Arlyn y Gustavo llegaron a Bogotá tras unas 27 horas de viaje desde Maracaibo. Foto Eugenia Rodriguez Peria |
Por Natalio Cosoy, BBC Mundo, Bogotá, 28 septiembre
2017
Cada día 25.000 venezolanos cruzan el puente internacional Simón
Bolívar rumbo a Colombia. Muchos pasan la noche entera haciendo fila, esperando
pacientemente que abra el cruce fronterizo.
En pocos minutos uno cruza caminando de Venezuela a Colombia, pero
con la profundización de la crisis política y económica en el país bolivariano,
el cambio parece radical.
Según cifras oficiales, 350.000 venezolanos han migrado a Colombia
debido a la crisis, aunque se cree que el número real es mucho más alto.
Esta es la historia de una pareja venezolana y su camino rumbo a
la capital colombiana.
Es domingo
en la estación central de buses de Bogotá. Gustavo y Arlyn, visiblemente
cansados, empujan unos carros apenas cargados. Llevan menos bultos que los que
algunas familias necesitan para irse de vacaciones.
Pero ellos vienen a quedarse, a ver si aquí logran encontrar la estabilidad que ya no creen posible en su país.
Gustavo
Méndez, de 35 años, y Arlyn Boscan, de 37, se conocieron trabajando en
farmacias en Maracaibo, Venezuela. Se enamoraron y hace ocho meses tuvieron un
bebé, Matheo.
"Lo más difícil
fue dejar al bebé, todavía yo lo amamanto, estoy cargada; es
bastante difícil", dice Arlyn.
Pero no
podían traerlo con ellos.
"A
última hora se nos enfermó, tuvo un principio de bronquitis, y el doctor dijo
que el cambio de clima no le favorecería", dice Gustavo mientras toman
junto a Arlyn unas sopas y unas gaseosas, tras más de 27
horas de viaje por carretera.
En
Maracaibo cobraban, cada uno, entre salario y bono de alimentación, unos
250.000 bolívares mensuales (cerca de US$11 al
cambio no oficial de mediados de septiembre).
"Con eso
ni siquiera comíamos una semana", dice Arlyn.
"Además, mi mamá está enferma, necesita terapia y medicamentos y tampoco
me alcanzaba el dinero".
Ante esta
situación se animaron a partir, dejando atrás a Matheo, a sus madres y a dos
hermanas de Gustavo.
"Decidimos
hacer esto para ayudarnos y ver si podemos ayudar a la familia; es difícil
salir así de Venezuela, pero creemos que es para mejor", afirma Gustavo.
Emigrar
nunca es del todo una aventura solitaria, exclusiva de los que parten. Cuando
se va un individuo, una pareja, una familia, se está yendo —y llegando— toda una
red. Una red que queda, cuidando niños, propiedades,
resolviendo trámites, y esperando los éxitos y la ayuda que llegará desde el
extranjero; y una red que recibe, que es la que apoya a los recién llegados,
ofreciéndoles hospedaje, ayudándolos a encontrar trabajo, estableciendo lazos.
Yenery quiere ampliar el espacio que puede usar en su casa para alojar a migrantes venezolanos que lo necesiten. Foto Natalio Cosoy / BBC Mundo |
***
El pasaje
para llegar a Bogotá les salió en 3 millones de bolívares (unos 300.000 pesos
colombianos o US$100).
El primer
tramo, de 5 horas, fue de Maracaibo a Maicao, en el noreste colombiano. Muchos
de los que viajaban con ellos también estaban emigrando, dejando Venezuela. El camino estuvo lleno de traspiés. Cuando
llegaron a Maicao cayeron en la cuenta de que el pasaje era más caro de lo que
pensaban.
