
y optaran por un discreto silencio…
Roberto
Casanova
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