Juan Vicente Boo 02 de abril de
2018
El
mensaje del Papa el día de Resurrección es siempre de alegría, pero sin olvidar
a los que sufren, y por eso este domingo ha invitado a rezar «por el pueblo
venezolano, que vive en una especie de ‘tierra extranjera’ en su propio país».
Su mensaje de Pascua desde el balcón de la basílica de San Pedro antes de
impartir la bendición «Urbi et Orbi», no podía ser mas contundente y claro.
Respecto
a Venezuela, el Santo Padre ha pedido que «encuentre la vía justa, pacífica y
humana para salir cuanto antes de la crisis política y humanitaria que lo
oprime». Entretanto, suplica a otros países que «no falten la acogida y
asistencia a cuantos entre sus hijos están obligados a abandonar su patria».
En una
mañana de sol radiante, que invitaba a la alegría, Francisco ha obligado a
pensar en primer lugar en quienes sufren bombardeos, y ha urgido con gran vigor
«a todos los responsables políticos y militares que se ponga fin inmediatamente
al exterminio que se está llevando a cabo» en Siria, «cuya población está
extenuada por una guerra que no tiene fin».
Refiriéndose
a la reciente matanza de palestinos por soldados israelíes, el Papa ha invitado
a rezar también por «la reconciliación en Tierra Santa, que en estos días
también está siendo golpeada por conflictos abiertos que no respetan a los
indefensos».
En un
tono de cierta esperanza, Francisco ha implorado «frutos de diálogo para la
península coreana, para que las conversaciones en curso promuevan la armonía y
la pacificación», suplicando «que quienes tienen responsabilidades directas
actúen con sabiduría y discernimiento».
El
mapa de países en conflicto mencionados por el Papa ha incluido Yemen en Asia,
Sudán del Sur y la República Democrática del Congo en África, y Ucrania en
Europa.
Pero
el eje del mensaje del Santo Padre era, naturalmente, espiritual, subrayando
que «nosotros, los cristianos, creemos y sabemos que la resurrección de Cristo
es la verdadera esperanza del mundo, aquella que no defrauda».
Aunque
a veces tarde en verse, la fuerza de Jesús «produce fruto, también hoy, en los
surcos de nuestra historia, marcada por tantas injusticias y violencias».
Según
Francisco, el cristianismo «trae frutos de esperanza y dignidad donde hay
hambre y falta trabajo, a los prófugos y refugiados —tantas veces rechazados por
la cultura actual del descarte—, a las víctimas del narcotráfico, de la trata
de personas y de las distintas formas de esclavitud de nuestro tiempo».
Aunque
todo ciudadano debe sentirse responsable de aliviar el sufrimiento que tenga
cerca, el Papa ha espoleado a los políticos «para que respeten siempre la
dignidad humana, se esfuercen con dedicación al servicio del bien común y
garanticen el desarrollo y la seguridad a los propios ciudadanos».
Dos
horas antes de dirigir al mundo entero el mensaje de Pascua y la bendición
«Urbi et Orbi» desde el balcón de la basílica, el Santo Padre había celebrado
la misa en una plaza de San Pedro más hermosa que nunca gracias a las 50.000
flores -sobre todo tulipanes y orquídeas- ofrecidas y colocadas cuidadosamente por
católicos holandeses siguiendo una bonita costumbre iniciada hace tres décadas.
En su
homilía, Francisco hizo notar que «los anuncios del Señor son siempre sorpresas
porque nuestro Dios es el Dios de las sorpresas. La sorpresa te conmueve, te
toca el corazón donde menos te lo esperas».
A la
sorpresa sigue la prisa, como «las mujeres que van corriendo» a dar la noticia
de la Resurrección a los discípulos, como «Pedro y Juan que corren hacia el
sepulcro», como «los pastores que corrían hacia Belén la noche de Navidad»,
como «la samaritana que corre para informar a la gente de su pueblo», o como
sus paisanos, «incluida el ama de casa que deja las patatas en la olla y se las
encontrará quemadas cuando vuelva, para ir a ver a Jesús».
Siguiendo
su esquema habitual de tres puntos. A la sorpresa y la prisa, el Papa añadió
como tercero una pregunta: «¿Y yo? ¿Qué me dice a mi esa sorpresa? Y yo, en
esta Pascua de 2018, ¿qué hago? Y tú, ¿qué haces?».
Así
concluyó su homilía en una plaza de San Pedro llena de gente al máximo de lo
que hoy permiten las normas de seguridad. El riesgo de atentados obliga a dejar
espacios de movimiento y alejamiento más amplios, y buena parte de los fieles
seguían la ceremonia desde la plaza exterior a la de San Pedro y la Vía de la
Conciliación.
Al
menos, como consuelo, Francisco se acercó en el «papamóvil» para saludarles de
cerca antes de subir a toda prisa al balcón de la basílica para estar allí
puntualmente al mediodía.
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