"Un
muchacho tuvo que vender su teléfono ahí mismo para poder pagar el viaje",
cuenta Arlyn. "Había una señora con un niño de unos 8 años, que no tenía
para comer ni nada, nosotros teníamos unos panes, un agua mineral, y todos
compartimos hasta donde nos alcanzó". Ellos
también pasaron dificultades en el camino. "En las alcabalas (puesto de
control) los mismos guardias de Venezuela nos quitaban unos
productos de comida que traíamos para hacer algún dinero
los primeros días".
Se habían
endeudado para comprarlos. "Yo le dije a mi mamá que cuando empezáramos a
trabajar le enviaría dinero para pagar la deuda", dice Arlyn.
Ahora tendrá que devolver la plata de productos que nunca pudo vender. Foto Natalio Cosoy / BBC Mundo |
No
empiezan con las cuentas en cero, sino en negativo, como les ocurre a muchos
migrantes.
***
Fue hace
tres meses cuando Gustavo y Arlyn empezaron a pensar en dejar Venezuela.
Contactaron
por Facebook a Yenery Pérez, quien ya vivía en Bogotá; habían visto que era de
Maracaibo y le empezaron a escribir. Ella les ofreció recogerlos en la terminal
de bus de la capital colombiana y darles alojamiento.
Y se lo
agradecen mucho.
-Es como
un trampolín, desde donde empezar a buscar trabajo -explica Gustavo.
-Hay gente
que se viene sin nada, sin nada, y está durmiendo en el piso y ya esto es una
gran ayuda -agrega Arlyn.
Pero como
solo se habían comunicado por Facebook y no se conocían, al llegar estaban
preocupados de que Yenery no estuviera allí.
"Estábamos
nerviosos, súper nerviosos", me cuenta Arlyn,
"gracias a Dios teníamos una monedita, porque preguntamos cuánto cuesta un
minuto (pagarle a alguien que cobra por minuto por usar un celular), nos
dijeron que 200 pesos, era lo que teníamos, una monedita de 200 pesos".
La migración de Venezuela hacia Colombia en cifras
350.000 estimado
de venezolanos en Colombia que quieren quedarse en el país*
60-70% de
las personas que entran desde Venezuela son colombianos*
· 50.000 de los
venezolanos que hay en Colombia tienen visa*
· 160.000 de los
venezolanos en Colombia se quedaron en el país más de lo que tenían permitido*
· 110-150.000 de los que
entraron desde Venezuela lo hicieron por pasos ilegales*
· 63.744 permisos
especiales de permanencia –que los autoriza a quedarse y trabajar por dos años–
fueron expedidos por el gobierno colombiano a venezolanos**
Migración Colombia (* datos hasta comienzos de septiembre de 2017 / **
hasta el 21 de septiembre de 2017)
"Yo
creo que no habíamos terminado de bajar las maletas", agrega Gustavo,
"y ella se fue de una vez a llamar para ver si venía o no venía".
Y
apareció. Como les había prometido, Yenery Pérez los fue a buscar a la terminal
para ayudarlos a recorrer un camino en el que ella ya lleva unos meses,
empezando por darles cobijo en su casa.
-Emocionante
-dice Gustavo de lo que sintió al verla.
-Nos
dio bastante alivio -tercia Arlyn-, venimos con mucha esperanza, muy
esperanzados de que por lo menos aquí nos vaya bien y podamos ayudar a nuestros
familiares. Desde mañana nosotros vamos a salir a buscar trabajo.
***
Los vuelvo
a ver tres días después, el miércoles, ya en la casa de Yenery. Queda en el
municipio de Soacha, que linda con el sur de Bogotá, zona de clases populares,
donde muchas de las familias son migrantes, especialmente desplazados internos. Arlyn
y Gustavo lograron comunicarse con la familia en Venezuela, están más
tranquilos. Aunque, cuenta él: "El bebé en la noche llora porque extraña la
tetica de su mamá".
El hijo de Arlyn y Gustavo, Matheo, se quedó en Venezuela. Foto Gustavo Mendez |
Y como si
le hablara a Gustavo más que a mí, para tranquilizarlo y convencerlo, dice:
"Igual es algo que se tiene que hacer, porque si nos quedábamos allá
íbamos a pasar trabajo duro; es preferible que vengamos nosotros dos aquí, pasemos
trabajo duro, que nos hagan falta cosas, pero que por lo menos ellos estén bien
allá".
