El Universo 29 de abril de 2018
Angustiado
por la escasez de insulina en Venezuela, Tomás Calzadilla decidió viajar hacia
Ecuador con el fin de conseguir empleo para así adquirir ese medicamento,
además de proveer de alimentos y dinero a su madre y su sobrino.
Tomás
es ingeniero en petróleos, y su experiencia, méritos, cursos realizados y
trabajos llena siete páginas de su hoja de vida. Tiene 35 años y sufre de
diabetes hace once.
Manifestó
que tomó la decisión de venir a Ecuador para que su familia pudiera tener
mejores días, y también para conseguir insulina, pues debido a su enfermedad
tiene que inyectarse diariamente cuatro dosis, y por la escasez de ese
medicamento en su país corría el riesgo de perder la vida.
Tras
pedir un préstamo de 100 dólares a una amiga emprendió su viaje hasta suelo
ecuatoriano. Al llegar al puente Rumichaca, en la frontera colombo-ecuatoriana,
Tomás se quedó con poco dinero.
Sus
compatriotas, que colman diariamente aquel lugar, lo ayudaron haciendo una
colecta para que pudiera comprar un pasaje a Guayaquil.
Llegó
a la terminal terrestre local, donde durmió cinco días. Estaba enfermo. No
tenía las medicinas para su diabetes, pero sí una faringitis que lo terminó de
tumbar. Unas jóvenes venezolanas que llevan comida a la terminal para sus
compatriotas vieron su caso y trataron de ayudarlo.
Pepita
de Zevallos, directora de la Fundación María Gracia, se enteró de la situación
del hombre porque una amiga le preguntó si le podía conseguir medicinas para la
diabetes. Ahí le indicaron que el hombre había llegado grave a Guayaquil.
Enseguida,
contó la mujer, fueron a la terminal. Era el lunes 23 de abril. Un mensaje de
Pepita en Twitter bastó para que los guayaquileños y algunos venezolanos se
ofrecieran a brindar su ayuda.
Uno de
ellos es un desempleado que había alquilado un taxi para trabajar y lo puso a
disposición para movilizar al venezolano, que necesitaba atención médica
urgente.
La
solidaridad ciudadana hizo que Tomás pudiese recibir también su tratamiento
para la diabetes, un albergue temporal, donde le dan desayuno y cena, y unas
donaciones que ha podido enviar a su mamá, quien tiene una discapacidad, y a su
sobrino.
Tomás
vende por el momento cartucheras y globos en la Alborada, en el norte. Es el
trabajo que ha podido conseguir. Ahora espera lograr un empleo estable que le
permita pagarse una habitación para traer a su familia, ayudar a otros
venezolanos en similares situaciones y costearse por su cuenta su tratamiento
para la diabetes. Indicó que puede trabajar en lo que sea.
Pepita
de Zevallos agradece la solidaridad de los ecuatorianos, pero también invita a
otros a ponerse en los zapatos de quienes están en otra nación, sin familia y
pasan por necesidades. Lo dice a quienes cuestionan su labor.
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