***
La casa de
Yenery tiene tres cuartos; dos no tienen ventanas.
En uno hay
dos camas de una plaza. Allí duermen, en una, la hermana de Yenery, que se
llama Yenisel, y su pareja, y en la otra cama sus dos hijas de 9 y 13 años, una
con la cabeza para un lado, la otra para el otro.
La familia
de Yenisel Pérez está hace menos de un mes en Bogotá. Se demoraron algo más de
tres días en llegar desde Maracaibo. "Hay mucho venezolano saliendo, eso
está colapsado", asegura. "Mi bebé (la niña de 9 años, asmática) se
me desmayó por falta de agua, pero nos ayudaron".
Siente
que valió la pena emigrar: "Ya no aguantábamos, por lo
menos aquí comemos bien; yo trabajo (en peluquería), mi esposo
todavía no; por lo menos comemos bien y mis hijas están tranquilas".
Yenisel Pérez, hermana de Yenery, saliendo a trabajar en peluquería, lo mismo que hacía en Venezuela. Foto Natalio Cosoy / BBC Mundo |
"Pero
allá no", sigue, "a veces allá las dejaba que durmieran hasta el
mediodía para que comieran dos veces; es difícil ver eso en los hijos".
"Ojalá
Venezuela salga de ese trance; no será muy pronto pero tengo la esperanza de
que mis hijas vuelvan a su país".
***
Yenery me
sigue mostrando la casa.
El otro
cuarto sin ventana es el de su familia, tiene una cama algo más grande, cruzada
por una hamaca. "La hamaca es venezolana", me dice, "la cama es
donada, el mueble es de la señora que nos arrendó la casa, la tele me la traje
yo y también me traje un árbol de Navidad, porque llegué en época de
Navidad".
En la cama
está durmiendo su hijo de cuatro años, no se despierta aunque hablamos en voz
alta.
"Al
niño solo lo dejamos dormir en la hamaquita hasta que logre conciliar el sueño
pero después en esta pequeña cama también dormimos los tres,
porque es un niño muy pequeño y puede caerse de la hamaca", explica.
En esta habitación duermen Yenery, su esposo y su niño. Foto Natalio Cosoy / BBC Mundo |
En la
tercera habitación, la única con ventana, duermen Arlyn y Gustavo.
"No
tenemos trabajo, pero tenemos un techo donde dormir", me dice ella sentada
en la cama junto a su marido.
***
La casa
tiene un solo baño, con una cortina por puerta. Apenas alcanza para todos, así
que se comienzan a levantar a las 4 de la mañana para ir turnándoselo. No hay nevera en la cocina, en la que un solo quemador
(fogón, hornalla) sirve para preparar todo, como las deliciosas mandocas que estaban haciendo para el desayuno
cuando llegué (es típica de su región: una masa frita de plátano maduro,
panela, azúcar y harina).
Las camas,
los sofás de la sala y el juego de comedor, también los muebles de cocina y
utensilios fueron donados por vecinos y amigos.
La casa
que Yenery dejó en Venezuela es grande, me cuenta, de cuatro habitaciones de
4x4, con tanque subterráneo y otro aéreo.
"La
verdad es que la casa es muy cómoda, pero no hago nada con tener una casa
cómoda y no tener qué ofrecerle a mis hijos para comer", reflexiona,
"de hecho unos meses antes de llegar tuvo mi hijo dos recaídas de
enfermedades estomacales bastante fuertes a raíz de la alimentación, porque no
se conseguía el arroz, la harina, y todo lo que comíamos era sémola y trigo,
pasta, pizza, tequeñitos (una masa rellena de queso)".
***
En
Venezuela Yenery tenía (aún la tiene) una fundación para ayudar a niños con
enfermedades del corazón, porque perdió un hijo que murió porque no recibió a
tiempo un trasplante. Su idea y la de su pareja, Endrick Morillo, fue mudarse a
Colombia para intentar ayudar desde aquí a los niños que lo necesiten en
Venezuela y buscando una mejor calidad de vida.
Pero
afectada al ver que tantos compatriotas suyos llegaban sin nada a buscar una
nueva vida, decidió empezar a acoger a algunos -los que pudiera- en su casa.
El único fogón de la cocina, aquí utilizado para preparar mandocas. Foto Natalio Cosoy / BBC Mundo |
Él está
empleado como celador, una semana le toca el turno de día y una de noche; son
12 horas por día por las que cobra 20.000 pesos (unos US$7). Yenery trabaja por
su cuenta, vende maquillajes, hace trabajo de peluquería en la casa. Eso le da
más flexibilidad e incluso le da un ingreso un poco más grande en días buenos,
sobre todo los fines de semana.
"El
colombiano trabaja muy duro", me dice. "Vemos día a
día cómo el colombiano sale a trabajar desde las 4 de la mañana y son las 7 u 8
de la noche y va llegando a su casa".
"Cuando
llegamos acá con mi familia", me dice Yenery, "fue muy difícil salir
adelante; muchas personas nos han colaborado, nos han ayudado con donaciones,
nos han tendido la mano, con el trabajo de mi esposo".
Y piensa:
"¿Por qué si a mí me dieron una mano yo no puedo colaborar a otros y más
que son mi sangre, de mi país?".
Por la
casa ya pasaron otras dos pequeñas familias, que encontraron lugar propio en el
que vivir y ya se independizaron.
Es lo que
espera que pase con su hermana y con Arlyn y Gustavo, así podrá albergar a
otros venezolanos que lleguen con las manos vacías a Bogotá.
***
Hablé con
Yenery por teléfono cuando ya habían pasado cinco días de que llegaran Gustavo
y Arlyn a Bogotá. Parece que finalmente habían conseguido trabajo.
Ese mismo
día Arlyn comenzaba de mesera cerca de la casa, de 10 de la mañana a 11 de la
noche, por unos 30.000 pesos diarios (US$10, aproximadamente) y el almuerzo.
Pero hablé
con ella y el primer día le dijeron que era "de inducción", de
prueba, y que no se pagaba.
Y Gustavo
tenía una entrevista con un señor de una tienda de frutas. Si lo consigue, el
trabajo será de 6 de la mañana a 9 de la noche, por 35.000 pesos y almuerzo.
A ninguno
de los dos los volvieron a llamar. Siguen buscando.
Las
redes familiares en Venezuela esperan su ayuda; las redes solidarias en
Colombia van dando sus frutos. "A la hora de nosotros establecernos aquí y
tener nuestro hogar queremos hacer lo mismo", me había dicho Gustavo,
"ayudar a las personas que vengan".
"Decidimos hacer esto para ayudarnos y ver si podemos ayudar a la familia", dice Gustavo. Natalio Cosoy / BBC Mundo |
Mientras
pienso en la solidaridad que están dispuestos a ofrecer estos venezolanos
recuerdo el final de la charla con Arlyn y Gustavo en la terminal de buses,
cuando recién habían llegado a Bogotá.
Ella me
contaba que el objetivo era traer lo más pronto posible a su hijo desde
Venezuela, aunque sabía que para eso tienen que estar más organizados y tener
un hogar mínimamente cómodo en Bogotá.
Mientras
Arlyn hablaba de Matheo en la terminal, tomando la sopa, a Gustavo se le iba
transformando el rostro hasta no aguantar más y estallar en lágrimas. La imagen
de su niño tan pequeño y tan lejos era demasiado para él. Cuando lo volví a ver
días después me pareció que esas lágrimas no se habían secado.
Para la pareja la migración ha sido dura pero tienen la esperanza de que su situación termine por mejorar en Colombia. Foto Eugenia Rodriguez Peria |
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